lunes, 26 de noviembre de 2018

Qué puedo hacer (13)

MIÉRCOLES
Durante la guardia, bromas por parte de las enfermeras y médicas de Nájera sobre mi libro de Foster Wallace. Qué cosas más raras, etcétera, mientras ven Telecinco entre paciente y paciente. Justo entonces encuentro un fragmento interesantísimo sobre la televisión: 

"Los americanos ya no parecían unidos tanto por creencias comunes como por imágenes comunes: lo que nos une se ha convertido en aquello de lo que somos testigos".

Reflexiono sobre las repercusiones de esto. Esa sensación de unidad derivada de los referentes culturales compartidos constituye el puntal de la falsa autopercepción de cierta clase media ("veo la misma tv que los ricos, luego no estamos tan lejos socialmente"), y acaso también un insospechado cortafuegos posmoderno castrador de revoluciones. De inmediato me viene a la mente aquel independentista catalán que afirmaba que, estratégicamente, resultaba prioritario acabar con las emisiones en Cataluña de las televisiones españolas, para torpedear en la medida de lo posible todos los lazos cotidianos que sustentasen una cosmovisión unionista.

Una de las enfermeras me ve rumiando, y me ofrece pipas en una pausa publicitaria. No me queda más remedio que aceptar, a ver si así fuerzo el vínculo con lo sanitario de una vez por todas.

DOMINGO
Aún resacoso tras el triplete, me permito un viaje gastronómico al casco viejo de Vitoria con C. y M. En un momento dado me sorprendo en una suerte de herriko celebrando los goles del Betis al Barcelona mientras acaricio al perro de algún abertzale. Como postal surrealista no la habría firmado ni el mismísimo André Breton. Es un gran día.

LUNES
Muere Stan Lee. En el mismo año que Ditko. Los dos creadores del héroe de mi infancia, que no es Spiderman, sino Peter Parker. Parece lo mismo, pero no. 

MARTES
Con la excusa de la nominación al Emmy, me trago entera en escasos días la serie de Ignatius Farray: El fin de la comedia. El argumento no resulta excesivamente original, pues trabaja la idea de otras previas como ¿Qué fue de Jorge Sanz?, y además los chistes y cameos quedan habitualmente forzados y poco verosímiles. Sin embargo, la parte no humorística me parece soberbia. Realista en su cutrez, tiene instantes brillantes en los que la angustia del perdedor atraviesa la cuarta pared. En todo momento hay un atisbo de amargura, no siempre explícito pero poco obviable, que me produce una inesperada y fascinante empatía. No, la serie no tiene ni puta gracia. Ni falta que le hace.

JUEVES
Tarareo mentalmente las canciones de Rosalía mientras la adjunta pasa consulta. Rosalía tiene todo para gustarme, aunque, conociéndome, no es descartable que termine desdeñándola por culpa de la legión de atorrantes seguidores, conformada por fachillas tabarnianos atraídos gracias a su (ciertamente atractivo) estética poligonera españolista, y, lo que resulta muchísimo peor, por modernillos semicultos. 

Solo las cosas verdaderamente fantásticas pueden sobreponerse a que la mayor parte de sus fans sean insoportables. A bote pronto, solo se me ocurre el Real Madrid. Está por comprobar el nivel de la grandeza de Rosalía. De momento, contemplando a CEU San Pablos y malasañeros jugando a quinquis de extrarradio, y pese a lo pegadizo de su fraseo, para que ocupe puesto en el olimpo de mis afectos, la cosa pinta malamente.

LUNES
La vuelta de L. no basta para alegrarme el saliente: es el cumpleaños de otra L. Debería prepararme la exposición de la semana que viene, pero soy incapaz, de modo que compro un regalo para la madre de P. y salgo a correr. Uno sabe que el día no aportará nada cuando tiene que recurrir a los mismos remedios que Murakami. 

VIERNES
Falto al trabajo, enfermo, y el hastío me resulta peor que la tiritona. Aprovecho mi encamamiento para hacerle la lista de canciones de Nacho Vegas que le prometí a V. Hay veces en que pienso que estoy convirtiendo escuchar a Nacho Vegas, The Smiths and co. en un tópico. Aunque los que me conocen de verdad saben que en mi caso la tristeza no es en ningún caso coquetería o atrezzo, sino fogonazos fugaces de la constatación del terrible sentido único en la trayectoria lineal de la vida.  

