"Mendigo como soy, también soy pobre en agradecimiento"
William Shakespeare
Es curioso comprobar cómo las personas más lúcidas suelen ser las más agradecidas. Acaso por haber asumido auténticamente, y no sólo de boquilla, el carácter áspero de la vida, son las más resueltas a valorar un gesto desprendido. Al fin y al cabo, son las bocas distintas al asno las que aprecian la miel.
La ingratitud es más propia de espíritus míseros, apaleados o caprichosos, que encuentran su refugio en la autocompasión. Si, por alguna circunstancia, reciben la comprensión, el consejo, o incluso el afecto de gente más elevada, acaban atesorando un secreto orgullo que blinda su supuesto merecimiento de tan altruistas atenciones. La costumbre se hace norma, y la norma, ley. Henchidos y mezquinos, a partir de entonces exigirán "lo que les corresponde", autonombrándose acreedores de la espontánea generosidad en un espectáculo tan patético como habitual.
Corolario: sólo hay que darle pan a quien tenga dientes.
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