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sábado, 19 de diciembre de 2015
martes, 8 de diciembre de 2015
Extracto de una obra que nunca escribiré
[...]
ELLA.- Quizá no seas tan inteligente como te crees. Tu problema es que, aunque no lo quieras asumir, eres el peor misógino de todos.
ÉL.- (Se toca el pelo y ríe nerviosamente) ¿Qué estás diciendo? Definitivamente se te ha ido la cabeza. Tú sabes cómo las trato, y lo que me complacen. ¡Si no puedo vivir sin las mujeres!
ELLA.- (Un punto divertida, pero sin perder el tono desafiante) No intentes rehuir la cuestión. No se trata de deseo ni de cómplice alegría. Sé sincero: ¿acaso las amas de verdad? ¿A ellas? No me refiero al ideal de mujer, ése que te inspira y sublima y por el que penas, a menudo gozosamente. (Se acerca poco a poco hasta hablarle al oído) Hablo de la realidad. Hablo de la idea seccionada, embarrada, dejándose jirones de excelencia al moldearse para entrar en un cuerpo y en una personalidad. Con la imperfección inevitable que conlleva el hacerse carne.
ÉL.- (Se aparta repentinamente) ¿Bromeas? ¿Crees que soy tan superficial y envanecido? ¿O tan poco razonable?
ELLA.- Responde a la pregunta. Es fácil. ¿Eres capaz de amarlas, sí o no?
ÉL.- (Se gira) No tengo por qué aguantar esto.
ELLA.- Me lo figuraba…
[...]
viernes, 27 de noviembre de 2015
Los Delincuentes
Hablando con una amiga un tanto
obsesionada con Kurt Cobain. Ella, enamorada irremisiblemente desde el 94,
insiste en la excepcionalidad del mito. Quiá, le digo. Comparando contenido y
continente, hay una lista interminable por delante en cuanto a potencial
poético. Ella se revuelve dolida, me exige pruebas. Acudimos a youtube, y mientras
tecleo en el buscador, me río secretamente.
-¿Los delincuentes? ¿En serio?
Y tanto. Todo lo contracultural y
rebelde que pueda atesorar el movimiento grunge
no resiste la comparación con la promoción del 97/98 en el instituto Caballero
Bonald de Jerez de la Frontera. Allí, con apenas 15 años, se conocieron Miguel
Ángel Benítez Gómez y Marcos del Ojo Barroso, Er Migue y Er Canijo de Jeré.
Aquellos arrapiezos, en lugar de continuar las predecibles sendas que la vida
marcaba a sus compañeros (la obra, el trapicheo o el paro), comenzaron a
juntarse con sus guitarras en la estación de mercancías de ferrocarriles de la
ciudad. Admiradores de Kiko Veneno y los hermanos Amador, escogieron su nombre artístico
como homenaje a una de sus canciones. Er
Migue componía desde los doce años, y semejante talento no pasó
desapercibido al que terminaría como tercer integrante, Diego Pozo, quien realizó
las gestiones necesarias para publicitar la maqueta y conseguir lanzar “El sentimiento garrapatero que nos traen las flores”.
Mi amiga me mira con
displicencia, pero lo que ha empezado como boutade
me está convenciendo a medida que las canciones de ese primer disco
discurren por mi lista de reproducción. La composición general es magnífica, y me
sorprendo con el vello de punta al escuchar al Canijo soltar un quéh teh quieroh, con las aspiraciones
finales apuntalando el mensaje. La música es ligera, una rumba con su cuarto y
mitad de flamenqueo y con la pizca de rock necesaria para que no los echaran
del Festimad. Desprende un aroma de profundo desenfado (lamento el oxímoron,
pero los de Andalucía oriental no podemos emplear la palabra cashondeo con dignidad), irridiculizable
por la ausencia total de la más mínima pretensión o solemnidad. Es ligereza auténtica.
Y las letras, ay las letras. “Yo no tengo obligaciones, yo no tengo más
que ver, que los charquitos de la plaza cuando termina de llover, los días de
colores, y en la plazuela, fumando flores”. Que el mayor drama sea que el
mechero no tiene piedra, y poseer los arrestos de confesarlo. “El aire de la calle” constituye
simultáneamente el mayor argumento en contra de la renta básica y a favor de la
vida. Y a favor del amor también, el de las peras a los peros, exquisita
dedicatoria a Ana Botella avant la lettre.
El disco entero es un paisaje entrañable por veraz, injustificadamente olvidado
por tanto buscador de esencias de lo andaluz, quizá porque refleja lo misérrimo
antes que lo étnico. Aunque es mejor así, sin duda.
A estas alturas, me importa un
comino lo que piense mi amiga, y hasta me entristece sinceramente la muerte d’Er Migue por un paro cardíaco a los 21
años. Me he dado cuenta de que los Delincuentes son algo lo suficientemente
familiar como para reconocer y apreciar su contexto, y lo suficientemente ajeno
como para poder defenderlos despojado de cualquier atisbo de chovinismo cateto.