Luego intento enumerar cuántos me conocen de verdad.

jueves, 8 de noviembre de 2018

Qué puedo hacer (12)

VIERNES
En Alcalá de Henares está la casa de Manuel Azaña, que es como decir que se encuentra parte de lo mejor del pasado de España. En Alcalá de Henares también está I., que es como decir que se encuentra parte de lo mejor de mi pasado. Como en casi todas mis grandes amistades, he olvidado si se cimentó sobre un momento crucial concreto. Aunque tengo claro que nuestro vínculo se intensificó porque ambos hemos estado perdidos en algún momento, si bien es cierto que ella sale de esos trances mejor que yo, probablemente porque es más inteligente. Como mínimo, en lo que concierne a esa inteligencia práctica que no se basa tanto en acumular conocimiento y experiencias (que también, por supuesto), sino en la dosis de pragmatismo que permite enfocar la vida desde una mentalidad más prosaica sin perder del todo la lucidez. Utilizando los recursos cognitivos a conciencia para estudiar una oposición, afrontar una rutina y similares circunstancias siniestras.

SÁBADO
Me despido de I. para, una vez llegado a Granada, comprobar que mi padre se halla realmente preocupado por su estado de salud. La Medicina que no cesa, que diría Miguel Hernández. El primer poeta que me descubrió mi padre. 

DOMINGO
La manita que el Barça endosa al Madrid provoca que los madridistas, cabizbajos, parezcan los galos de las historietas de Astérix cuando les preguntaban por la batalla de Alesia contra los romanos. "¡No sé de qué me estás hablando!". En mi caso, la constatación de lo desmesuradamente inmerecido del resultado no me embarga de frustración como en otras ocasiones. Acaso una ligera sensación de lástima por la guillotina preparada para un entrenador que se la jugó por nosotros, pero nada más: un leve rezongo por la suerte que han tenido los malos. Si esto es madurar, no estoy seguro de que me entusiasme la idea.



MARTES
Acabo la irregular No, mamá, no de Verity Bargate, y decido que le daré la tercera oportunidad a Foster Wallace cuando termine con Zweig. Resulta curioso que los soliloquios de un solitario obsesionado con interpretar literariamente un deporte como vía de escape no me hayan causado hasta ahora la fascinación que a priori deberían. De cualquier manera, el talento del norteamericano está fuera de toda duda.

Hace años mi ex se cabreaba cuando yo me comparaba en broma con Jabois (la 2011-12 eran los tiempos indecorosamente felices del mourinhismo canalla y el follar con amor), pues ella, en un ejercicio de vergonzante exageración, me decía que un día me presentaría a sus amigas en las cenas de gala de la alta societat como al Foster Wallace español. Para ilustrar el nivel de sus hipérboles (y en general del exceso que modulaba nuestra relación, que era justamente eso: excesiva), sirva como ejemplo su convencida afirmación de que yo era guapísimo.

Por último, hay otro aspecto importante a considerar a la hora de una identificación con Foster Wallace: se terminó suicidando. 

MIÉRCOLES
El arrojo patético de la Cultural Leonesa contra el Barcelona tiene su castigo en el minuto 95. Esta aguda reflexión antigua de Iñako Díaz-Guerra: "Dembélé representa muchísimo mis 21 años. Decide casi siempre mal, no sabe qué está pasando ni qué hace allí ni cómo ha llegado y da la sensación de ir improvisando siempre. Su ventaja es que le sobra talento". 

VIERNES
Toda la coherencia que me impide comprar por Amazon o participar en las formas explotadoras del capitalismo "colaborativo" se escapa por el sumidero cuando mi familia me empuja al Black Friday. Evito la culpa al mirarme en el espejo con la chupa de cuero nueva gracias a la anécdota de Juan Tallón, quien asegura que su padre aprobó el examen de conducir pese a no tener ni idea porque se puso traje. La ropa te saca de muchos atolladeros.

DOMINGO
En La conjura de los necios Ignatius Reilly se presentaba un día a pedir trabajo y, casi sin explicarle en qué consistía el empleo, le exigían ser limpio, muy trabajador, de fiar y callado. "¿Pero qué clase de monstruo quieren?", preguntaba asustado, y se iba.

