jueves, 19 de noviembre de 2015

Hedonismo sin complejos

Cada vez estoy más convencido de que no hay nada que tenga peor prensa actualmente que el placer. El placer despreocupado, sin reservas ni deudas, supone un anatema terrible, y tiene tantos enemigos que no se vislumbra el horizonte. De un lado, los biempensantes. "Con la que está cayendo" como encíclica grabada a fuego. Las circunstancias impiden hacer gala de la felicidad coyuntural. Lo oportuno son los golpes de pecho por doquier y la expresión compungida, plena de solemnidad, mientras se pelan las gambas. Si el deleite sólo será justificable cuando la justicia (a ver quién me la define, por cierto) campe a sus anchas, voy a por una silla. Luego, los puritanos, endurecida facción de los anteriores. Alentar el placer, ¿no colabora innoblemente con el patente desenfreno reinante? La vida no es eso, dicen, y el gusto ya no es frivolidad sino directamente pecado a extirpar. Siempre hay una responsabilidad superior, para con los demás o para con la moral, dispuesta a alzar la ceja. El egoísmo es lo peor que ha ocurrido, disparate semejante a que los pasajeros del avión maldigan la gasolina que le permite despegar. Por último, los sabios que han desentrañado tu mecanismo mental sin necesidad de levantarse del sofá, menudos son. "La libertad individual no existe, y lo que crees búsqueda autónoma del bienestar no es más que una serie de inevitables respuestas a los estímulos que manipulan tu ceguera". Confunden libertad con omnipotencia, claro. La libertad de elección es una forma de relacionarse con las condiciones de la realidad, no el capricho de abolirlas y la posterior frustración por no poder conseguirlo. Llevando al extremo su razonamiento, nadie puede ser libre mientras no pueda decirle al corazón: "deja de latir". Estos paladines del determinismo, por supuesto, tienen como diana favorita el consumo. "Influyen para crearte necesidades. Está todo pensado para que disfrutes con la avidez". Cuando, en realidad, el consumo es consecuencia de la avidez por disfrutar, necesidad tan rechazable para ellos como auténticamente humana. Para su desgracia, es la libertad quien permite abrazar el hedonismo a la vez que cuestionar la jerarquía de placeres establecida. En fin. Algunos no estamos dispuestos a rechazar las posibilidades que se brindan (conociendo sus consecuencias, por supuesto), en virtud no sé qué motivaciones superiores revestidas de moralina o de ascética sabiduría. Como dijo Churchill: "Mis gustos son muy sencillos: me conformo con lo mejor".

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