Y, sin más, lo asumo, me lo fumo, y me escapo por la cuesta.
lunes, 23 de noviembre de 2015
jueves, 19 de noviembre de 2015
Hedonismo sin complejos
Cada vez estoy más convencido de que no hay nada que tenga peor prensa actualmente que el placer. El placer despreocupado, sin reservas ni deudas, supone un anatema terrible, y tiene tantos enemigos que no se vislumbra el horizonte. De un lado, los biempensantes. "Con la que está cayendo" como encíclica grabada a fuego. Las circunstancias impiden hacer gala de la felicidad coyuntural. Lo oportuno son los golpes de pecho por doquier y la expresión compungida, plena de solemnidad, mientras se pelan las gambas. Si el deleite sólo será justificable cuando la justicia (a ver quién me la define, por cierto) campe a sus anchas, voy a por una silla. Luego, los puritanos, endurecida facción de los anteriores. Alentar el placer, ¿no colabora innoblemente con el patente desenfreno reinante? La vida no es eso, dicen, y el gusto ya no es frivolidad sino directamente pecado a extirpar. Siempre hay una responsabilidad superior, para con los demás o para con la moral, dispuesta a alzar la ceja. El egoísmo es lo peor que ha ocurrido, disparate semejante a que los pasajeros del avión maldigan la gasolina que le permite despegar. Por último, los sabios que han desentrañado tu mecanismo mental sin necesidad de levantarse del sofá, menudos son. "La libertad individual no existe, y lo que crees búsqueda autónoma del bienestar no es más que una serie de inevitables respuestas a los estímulos que manipulan tu ceguera". Confunden libertad con omnipotencia, claro. La libertad de elección es una forma de relacionarse con las condiciones de la realidad, no el capricho de abolirlas y la posterior frustración por no poder conseguirlo. Llevando al extremo su razonamiento, nadie puede ser libre mientras no pueda decirle al corazón: "deja de latir". Estos paladines del determinismo, por supuesto, tienen como diana favorita el consumo. "Influyen para crearte necesidades. Está todo pensado para que disfrutes con la avidez". Cuando, en realidad, el consumo es consecuencia de la avidez por disfrutar, necesidad tan rechazable para ellos como auténticamente humana. Para su desgracia, es la libertad quien permite abrazar el hedonismo a la vez que cuestionar la jerarquía de placeres establecida. En fin. Algunos no estamos dispuestos a rechazar las posibilidades que se brindan (conociendo sus consecuencias, por supuesto), en virtud no sé qué motivaciones superiores revestidas de moralina o de ascética sabiduría. Como dijo Churchill: "Mis gustos son muy sencillos: me conformo con lo mejor".
miércoles, 18 de noviembre de 2015
Desagradecidos
"Mendigo como soy, también soy pobre en agradecimiento"
William Shakespeare
Es curioso comprobar cómo las personas más lúcidas suelen ser las más agradecidas. Acaso por haber asumido auténticamente, y no sólo de boquilla, el carácter áspero de la vida, son las más resueltas a valorar un gesto desprendido. Al fin y al cabo, son las bocas distintas al asno las que aprecian la miel.
La ingratitud es más propia de espíritus míseros, apaleados o caprichosos, que encuentran su refugio en la autocompasión. Si, por alguna circunstancia, reciben la comprensión, el consejo, o incluso el afecto de gente más elevada, acaban atesorando un secreto orgullo que blinda su supuesto merecimiento de tan altruistas atenciones. La costumbre se hace norma, y la norma, ley. Henchidos y mezquinos, a partir de entonces exigirán "lo que les corresponde", autonombrándose acreedores de la espontánea generosidad en un espectáculo tan patético como habitual.
Corolario: sólo hay que darle pan a quien tenga dientes.
viernes, 30 de octubre de 2015
Paralelismos italianos
En el norte de Italia, finalizada la Segunda Guerra Mundial, los comunistas tenían una posición de fortaleza extraordinaria. Habían combatido armados contra el fascismo, y tras la victoria, el recuerdo de su actuación los situaba como un poder fáctico influyente. Sin embargo, y aunque no faltaron voces que abogaban por aprovechar la coyuntura para constituir ciudades como Milán en Repúblicas Socialistas Independientes, los partisanos obedecieron al Comité Central del Partido Comunista y entregaron las armas. Al posicionarse por la integridad de Italia, evitaron una segura guerra civil y consiguieron un papel relevante para la izquierda en la nueva constitución. Algunos derechos laborales todavía vigentes en el país transalpino son herederos de aquella decisión.
No obstante, hubo algunos focos de conflicto. Cuando en 1947 el Ministro del Interior, de la Democracia Cristiana, destituyó al gobernador civil comunista de Milán, se produjeron disturbios. Un grupo de envalentonados comunistas no acataron la decisión de la ley y ocuparon el edificio de la prefectura, proclamando la desobediencia frente al poder central romano. Entusiasmado, el líder de aquella operación, un jovencito llamado Gian Carlo Pajetta, llamó por teléfono al histórico Secretario General del PCI Palmiro Togliatti.