Recuerdo la escena porque mañana empiezo un triplete de guardias.

lunes, 29 de octubre de 2018

J 10. Barcelona 5 - Real Madrid 1

"Brasil elige presidente al ultra Bolsonaro por amplia mayoría"
"El Barça fulmina al Real Madrid y sentencia a Lopetegui"
EL PAÍS


El Madrid salió del Camp Nou recordando a la tenebrosa primera mitad de los noventa, con un estadio enfervorecido jaleando una goleada tan exagerada como inapelable, unos jugadores impotentes y un entrenador que adquirió en sus estertores los aires de sepulturero que llevaba jornadas tratando de evitar. Ni rastro del marvelómano conjunto que ha tiranizado Europa en el último lustro, como si, huidos Zidane y Cristiano, el tapón de la bañera hubiese saltado por los aires llevándose la gloria por el sumidero.

El equipo empezó el encuentro paralizado por el terror, rubricado en la alineación con la inclusión de un Nacho que de tan multiusos defensivo ha devenido en un Arbeloa sin twitter. El pánico ni siquiera sirvió para guarecer la autopista de la banda derecha, por la que transitó el amotillo de Jordi Alba (conociendo al interfecto, sin duda se trataba de una vespino robada) tanto como quiso, que fue hasta que el partido iba ya 2-0. Bale, quieto en su pedestal de indolencia, señalaba con el dedo las carreras del lateral culé mientras éste lo dejaba atrás. El que avisa no es traidor, qué quieren ustedes que haga el muchacho. Pero si la solidaridad de los atacantes madridistas brillaba por su ausencia, el paupérrimo desempeño de los defensas blancos, con Varane y Casemiro a la cabeza, no tenía autoridad moral para reprochar nada a nadie. El FCB, sin esfuerzo, barrió a su rival en la primera mitad con toda justicia.

La reanudación tras el descanso nos dejó una disposición antitética. Bastó sacar a Nacho del lateral por un voluntarioso Lucas para que el Madrid, ahora sí bien colocado en el campo, dominase al Barcelona a partir de la presión alta. Un gol de Marcelo, un tiro al poste de Modric, un cabezazo de Benzema en área pequeña, un penalti no pitado sobre Isco y otro puñado de ocasiones falladas en el último momento demostraron de manera cruel que, sin Messi, el equipo azulgrana (y sobre todo, su pareja de centrales) es tremendamente vulnerable. Valverde echaba el cerrojo amontonando defensas, confiando en aprovechar con velocidad los riesgos que el Madrid dejaba a su espalda. La fiereza de un motivado Suárez (para rematar y para dejar los tacos en la tibia de Nacho, "sigan, sigan" dijo el árbitro) colocó la puntilla, y afortunadamente el tercer gol llegó ya muy tardíamente: de otra manera en lugar de cinco habrían caído ocho. El conjunto blanco había agachado la cabeza y Lopetegui tenía la suya en un cesto.

El senado tiene su veredicto, el pulgar ha girado hacia el suelo y la República romana ya está buscando a su Lucio Cornelio Sila periódico que enderece el rumbo: un italiano dispuesto a servir disciplinadas lentejas de uno a cero en el largo invierno madridista que se ha de extender hasta febrero. No es el plan que más me apasiona. Pero mi apuesta por la Catorcésima permanece inalterable, y no se debe a la inquebrantable y arrogante fe en la victoria que los antis reprochan al pueblo madridista, sino más bien a la convicción racional de que, viendo la vulgaridad de los rivales, con un fichaje por línea (estén o no estos ya en la plantilla), el viejo Madrid se presentará a su continua cita con la historia con tantas posibilidades como siempre.

martes, 23 de octubre de 2018

Qué puedo hacer (11)

MIÉRCOLES
Cine en casa de M. Cada vez que veo Una historia del Bronx, aun con sus clichés y su aire naive, no puedo evitar sonreír en los mismos fragmentos. La unión paternofilial descrita en la historia me resulta un alegato emotivo de los rasgos más apreciables de aquello que se ha convenido en llamar masculinidad. La regañina de DeNiro a su hijo ("¡el obrero es el auténtico tipo duro, tu padre es el tipo duro!") es profundamente sentimental, patética en la etimología más precisa del adjetivo. La clase de discurso conmovedora a la hora de relatar las insuficiencias de una vida y despreciable a la hora de sustentar una ideología.

