sábado, 1 de agosto de 2015

Salinger

Decía Sting que todas las letras de las canciones pueden resumirse en un pequeño puñado de lugares comunes: me quieres, no me quieres, te echo de menos, te engañé o me engañaste… La literatura se pretende más amplia, pero tampoco consigue escapar a la repetición de los leitmotivs más eficaces. Escritores diversos cultivan el mismo personaje, la misma circunstancia, el mismo panorama, la misma atmósfera, con leves variaciones de contexto. Por norma general, terminan en el altar de un mismo público.


Pienso en Hesse o en Salinger, en menor medida en Camus. Sus maniobras son similares. Sitúan una mente excepcional, superior, en un carácter turbado y desmañado, y describen las magulladuras que sufre una inteligencia sin asidero. Una inteligencia dolorosa. El vértigo inherente al que se sabe perdido (que no es lo mismo que estar perdido). Terreno propicio para la identificación adolescente, sin duda, circunstancia que por otra parte no debe ser derogatoria. Primero, porque no sólo no es indeseable para el autor sino muchas veces buscada (Salinger es el mayor narrador de la adolescencia autoconsciente). Y además, porque quizá haya más de adolescente de lo que se quiera reconocer en aquellos a quienes verdaderamente describen las obras. Y si una inteligencia así es una herida, la madurez equivale entonces a gestionar el dolor.

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