-Camarada Togliatti, tenemos la prefectura de Milán en nuestro poder.
La respuesta de Togliatti no fue la esperada, precisamente.
-Exactamente, ¿qué pretendes conseguir con la prefectura de Milán?
Pajetta, que confiaba en escuchar felicitaciones por su arrojo, fue incapaz de aportar argumento alguno.
-Haz el favor de salir de ahí cuanto antes, sin hacer el payaso.
El mayor signo de decadencia de la izquierda actual es que a nadie extrañaría una acción como la primera, pero parece inconcebible una respuesta como la segunda.
domingo, 25 de octubre de 2015
J9. Celta 1 - Real Madrid 3
El Madrid salió a Balaídos mandón, fiero, con ganas de finalizar por la vía rápida. Con una colocación y una concentración extraordinarias, los primeros veinte minutos fueron un monólogo que aturulló al Celta. Casemiro se dedicaba a recoger cuantas pelotas llegaban al medio campo, los extremos trabajaban con perfectos movimientos de acordeón, y Kroos, liberado de la responsabilidad de sacar el balón, empleaba su precisión en tareas ofensivas. Por encima de todos sobresalía la figura del mejor jugador del Real Madrid, conjunto tan heterodoxo que el mayor caudal de juego surge desde el lateral.
Llegaron los goles, uno sudado por Lucas y el otro, ya con el equipo replegado, de Danilo, que aun así no compensó su horrible actuación defensiva. Estos zarandeos desperezaron a los gallegos, y Nolito lideró una grandiosa reacción, espoleada por un público agitado por la expulsión de Cabral y por el desfonde físico del Madrid. El Celta es valiente a la manera kantiana, porque puede (su nivel técnico se resume en un extremo reconvertido como mediocentro de contención: finísimo Augusto) y porque quiere, y, con un Cristiano insoportable que desperdició todas las contras, sólo los reflejos arácnidos de Keylor Navas lo alejaron de un botín merecido. Cada parada del costarricense hacía recordar con rubor la historia del fax. El Madrid va a terminar como los luditas, aplaudiendo el atraso tecnológico.
La firma al divertido espectáculo la efectuaron los dos mejores: Nolito y Marcelo, con sendos golazos. El público se despidió con un aplauso y los de Benítez con el liderato en solitario. Al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios.
sábado, 17 de octubre de 2015
Paradoja de la felicidad
El problema de la felicidad, su paradoja, es que siempre está contextualizada. Es decir, uno toma conciencia de que es feliz con algo porque compara con situaciones de ausencia de ese algo y concluye que sale ganando. Siempre se es feliz respecto a otra cosa.
Esa naturaleza relativa (o comparativa) de la felicidad la convierte en vulnerable frente a un mecanismo humano llamado adaptación. Este mecanismo desespontaneizador, este agujero negro de cotidianeidad, destruye todos los puntos de referencia. De repente, la felicidad pierde su carácter especial, y por tanto, ve reducida su categoría, de manera absolutamente injusta. La felicidad no sabe caminar sin la muleta del subjetivismo.
Después de todo, quizá la lucidez tenga una conclusión optimista. La capacidad de valorar cada suceso por sí mismo, al peso, sin tener que comparar tentativamente con nuestra rutina, constituye probablemente la mejor forma de asegurar nuestro goce y prolongarlo indefinidamente. Aquel que logre combinar objetividad y felicidad, ése sí que bebe del cáliz de los dioses.
jueves, 15 de octubre de 2015
Pincelada
Con la lectura, mi tendencia al realismo es irrevocable. Eso sí, exenta de dogmatismos. La literatura está empapada de realidad.
Por lo demás, el arte por el arte tiene un componente transgresor sugerente, en tanto renuncia al moralismo. Ahí puedo disfrutarlo esporádicamente, como reposo o como curiosidad. El problema (como en tantos ámbitos) es cuando la transgresión se transforma en el nuevo moralismo.
lunes, 5 de octubre de 2015
J7. Atlético de Madrid 1 - Real Madrid 1
"Estupidez es hacer lo mismo una y otra vez esperando resultados diferentes." Albert Einstein
Como un pianista que vicia una digitación, ha desarrollado el Madrid un reflejo defensivo tras cada gol que va camino de constituirse como marca de la casa. El planteamiento es tan predecible como desesperante: una salida con tintes de autoridad, el ritmo que se va reduciendo y una confianza en la inercia de la superioridad que cuando culmina mal no deja ni el racial consuelo del puñetazo en la barra. Las lesiones de James y Bale son un atenuante, pero aun así las posibilidades son mucho mayores que las que ofrece el equipo a día de hoy.