La película ilustra también, cómo no, las profundas miserias de la condición del varón, aunque de un modo distinto, menos posmoderno, que mi preferida en ese papel, Chasing Amy. El intervalo que va de James Brown (This is a men's world) a Ben Affleck. En cualquier caso, tiene su gracia comprobar en la semana previa a mi cumpleaños que, a sus veinticinco tacos, el film ha envejecido bastante mejor que yo.

DOMINGO
Termino La conjura contra América, de Phillip Roth. Ha merecido la pena todo el esfuerzo invertido en no saltarme las inacabables páginas describiendo la vida familiar judía y las reflexiones y miedos infantiles del crío protagonista, tediosamente creíbles. Roth realiza una presentación y un desarrollo de los personajes tan lento y monótono como necesario, y en el tramo final se desencadena la acción que rasga la tiniebla de horror cuidadosamente tejida. El encaje es perfecto, funcionando de manera magnífica, pues me deja un estupendo sabor frente a la amargada letanía de los dos tercios iniciales del libro. Si finalmente Murakami recibe el Nobel que se les negó entre otros a Roth y a Borges, el chiste se habrá contado solo.

JUEVES
Paso las primeras horas de mi cumpleaños en Urgencias, silbando canciones cubanas revolucionarias entre paciente y paciente.

No caeré otra vez en el vicio de las metáforas estúpidas. No caeré otra vez en el vicio de las metáforas estúpidas. No caeré otra vez en el vicio de las metáforas estúpidas. No caeré otra vez en el vicio de las metáforas estúpidas. No caeré...

VIERNES
Durante el viaje en coche a Granada siento que la fiesta que ayer me preparó P. (con la colaboración inestimable de C.) incide en mi idea de que tengo amigos que no merezco. Aunque, en palabras de Di Stefano, lo que no merezco también lo trinco. 

Aprovechamos y charlamos sobre las lecturas que está haciendo. En un momento dado, P. cita a Henry Ford y a Adam Smith a cuenta de la cadena de montaje, y entonces recuerdo mi antiguo optimismo positivista en los avances del progreso, cuando me informaba (¡devoraba!) a menudo acerca de este tipo de historias. Desde que estoy en La Rioja he abandonado cualquier traza de contenido al respecto en los libros que me compro. Mi actual rutina médica a lo Andrés Hurtado jamás me hubiese permitido acompañar a Mark Stevenson en su viaje optimista por el futuro, como hice en el lejano 2012. Como si la ciudad de provincias te impregnase de una atmósfera que sirviera de perenne recordatorio de que te hallas lejos de donde ocurre lo grande de la vida. Si bien es cierto que esas inconcreciones grandiosas que te hacen sublimar el género humano no dejan de ser abstracciones a veces un tanto tramposas, de puro inconcretas. Logroño no cabe duda de que es más real. Sí. Como los gatillazos o el abono orgánico.

LUNES
C. me lanza una pulla por WhatsApp a cuenta de la supuestamente oculta motivación que esconden mis abundantes viajes a Granada. Me hace reír. C. se trata de la primera persona de Logroño que conoce la existencia de este dietario. Que ella no sea ni internista ni neumóloga, sino casual y justamente psiquiatra, constituye la enésima ironía que tapiza la broma con patas en que consiste mi vida aquí. Chanzas aparte, existe un peligro derivado de esta circunstancia: el narcisismo que inevitablemente salpica al que escribe de sí sabiendo que va a ser leído. Al fin y al cabo, decía Josep Pla que la vanidad del corazón es lo único que nos hace insoportable la soledad.

La amenaza del público tiene otro reverso desagradable. Ahora mismo escribiría un párrafo acerca de lo genial que me cae C., pero se me antoja imposible explicar lo estimable que encuentro su amistad sin que parezca que quiero arrancar el aplauso fácil a base de cumplidos. La vergüenza gripa los motores no especialmente repletos de la gasolina del talento.

MIÉRCOLES
Jabois vuelve a escribir un artículo de los que yo llamo paradójicos. Esos en los que por un lado mi identificación con él resulta plena y, al mismo tiempo, su maestría literaria me arroja a eones de distancia. Siempre tan cerca y tan lejos.

