lunes, 3 de agosto de 2015

Los justos

Un hombre que cultiva su jardín, como quería Voltaire.
El que agradece que en la tierra haya música.
El que descubre con placer una etimología.
Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez.
El ceramista que premedita un color y una forma.
El tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada.
Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto.
El que acaricia a un animal dormido.
El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho.
El que agradece que en la tierra haya Stevenson.
El que prefiere que los otros tengan razón.
Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo.

Siempre me conmovió este poema de Borges, que evoca por medio de gestos sencillos la apacibilidad que transmite lo humano. Once pequeñas reconciliaciones con el mundo.


Me resulta necesaria, no obstante, una condición previa para el recogimiento en su lectura: asumir la lucidez por parte de los protagonistas. El entusiasmo por lo humilde, para ser de verdad reconfortante, ha de ser buscado y elegido.  La diferencia meritoria (o incluso moral; hasta qué punto la moral está relacionada con el mérito es un tema interesante) es la misma que existe entre un mecánico y un orfebre.

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