Comenzó el encuentro con el viento a favor, con un Carvajal incisivo que desnudó las miserias de Filipe y dejaba a Benzemá como pichichi en solitario (todos los felinos tenían uñas, por más que dudáramos). A partir de ese momento, el Madrid sacó el reloj de bolsillo y especuló, deliberadamente ciego a las dudas que presentaba su rival. Este Atlético de Simeone es el de menor carácter de los últimos años. Practica una suerte de cholismo diluido, de menor intensidad, aunque de igual marrullería. Menos voraz, su peligro es más sutil. Para mí más débil. El mal tiene naturaleza radical, y no tiene cabida en ropajes socialdemócratas.
Cuando el Madrid se repliega, esperando el maná de la contra (cada vez más difícil, pues cada jornada disminuye el número de efectivos con que las corre), el partido se adormece en un letargo insoportable. Sólo los chispazos de Modric animan ligeramente el discurrir, pues Isco, al verse solo, se pierde en peleas consigo mismo, Marcelo está plano, Ronaldo irreconocible y Kroos errático. Quien emergió con una seriedad inesperada fue Casemiro, que dio un recital de mando y barrió como un universitario, en homenaje a Carmena, y no perdió los nervios ni con la amarilla surrealista que le dedicó Undiano, que hace tiempo que parece arbitrar al peso.
El otro héroe madridista de este comienzo de temporada es Keylor Navas, hasta tal punto que Florentino debería darle la insignia de oro y brillantes al becario que lleva el fax de Manchester. El costarricense se muestra pletórico, seguro por alto, agilísimo, con un carisma arrollador y capaz de arreglar los desaguisados que provoca la abstinencia sexual en Sergio Ramos. Sólo un rebote tras una serie de errores garrafales por parte de Arbeloa consiguió franquear su puerta. Para entonces, el Madrid se hallaba incapaz de despertar, y, en medio del remoloneo de lunes por la mañana, a punto estuvo de llegar el segundo en un tiro de Jackson (los de Torres no es que no fueran a portería, es que se perdían en saque de banda). El pitido final nos dejó con un sabor peor que el de la derrota: el de la indefinición.
martes, 29 de septiembre de 2015
Zizek en Granada
Many lefties are so stupid. Si hubiera de resumir en un titular la entrevista del viernes pasado de Slavoj Zizek en la facultad de Filosofía y Letras, no encontraría otro mejor. En un ambiente a priori ya entregado, el filósofo esloveno fue desmontando una gran cantidad de tópicos izquierdistas, con la tranquilidad del que se sabe con pedigrí suficiente para superar la cejas alzadas de la pureza. Comenzó con un resumen de su trayectoria vital en un país socialista, explicando los motivos por los que un comunista confeso se presentó a una elecciones en un partido liberal. Preguntado por sus apoyos a Tsipras, dio una lección de lucidez defendiendo la gestión pragmática en la limitación del entorno por encima de los ideales. El mayor puñal lo reservó para los movimientos localistas antiglobalización, explicando que la hipotética alternativa al capitalismo (aún por construir) no puede renunciar al carácter universalista si quiere conseguir mejores resultados que los de Pirro de Epiro.
Decía Ortega que la claridad es una cortesía por parte del filósofo, y en ese aspecto Zizek hizo gala de una educación de colegio de pago, más allá de sus habituales chanzas obscenas y políticamente incorrectas (aunque, después de haber sido capaz de transgredir la corrección política de ese blindado catecismo que es la izquierda de la izquierda, las bromas sobre sexo se antojan anecdóticas). Por supuesto, también recurrió a su dosis correspondiente de lugares comunes, si bien matizados por su halo irreverente. Es un personaje con dotes de histrión, pero, observando sus análogos españoles, sólo puedo sentir envidia.
lunes, 31 de agosto de 2015
Oda socialdemócrata
No hay ninguna posición más despreciada que la
socialdemocracia. La necesidad de refugiarse en lo irreal está extendida
ampliamente, y esta mentalidad la convierte en la diana más odiada. Ninguna
ideología ha luchado más contra la utopía (esa profunda inmoralidad) que la
socialdemocracia.
La detestan los liberales puros, por entenderla como una
indeseable injerencia paternalista en sus vidas. Ay, los liberales. Dicen “sin
Estado”, y se imaginan en sus cómodas salas de estar con un vaso de whisky y la
calefacción. Como si la seguridad jurídica y el respeto a la propiedad privada surgieran
como las setas. También la odian los comunistas, a quienes no les importan los
logros (factuales) alcanzados, pues son incapaces de perdonar su papel de
optimizadora del capitalismo. En lugar de exacerbar las contradicciones del
sistema buscando su caída, la socialdemocracia lo corrige, lo mejora, y, por
tanto, lo apuntala. ¡Imperdonable! Con qué contumacia se afanan los comunistas
en señalar los errores socialdemócratas, diagnosticando de inmediato la
imposibilidad de sus planteamientos, y sin que se les caiga la cara de
vergüenza. Por su parte, el resto de opciones religiosas, desde el
conservadurismo hasta el nacionalismo, desprecia su falta de certezas absolutas,
de dogmas, su naturaleza reinventable y su defensa de la heterogeneidad diversa
dentro de lo común.