JUEVES
Paso la tarde conversando con M. y recibo por correo un regalo de A. Dos chicas excepcionales, a las que la cualidad que mejor las distingue es la bondad sin fisuras. En muchas ocasiones se evita adjudicar este adjetivo a alguien porque, en un mundo donde los cabrones y los cínicos tienen tan buena prensa, parece llevar aparejado una connotación de, si no simpleza, al menos ingenuidad. Ambas desmienten semejante prejuicio. En el caso de A., por cierto, poca gente se merece tanto la felicidad de la que creo que verdaderamente goza. Oír su risa (y espero que pronto la de su hija en algún audio) constituye uno de los mayores contrapesos que conozco frente a las infinitas injusticias de la tierra.

SÁBADO
¿De verdad estoy de nuevo de guardia?

DOMINGO
Arcadi vuelve a sacar otro conejo de la chistera en forma de excepcional texto sobre James Randi, el escéptico dedicado a desentrañar engaños y estafas anticientíficas que acabó cayendo en la mentira al Estado para proteger a su pareja sin papeles de una segura deportación del país. Se pregunta Arcadi, provocador como suele, hasta qué punto tiene mayor justificación un fraude por amor que un fraude por dinero. 

Sobre los fraudes de amor, me percato de que aquí no escribo nunca de mi vida sentimental, más allá de reflexiones, inconcreciones y abstracciones, y lo único auténticamente concreto son referencias a mi pasado. En puridad, cualquiera que observe que evito hablar del tema de manera explícita podría concluir que no hay nada actual que llevarse a la boca. En lo tendente al amor es probable. Relativo al sexo, confieso que no tanto. Si caigo en la vulgaridad de efectuar esta aclaración impertinentemente íntima es porque, quizá de tanto leer a Arcadi, aun apreciando muchísimo la elegancia, soy incapaz de prescindir de la verdad. Justo como me pasa con el amor y con el sexo. De modo que el hipócrita lector (mon semblable, mon frère!) que desee identificar sus eróticas ausencias con mis silencios ha de saber, y ya lo siento, honestamente lo que hay. A veces la coherencia es un inoportuno torpedo contra el desgarro de lo poético. Pero yo, ni soy poeta, ni soy James Randi.

miércoles, 3 de octubre de 2018

Qué puedo hacer (10)

LUNES
Cuando todos los días se parecen entre sí, rellenar un párrafo requiere un esfuerzo hercúleo. Josep Pla fue capaz de conmover relatando la anodina cotidianeidad en su Quadern gris, si bien es cierto que mintió al catalogarlo de obra de juventud, pues probablemente estuvo años adornándolo. Si un genio como Pla necesitó trampas para embellecer su rutina, en mi caso la empresa resulta ridícula. No obstante, un compromiso tiene consecuencias. Joseph Conrad dijo en "Bajo la mirada de Occidente" que en la vida no hay elección: o pudrirse, o quemarse. En la escritura tampoco.

Para la próxima vez que lo cite, estaría bien haber leído algo de Conrad.

MARTES
Veo con L. una película sobre el Iraq del primer año de la Segunda Guerra del Golfo. Deplorable, no ofrece el más mínimo interés, a pesar de todo mi empeño. Comparo con mi plan del día anterior, en el que me había puesto por enésima vez la predecible y ñoña Cuando Harry encontró a Sally, y me reafirmo en el convencimiento de que la única hegemonía norteamericana que sería capaz de defender ante un tribunal (o en el despacho de la Complutense del profesor Pablo Iglesias) es la cultural. Y lo haría con verdadero fervor.

MIÉRCOLES
Parada en Madrid en el oasis de P., que me acoge con más afecto del que merezco y con una crema de calabacín fabulosa. Charlamos brevemente sobre mis sentimientos, y, aunque parece muy cansada, no pone ninguna pega a que me afane en ver el naufragio blanco del Sánchez Pizjuán en su televisor. El sopapo deportivo no me viene mal, porque me aleja de la melancolía que inunda al paleto de provincias, enamorado tan patéticamente de la capital hasta el punto de describir Puente de Vallecas como Macondo.

