lunes, 24 de agosto de 2015

J1. Sporting 0 - Real Madrid 0

Yo quiero regalarte una poesía
Tú sientes que estoy dando las noticias


Vive el Madrid en una especie de eterno retorno profundamente agotador para sus seguidores. La temporada pasada terminó con una sensación agridulce, penando por el fracaso y el terrible contraste de los laureles rivales, pero al mismo tiempo con el convencimiento de que, tapando las goteras y comprando un depósito de gasolina más grande para la calefacción, la situación sería propicia de nuevo para el asalto al triunfo. En lugar de esto, le hemos metido fuego a la casa y nos hemos vuelto a mudar. De la socialdemocracia ancelottiana a un corsé más ortodoxo, al que habrá que dar tiempo para que cuaje, como cuaja la nieve o, ay, la sangre. Los madridistas quisiéramos llenarle los bolsillos de guerras ganadas, pero no está en nuestra mano.

Del partido del Molinón no hay mucho que desgranar. Más allá de las habituales lisonjas que se llevará el Sporting (la cultura del esfuerzo, ese pringoso consenso a cuyo calor de establo se arrebujan tantos falsos humildes), el peor enemigo del Real Madrid fue él mismo. Su enésima reconstrucción lo tiene a medio hacer, con jugadores fuera de posición o directamente desconcertados. Con unos laterales con profundidad y de nulo acierto (circunstancial en Marcelo, no tan claro en Danilo), un mediocampo trufado de imprecisiones, con un Isco adornándose a sí mismo en sus ratos de soledad (nos pasa a muchos), un Ronaldo insufrible y un Bale como boya autista que apenas adquiere sentido con espacios para darle gusto a las piernas. Un montoncito de piezas, pr(inc)esas de un cuento infinito. Por supuesto, no pretendo dramatizar (nunca quise narrar esa historia porque pudiera resultar conmovedora), es seguro que en las jornadas sucesivas el Madrid irá consiguiendo salir de la celda que le plantea el contrario de clase media antes de que se agote el grifo de los minutos. Tampoco se es un audaz profeta si se vaticina que en mayo los blancos estarán peleándolo todo. Pero, simultáneamente, me provoca una cierta melancolía continuar deseando a ver si uno de estos días se aprende a montar un proyecto sin tener que dar tantos rodeos. Porque, al fin y al cabo, épicas literarias aparte, toda esta historia tan sólo me importa porque es mi equipo.



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