Algunos, conscientes de su propia insolvencia para plantear
alternativas, tratan de desvirtuarla desde dentro. La verdad se puede esconder
con silencio, pero también con ruido. De este modo, se reivindican
socialdemócratas intentando una labor de zapa (si la socialdemocracia lo es
todo, entonces no significa nada), o la usurpación de su grandeza. Hoy
escuchamos hablar en sus propios términos a los adversarios más enconados.
Hasta qué punto ha de llegar la pretensión de degradación, si incluso Lenin va
a terminar empuñando la rosa roja.
Al final, impostores o no, todos apuntan al mismo lado en
sus pringosos ataques. A su supuesto flanco débil. Desde los distintos púlpitos
de autoatribuida dignidad, la acusan de excesivo pragmatismo y de poco
ambiciosa. “Nosotros prometemos mucho más que una ideología de grises”. ¡Hay
que estar tan ciegos! A la única posición verdaderamente sincrética; a la única
auténticamente consciente de que no se puede tener todo, y a pesar de ello
capaz de no renunciar del todo a nada; a la única que, por carecer de un
catecismo férreo a implantar, es capaz de moldearse en función de las
circunstancias; a la única que asume como valores, no sólo no excluyentes, sino
de necesaria combinación, tanto a la libertad como a la igualdad; a la única,
en fin, que ha logrado, desde cualquier prisma que se quiera analizar, las
mayores cotas de prosperidad y bienestar que ha alcanzado la humanidad en sus miles
de años de historia, la ha de desmerecer la legión de tuertos monaguillos. Aunque
en cierta medida, se puede entender. El triunfo de la socialdemocracia es de
tal calado, tan obvio, que su asunción sin refugios resulta demoledora para los
adversarios, que no pueden prescindir de su derecho al pataleo. Bien está. Otros,
sin embargo, preferimos recrearnos en la belleza intimidatoria de la hegemonía
de lo real frente a las ficciones.
lunes, 24 de agosto de 2015
J1. Sporting 0 - Real Madrid 0
Yo quiero regalarte
una poesía
Tú sientes que estoy
dando las noticias
Vive el Madrid en una especie de eterno retorno
profundamente agotador para sus seguidores. La temporada pasada terminó con una
sensación agridulce, penando por el fracaso y el terrible contraste de los
laureles rivales, pero al mismo tiempo con el convencimiento de que, tapando
las goteras y comprando un depósito de gasolina más grande para la calefacción,
la situación sería propicia de nuevo para el asalto al triunfo. En lugar de
esto, le hemos metido fuego a la casa y nos hemos vuelto a mudar. De la
socialdemocracia ancelottiana a un corsé más ortodoxo, al que habrá que dar tiempo
para que cuaje, como cuaja la nieve o, ay, la sangre. Los madridistas
quisiéramos llenarle los bolsillos de
guerras ganadas, pero no está en nuestra mano.
Del partido del Molinón no hay mucho que desgranar. Más allá
de las habituales lisonjas que se llevará el Sporting (la cultura del esfuerzo,
ese pringoso consenso a cuyo calor de establo se arrebujan tantos falsos humildes),
el peor enemigo del Real Madrid fue él mismo. Su enésima reconstrucción lo
tiene a medio hacer, con jugadores fuera de posición o directamente
desconcertados. Con unos laterales con profundidad y de nulo acierto
(circunstancial en Marcelo, no tan claro en Danilo), un mediocampo trufado de
imprecisiones, con un Isco adornándose a sí mismo en sus ratos de soledad (nos
pasa a muchos), un Ronaldo insufrible y un Bale como boya autista que apenas
adquiere sentido con espacios para darle gusto a las piernas. Un montoncito de
piezas, pr(inc)esas de un cuento infinito.
Por supuesto, no pretendo dramatizar (nunca quise narrar esa historia porque pudiera resultar conmovedora), es
seguro que en las jornadas sucesivas el Madrid irá consiguiendo salir de la
celda que le plantea el contrario de clase media antes de que se agote el grifo de los
minutos. Tampoco se es un audaz profeta si se vaticina que en mayo los blancos
estarán peleándolo todo. Pero, simultáneamente, me provoca una cierta
melancolía continuar deseando a ver si
uno de estos días se aprende a montar un proyecto sin tener que dar tantos rodeos. Porque, al fin y al cabo, épicas
literarias aparte, toda esta historia tan
sólo me importa porque es mi equipo.
miércoles, 19 de agosto de 2015
El estilo del columnista
La categorización de Umbral como estilista empequeñecido esconde un ataque hacia la prensa como género. "La prensa tiene que ser prosa sin poesía: pura racionalidad." ¡No se puede envolver el pescado en papel de regalo!
Entiendo el peligro de que el columnista se convierta en un monologuista pagado de sí mismo. La realidad no puede ser un pretexto, sino la base. Ahora bien, está por demostrar que el roce del estilo con la realidad siempre produzca engendros.