VIERNES
Durante dos días hago ruta por lo mejor de Granada a A. y a su novio, que quedan encantados. El Huerto del Loro y la sombra del Flashback resultan demasiado para mí, que vuelvo a casa hecho polvo. Como dijo el gallego (quien piense en Valle Inclán o Camba, que abandone de inmediato esta página), crecer es siempre una traición. 

SÁBADO
Me obligo a una jornada amistosa y familiar como intento de desintoxicación de los excesos añorantes que denostaba Kundera. El método homeopático funciona, sorprendentemente, y acabo en el bar, con mi padre, viendo el derby como en los viejos tiempos. Entonces ocurre algo inesperado.

En un partido aburridísimo, desesperante como todo el mes de septiembre de mi equipo, un jugador andaluz sale al campo y, con una serie de conducciones y amagos, me saca del letargo. Pero lo hace de un modo desproporcionado, emocionantísimo. El trote y la planta de Ceballos me ensimisman, y juro por mi vida que en mis oídos está sonando "Como el agua" de Camarón después de cada regate. Mas no es lo peor. Al fin y al cabo, tampoco debiera suponer tanto impacto que un stendhalazo aislado rompa mi tendencia a contemplar las malas jornadas de liga de un modo funcionarial, como esos viejos del tendido del siete de Las Ventas que resoplan a cada pase de un novato porque qué me vas a contar, muchacho. Pero Camarón, y justamente "Como el agua", me trasladan a una escena muy concreta de mi pasado. A una casucha de mala muerte en la frontera entre el Albaicín y el Sacromonte, en la que un juego de miradas con, dele usted maestro, esa canción de fondo, anticipaba lo que un mes después se confirmaría como uno de los puntos de inflexión de mi existencia. A uno de esos escasos momentos de pura autenticidad, donde hasta la forma más refinada no excluye un aura de primitivismo.

Que el fútbol haya logrado, vector musical gitano mediante, una agitación solo comparable al amor puede sonar a boutade y desde luego constituye una extravagancia que sonrojaría hasta a los Panero. Sobre todo en alguien como yo, tachado de impenitente escéptico por la mayoría de mis amigos, quienes me atribuyen una desmesurada actitud racional, fríamente analítica, al hablar de arte. O lo que es lo mismo, una carencia patológica de esteticismo: "A ti no te gusta nada". Aunque esto, en realidad, se trata de una leyenda absurda e injustificada. Precisamente somos los más desapegados los que respetamos la contemplación de la belleza como merece, no los que se emocionan ante una ficticia pose de desgarrado o con un poema de Elvira Sastre, y perdón por la redundancia.

Al final de los noventa el marcador ilumina un cero a cero. La frustración del resultado no consigue hacerme volver del todo en mí. Algo tremendamente esclarecedor.

DOMINGO
Sentado junto a un adjunto en el autobús de vuelta, el convencionalismo cortés me obliga a repetir la cantinela construida de razones, tan falsas como convincentes, para explicar por qué escogí Medicina del Trabajo. En cuanto puedo, me sumerjo en "La conjura contra América" como refugio seguro, cálido y acogedor. Teniendo en cuenta que el libro fabula una distopía en la que en los años cuarenta llega a la Casa Blanca un aliado de Hitler, poco hay más que añadir. 

MARTES
El Madrid hace el ridículo en Moscú. Ceballos no rasca bola. Bienvenido de vuelta a Logroño.

lunes, 24 de septiembre de 2018

Qué puedo hacer (9)

LUNES
Aprovecho que el servicio de Cirugía General está en cuadro esta semana para colarme en una consulta de curas, en un intento de conocer siquiera un atisbo del manejo de los drenajes, redones y heridas. Cuando el médico del despacho de al lado se entera, me mira como si estuviese ante un marciano. Un médico que solicita motu proprio no ya la compañía sino incluso aprender algo del personal de Enfermería, no es alguien de fiar. El silencio durante la hora compartida del café, lejos de incomodarme, me reconforta como justa recompensa a mi osadía. 

Por la tarde perpetro un breve texto sobre Sergi Llull, jugando con la canción de Elton John: Rocket man, y al tararear la letra me sonrío recordando lo ocurrido por la mañana. "I'm not the man they think I am at home" (…) "And all this science, I don't understand. It's just my job, five years a week". De que todas las canciones hablen de uno supongo que también se sale.

