lunes, 5 de octubre de 2015

J7. Atlético de Madrid 1 - Real Madrid 1

"Estupidez es hacer lo mismo una y otra vez esperando resultados diferentes." Albert Einstein


Como un pianista que vicia una digitación, ha desarrollado el Madrid un reflejo defensivo tras cada gol que va camino de constituirse como marca de la casa. El planteamiento es tan predecible como desesperante: una salida con tintes de autoridad, el ritmo que se va reduciendo y una confianza en la inercia de la superioridad que cuando culmina mal no deja ni el racial consuelo del puñetazo en la barra. Las lesiones de James y Bale son un atenuante, pero aun así las posibilidades son mucho mayores que las que ofrece el equipo a día de hoy. 

Comenzó el encuentro con el viento a favor, con un Carvajal incisivo que desnudó las miserias de Filipe y dejaba a Benzemá como pichichi en solitario (todos los felinos tenían uñas, por más que dudáramos). A partir de ese momento, el Madrid sacó el reloj de bolsillo y especuló, deliberadamente ciego a las dudas que presentaba su rival. Este Atlético de Simeone es el de menor carácter de los últimos años. Practica una suerte de cholismo diluido, de menor intensidad, aunque de igual marrullería. Menos voraz, su peligro es más sutil. Para mí más débil. El mal tiene naturaleza radical, y no tiene cabida en ropajes socialdemócratas.

Cuando el Madrid se repliega, esperando el maná de la contra (cada vez más difícil, pues cada jornada disminuye el número de efectivos con que las corre), el partido se adormece en un letargo insoportable. Sólo los chispazos de Modric animan ligeramente el discurrir, pues Isco, al verse solo, se pierde en peleas consigo mismo, Marcelo está plano, Ronaldo irreconocible y Kroos errático. Quien emergió con una seriedad inesperada fue Casemiro, que dio un recital de mando y barrió como un universitario, en homenaje a Carmena, y no perdió los nervios ni con la amarilla surrealista que le dedicó Undiano, que hace tiempo que parece arbitrar al peso.

El otro héroe madridista de este comienzo de temporada es Keylor Navas, hasta tal punto que Florentino debería darle la insignia de oro y brillantes al becario que lleva el fax de Manchester. El costarricense se muestra pletórico, seguro por alto, agilísimo, con un carisma arrollador y capaz de arreglar los desaguisados que provoca la abstinencia sexual en Sergio Ramos. Sólo un rebote tras una serie de errores garrafales por parte de Arbeloa consiguió franquear su puerta. Para entonces, el Madrid se hallaba incapaz de despertar, y, en medio del remoloneo de lunes por la mañana, a punto estuvo de llegar el segundo en un tiro de Jackson (los de Torres no es que no fueran a portería, es que se perdían en saque de banda). El pitido final nos dejó con un sabor peor que el de la derrota: el de la indefinición.

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