Dulcinea, de Marcel Duchamp
Ardua pero plausible, la pintura
cambia la blanca tela en pardo llano
y en Dulcinea al polvo castellano,
torbellino resuelto en escultura.
Transeúnte de París, en su figura
–molino de ficciones, inhumano
rigor y geometría– Eros tirano
desnuda en cinco chorros su estatura.
Mujer en rotación que se disgrega
y es surtidor de sesgos y reflejos:
mientras más se desviste, más se niega.
La mente es una cámara de espejos;
invisible en el cuadro, Dulcinea
perdura: fue mujer y ya es idea.
cambia la blanca tela en pardo llano
y en Dulcinea al polvo castellano,
torbellino resuelto en escultura.
Transeúnte de París, en su figura
–molino de ficciones, inhumano
rigor y geometría– Eros tirano
desnuda en cinco chorros su estatura.
Mujer en rotación que se disgrega
y es surtidor de sesgos y reflejos:
mientras más se desviste, más se niega.
La mente es una cámara de espejos;
invisible en el cuadro, Dulcinea
perdura: fue mujer y ya es idea.
jueves, 13 de agosto de 2015
El error de la paloma
Cuando alguien se queja de los obstáculos que la realidad le plantea, alegando que con un camino expedito (o, al menos, más fácil) sus logros serían mayores, incurre en un grave error. Empleaba Kant la metáfora de la paloma que se lamentaba de la resistencia del aire que frenaba sus alas. El ave confiaba en que volar en el vacío le resultaría mucho más sencillo, demostrando su ignorancia acerca de la naturaleza de su propio vuelo. Invocar una vida cuesta abajo puede resultar tentador, pero la realidad se empeña en demostrar que no hay salto sin valla.
Son muy escasas las acciones faltas de referencia, auténticamente nihilistas. Ese ímpetu repentino que te lleva a suicidarte o a acostarte pronto.
sábado, 8 de agosto de 2015
El problema de las democracias
Esto de Baggini:
"El reto del mainstream para contrarrestar a los populistas es inmenso. La tentación es jugar a su juego, tratando de superar su oferta con simplificaciones y promesas poco realistas. Esa es una manera segura de perder. La única estrategia sostenible es reconstruir la confianza ladrillo a ladrillo, demostrando la seriedad y la integridad de que carecen los populistas. El problema es que, por el momento, esa seriedad e integridad es justo de lo que carece una generación política esclava de la gestión de la imagen"
"El reto del mainstream para contrarrestar a los populistas es inmenso. La tentación es jugar a su juego, tratando de superar su oferta con simplificaciones y promesas poco realistas. Esa es una manera segura de perder. La única estrategia sostenible es reconstruir la confianza ladrillo a ladrillo, demostrando la seriedad y la integridad de que carecen los populistas. El problema es que, por el momento, esa seriedad e integridad es justo de lo que carece una generación política esclava de la gestión de la imagen"
lunes, 3 de agosto de 2015
Los justos
Un hombre que cultiva su
jardín, como quería Voltaire.
El que agradece que en la tierra haya música.
El que descubre con placer una etimología.
Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez.
El ceramista que premedita un color y una forma.
El tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada.
Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto.
El que acaricia a un animal dormido.
El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho.
El que agradece que en la tierra haya Stevenson.
El que prefiere que los otros tengan razón.
Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo.
El que agradece que en la tierra haya música.
El que descubre con placer una etimología.
Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez.
El ceramista que premedita un color y una forma.
El tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada.
Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto.
El que acaricia a un animal dormido.
El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho.
El que agradece que en la tierra haya Stevenson.
El que prefiere que los otros tengan razón.
Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo.
Siempre me conmovió este poema de
Borges, que evoca por medio de gestos sencillos la apacibilidad que transmite
lo humano. Once pequeñas reconciliaciones con el mundo.
Me resulta necesaria, no
obstante, una condición previa para el recogimiento en su lectura: asumir la
lucidez por parte de los protagonistas. El entusiasmo por lo humilde, para ser
de verdad reconfortante, ha de ser buscado y elegido. La diferencia meritoria (o incluso moral;
hasta qué punto la moral está relacionada con el mérito es un tema interesante)
es la misma que existe entre un mecánico y un orfebre.
sábado, 1 de agosto de 2015
Salinger
Decía
Sting que todas las letras de las canciones pueden resumirse en un pequeño
puñado de lugares comunes: me quieres, no me quieres, te echo de menos, te
engañé o me engañaste… La literatura se pretende más amplia, pero tampoco
consigue escapar a la repetición de los leitmotivs más eficaces. Escritores
diversos cultivan el mismo personaje, la misma circunstancia, el mismo
panorama, la misma atmósfera, con leves variaciones de contexto. Por norma
general, terminan en el altar de un mismo público.
Pienso
en Hesse o en Salinger, en menor medida en Camus. Sus maniobras son similares.