MARTES
Mi última guardia del mes en Urgencias es bastante tranquila: termina con un intento de agresión y un paciente psiquiátrico atado a una cama chillando amenazas durante toda la madrugada. Apuro los minutos postreros charlando con una enfermera que sorprendentemente procede de Torreblascopedro. De inmediato la boca me sabe a magdalenas. La Torre era el pueblo vecino a Linares del que venían las chicas más guapas a mi instituto, sueltas nivel Gabete, dispuestas a demostrar por contraste lo niños que aún éramos algunos. Las puyas que me suelta acerca de mi desgarbado aspecto tras diecisiete horas trabajando revelan que doce años no son nada, y por un momento entro al trapo del coqueteo inofensivo y pueril. 

Mientras observo su cara despreocupada y feliz calculo el pequeño milagro que supone, en términos de estadística, nuestro encuentro a 650 km de la madriguera común. La cantidad de pequeñas historias que han debido de irse encadenando. "Lo que llamamos azar es nuestra ignorancia de la compleja maquinaria de la causalidad", etcétera. Me viene a la mente aquel texto de José Antonio Montano sobre los dos ecologistas voluntarios que se conocen mientras limpian chapapote en la lucha contra la catástrofe del Prestige y terminan enamorándose, fundando su amor en una tragedia que ambos odian pero que a la postre les brinda lo mejor de su vida. Concluyo que si algún día le debo al Hospital San Pedro algo diferente a una jaqueca, será el mayor corte de mangas que el Destino haya dado a mortal alguno desde lo de Edipo Rey. 

Miro una última vez a la enfermera, que no ha cesado de hablar, y me convenzo de que la improbable epifanía no acontecerá esta noche.

JUEVES
"Si el día grande de las fiestas de San Mateo es el Chupinazo, imagínate cómo será el resto". No me dejo vencer por el pesimismo y salgo a cenar y a tomar copas, siquiera porque ayer el Madrid avasalló a la Roma. Me lo paso bien, pero no obvio que el consumo de alcohol va aumentando progresivamente en mi rutina, y me preocupa no por lo que pueda hacerle a mi hígado sino más bien a mi estilo literario. Uno empieza emborrachándose dos días a la semana y termina enlazando sujeto-verbo-predicado al estilo parco y pretendidamente viril de Hemingway y dándoselas de canallita. Puaj.  

VIERNES
Mi desasosiego ante el abuso de la ginebra es tal que antes de las dos de la tarde estoy bebiendo de nuevo con los mismos compañeros de anoche. 

SÁBADO
Antes de continuar con mi triplete de salidas apuñalando fatalmente mi tarjeta de crédito, me obligo a respetar mis principios: a las siete y cuarto el Madrid de baloncesto se juega el primer título de la temporada. A medida que el equipo se va asentando en el parqué, yo voy perfilando adjetivos para una crónica que nunca será publicada, a pesar de que más de una vez he fantaseado con imitar a Fermín Calaza, el amigo de Jabois que firma sus artículos como "economista y matemático". Mi ilusión consiste en que, después de desbordar al lector con un sesudo texto sobre sociología, deportes, crítica cultural o política internacional, en la firma ponga "Pablo Rivas es médico", y reír secretamente. La gente pensaría que se trata de un error de tipografía, en lugar de vital.

DOMINGO
Quedada para desayunar con L. Hablamos del amor, y de cómo la tensión de los primeros encuentros se atenúa si no se da el paso a tiempo. No termino de estar de acuerdo, pero no me apetece discutir, así que prefiero en centrarme en lo que ambos coincidimos: la importancia de la idealización. Aunque me reservo que, en mi caso, ni siquiera en los momentos de mayor fascinación me libro de los ramalazos de duda ante el mínimo atisbo de nubecilla en el límpido cielo azul de la felicidad plena. Decía Borges que para él "enamorarse es ver a la persona amada como la ve la divinidad". Pero también es verdad que Borges era ciego.