Sitúan una mente excepcional, superior, en un carácter turbado y desmañado, y
describen las magulladuras que sufre una inteligencia sin asidero. Una
inteligencia dolorosa. El vértigo inherente al que se sabe perdido (que no es lo mismo que estar perdido). Terreno propicio para la identificación
adolescente, sin duda, circunstancia que por otra parte no debe ser
derogatoria. Primero, porque no sólo no es indeseable para el autor sino muchas
veces buscada (Salinger es el mayor narrador de la adolescencia
autoconsciente). Y además, porque quizá haya más de adolescente de lo que se
quiera reconocer en aquellos a quienes verdaderamente describen las obras. Y si
una inteligencia así es una herida, la madurez equivale entonces a gestionar el
dolor.
jueves, 30 de julio de 2015
miércoles, 29 de julio de 2015
Fugacidad
A pesar de que habitualmente no somos conscientes, nuestra
realidad es más frágil y efímera de lo que parece. Inmersos en el cómodo
marasmo de lo cotidiano, vemos pasar la vida como una sucesión de cíclicas
rutinas, y nunca empleamos un segundo en cuestionar el supuesto control que
aparentamos poseer sobre nuestra existencia. En cierta manera, dentro de un
marco y unas condiciones, tenemos asumida la categoría de omnipotentes; quizá
no explícitamente, pero no por ello de modo menos soberbio. Sin embargo, un día
cualquiera, un determinado aspecto que nos parecía de naturaleza imperturbable
e inamovible, varía sin previo aviso. De repente, readquirimos la lucidez
insensatamente ignorada y comprobamos con desolación que el ego nos engañaba,
que nada dura eternamente, y, lo que es peor, que lo perdido no regresa jamás,
y, si lo hace, será irremediablemente distinto.
Es por esto por lo que tenemos tanto miedo a los cambios. No
sólo porque la nueva realidad pueda resultar menos gratificante que la anterior,
sino porque ponen de manifiesto nuestra vulnerabilidad. Tiran del débil manto
del ficticio dominio autoatribuido, y comprobamos con horror que el pretendido
emperador siempre se halló desnudo, a merced de la tempestad. Es entonces
cuando lloramos, impotentes ante nuestra debilidad, y en medio del crujir de
dientes nos flagelamos por no haber aprovechado lo suficiente las
circunstancias antes de que se diluyeran en el inalcanzable pasado, o por no
haber hecho más para finalizar proyectos ya imposibles, en un lastimero
ejercicio tan comprensible como patético.
No obstante, algunos, los más afortunados, con el paso del
tiempo y el golpear de las experiencias, terminamos asimilando la levedad de
nuestra posición. Aprendemos (a la fuerza ahorcan) a aceptar todo lo que nos
sucede, ya sea con alegre entusiasmo o con cínica resignación, sabedores de que
el derecho al pataleo puede consolar pero jamás reparar y que la adaptación a
lo nuevo es el camino más corto para regresar al estatus del inestable bienestar.
Incluso llega un momento en que conseguimos observar lo perdido no embargados
de pena por lo irremediable, sino con un llevadero sentimiento de acogedora
nostalgia. A veces, hasta encontramos un secreto placer fantaseando con lo que
hubiera podido ser y se desperdició, del mismo modo que había encanto en la
trémula voz con que León Felipe suplicaba amargamente al Quijote derrotado.
Quienes consiguen llegar hasta ese punto de aceptación del
carácter irremisible de los acontecimientos y son capaces de extraer y
conservar lo satisfactorio de las cuitas que les ocurren, obtienen la verdadera
victoria sobre la realidad, tal y como explicó Rudyard Kipling. La victoria del
que, en lugar de negar la complejidad o lamentarse por ella, la tolera y asume, y la utiliza para su
propio regocijo. La única victoria posible del hombre frente a las
circunstancias: comprender que el único sentido lícito que puede tener la vida
es la felicidad, y actuar en consecuencia.
La obra de Cioran
Uno de los principales
hábitos de la burguesía acomodada (y acaso el mayor de sus discretos encantos)
es la búsqueda del estímulo intelectual desde la seguridad del reposo, el ansia
de la sacudida que despierta del letargo y excita la conciencia pero que
renuncia a la molesta incertidumbre del riesgo. No es de extrañar, entonces, el
aprecio de los burgueses hacia la filosofía, capaz de instigar o turbar al
espíritu de diversas maneras, sin menoscabo alguno del complacido estómago. Esta
visión entiende el pensamiento como un chispazo esporádico, desentumecedor
puntual que siempre permite, una vez saciada la avidez y calmado el tedio,
regresar al marasmo de lo cotidiano sin mayores consecuencias. Convencidos de
la invulnerabilidad de su punto de partida, muchos se asoman a la obra de
Cioran esperando hallar un nuevo divertimento cuya originalidad no lo hará
menos inofensivo. Así, imbuidos en el mayor de los equívocos debido a unas
erradas expectativas, se adentran en el discurso del pensador rumano sin
preparación ni anestesia, subestimando la trágica capacidad sugestiva que se cuela en el ánimo e instala
irreversiblemente la desasosegante imagen de un universo sin esperanza. Y,
cuando al fin son conscientes de la equivocación de considerarlo uno más, es
demasiado tarde.
Porque la obra de
Cioran es única, tanto por su incapacidad para ser encasillada en categorías
más o menos inteligibles como por la incomparable perspectiva: el cinismo y el
escepticismo llevados a un extremo al que nadie se había atrevido. Su discurso
niega todo (incluso a sí mismo), desmiente el prestigio y el fundamento de
cualquier afirmación. Frente a él, todas nuestras convicciones se desmontan,
las idealistas y las pragmáticas, las utopías y las lúcidas serenidades de
quienes se consideran pesimistas (terminamos, ay, reducidos a una patética
caricatura). Por si fuera poco, ni siquiera queda el consuelo del derrotado que
se resigna comprobando y aceptando la grandeza de quien le venció, pues Cioran
no presenta en ningún momento alternativa alguna. La drástica demolición no
busca ver triunfante nada que sustituya lo derruido. El crudo pensamiento de
Emil se considera tan inane como las premisas que destruye. ¿Cómo se puede
refutar lo que en ningún momento aspira a ratificarse? Todo es inútil, no hay
forma de contraponer alegatos a la plenitud del escepticismo que asume el vacío
como base de cualquier postura. Se trata de una suerte de filosofía kamikaze,
que se inmola y arrasa cruelmente, con el infinito convertido en daños
colaterales.
¿Y qué queda, entonces?
Una vez se nos ha arrebatado la confianza en cualquier ideal, una vez que se
nos ha mostrado la futilidad de cualquier empresa, una vez que se ha renunciado
no ya a comprender el sentido de la existencia o a otorgarle uno, sino que se ha
catalogado como pomposa estupidez la idea misma de sentido, una vez que la
Verdad nos ha arrastrado como un poderoso (e innegable) caudal y nos ha
envuelto en espirales de desesperación, ¿cuál es el siguiente paso? El frío
interrogante es tan angustioso y amargo como el proceso que nos llevó a
plantearlo. Me temo que habrá de responderlo quien haya conseguido aceptar y
asumir tan terribles circunstancias. Nadie salvo Cioran parece haberlo logrado,
no por empecinamiento en mantenernos engañados, sino por mera incapacidad. “La lucidez es el único vicio que hace al
hombre libre. Pero libre en un desierto”. Quizá la única esperanza de la
humanidad resida en su falta de lucidez, en su afán por comprender lo que no
necesita comprensión, en su necesidad absurda de atribuir significados. En
cualquier caso, Cioran es el audaz explorador que hace que, sin llegar más que
a vislumbrarlo, nos invada el congojo ante el abismo, y nos demuestra el error
de minusvalorar a la filosofía (¡que no es sino fuente de lucidez!) considerándola
como territorio manso o lugar de recreo burgués. Para bien o para mal, nos ha
señalado la luna, aunque, pobres de nosotros, tengamos que conformarnos con
balbucear espantados observando el osado dedo.
domingo, 26 de julio de 2015
Limitaciones
La naturaleza del escritor es inevitablemente impulsiva,
pues la escritura es una búsqueda instintiva de alivio. Un inconsciente acto de
defensa, si se prefiere. Hay algo que reconcome el alma, un pensamiento que
perturba, una inquietud que ronda, y se usa la palabra para arreglar el
desaguisado, dando forma a lo inconcreto. Escribir es clarificar el problema,
situándonos feliz y ciegamente por encima, como si exponerlo y hacerlo verbo
equivaliese a resolverlo. Se trata de un remedio absolutamente insustancial y
pueril, pero efectivo. El ímpetu de escribir aleja toda perspectiva, te hace
sentirte elevado sin justificación alguna. Cuántas desazones he disipado
candorosamente de este modo. Bendito bálsamo otorgador de plenitud.
¿Por qué, entonces, encuentro cada vez menor encanto en tal
catarsis? ¿Por qué, con el paso de los años, ese ardoroso impulso paliativo,
ese sencillo truco, ha perdido eficacia? ¿Por qué ya no sacia las leoninas
hambres del espíritu? Tiendo a pensar que es por la adquisición de enfoques
menos exaltados, más humildes. El alivio que aporta la escritura lleva aparejada una gran dosis de orgullo por la fiabilidad y la precisión en el uso de la
palabra. No se es estrictamente consciente, pero el consuelo deriva de la
autosatisfacción desmedida. El goce alcanzado es desproporcionadamente
exagerado frente al logro obtenido. Sin embargo, poco a poco nos hacemos más
sabios, y somos capaces de analizar más fríamente. Con el tiempo se sosiega el
delirio, cuestionando la febril locuacidad pretendidamente genial de la que deviene
el desahogo. Se gana perspectiva, se ponen los pies en el suelo, se huye del
histrionismo y la locura, y, en esa dimensión tan asquerosamente juiciosa, lo
que antes funcionaba, ahora resulta patético e inane.
La lucidez, una vez más (¡lo diré ciento!), arrebata la
felicidad.
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