Por la tarde voy al cine y Todos lo saben, la nueva de Inma Cuesta (me da igual que estén Bardem o Penélope, para mí Inma sería la protagonista de cualquier rodaje pese a que solo saliese cinco segundos), resulta verdaderamente decepcionante. Lo más reseñable es una frase de Darín durante la promoción: "No hay nada menos seductor que tratar de seducir". Haciendo inventario de mis éxitos y fracasos, no puedo menos que asentir. Tanto reivindicar deliberadamente mi andalucismo desde que pazo en el norte, quizá va siendo hora de, fuera autocompasiones, volver a ser lo que fuimos.  

lunes, 17 de septiembre de 2018

Qué puedo hacer (8)

MIÉRCOLES
La artimaña de regresar a mitad de semana para hacer más llevadera la vuelta a Logroño se ve desactivada por un precioso doblete de guardias en fin de semana. Mi vida en la Rioja es un esfuerzo continuo para evitar presentarme cualquier día en el hospital como Fernando Hierro frente a Gracia Redondo ("No sabes ya cómo jodernos, ¿no?"). 

Mientras las horas languidecen en la travesía eterna del autobús, termino "Luz de agosto", de Faulkner. El enemigo modernista de Hemingway era una laguna, otra más, en mi formación literaria construida a retazos. Me temo que su existencialismo se enmarca en un paisaje demasiado lejano, el Sur segregacionista de principios del siglo XX, lo que impide que la chispa de la fascinación se encienda. Pienso en J., la chica con la que quedaba hace siglos, que me lo recomendaba encarecidamente, y adquiere un mayor poso retrospectivo a mis ojos. Me pregunto en cuántas ocasiones mis prejuicios me han servido de anteojeras involuntarias.

SÁBADO
Inmerso en mitad de un doblete, releo la lista de nuevos propósitos que tenía preparados para engañar al reloj con actividades productivas. Mareado ante la altura de los objetivos, rompo el papel y acepto la llamada de mis compañeros para hacer el payaso en el karaoke. No obstante, y para que no se diga, me decido a sustituir la numeración romana de este diario por la arábiga. Los cambios, poco a poco. 

LUNES 
L. me llama desde Atenas, deprimida ante la perspectiva de su vuelta. Ejerzo de consuelo enumerando una cantidad ingente de motivos por los que la vida aquí resulta apasionante. Ficticios todos, desde luego. Cuelgo el teléfono con cierto desasosiego en la garganta: de todas las veces que he mentido a una mujer (escasísimas), ésta es la peor, sin duda. Mentiras piadosas, llaman los curas a estas situaciones. Como para no hacerse ateo.

MIÉRCOLES
Inquieto por un alta que di hace unos días, me quedo hasta las cinco de la tarde repasando historias y pruebas en un ordenador del despacho. La Medicina no se conforma con no darme satisfacción alguna, sino que no se priva en ofrecerme desazones. Me resulta incomprensible que alguien ame esta disciplina, tan en contacto con el sufrimiento y el dolor, recuerdo perenne de que la sensación de invulnerabilidad que acompaña a la juventud se trata de una ficción un tanto patética. Y, además, la Medicina es desgraciada e inevitablemente necesaria, con lo que ni siquiera me deja la vía de escape de minusvalorarla. Perdido el derecho al pataleo, la frustración se acumula el triple.

SÁBADO
Comienzo de las fiestas de Logroño, por lo que paso el día con compañeros en una jornada en la que el alcohol y la peste a orín constituyen las condiciones ambientales del decorado. Cuando el nivel se hace insoportable, marcho sin avisar a ver al Madrid, al que he abandonado a su suerte en el primer tiempo en San Mamés. Desguarnecido sin mi aliento al otro lado, el equipo va perdiendo, así que pido una botella de agua en la única e infecta tasca que está retransmitiendo el encuentro en lugar de los actos de la feria. Solo en la barra mientras todos celebran fuera, la postal podría considerarse una metáfora. El Madrid empata y se acaba el partido, en otra jornada que objetivamente no puede tacharse de catastrófica, pero que aleja una vez más sus posibilidades de liderar la tabla con la suficiencia de hace años. Me marcho del bar antes de continuar viendo metáforas de mi vida en todos lados.   

lunes, 27 de agosto de 2018

Qué puedo hacer (VII)


LUNES
Toco el piano ante L. y encuentro mis dedos más oxidados que nunca, sin que ayuden tampoco la fragilidad de las teclas y la altura del asiento. Me digo que debo recuperar parte de mi habilidad, y amontono el propósito junto a los seiscientos quince restantes previstos para mi vuelta postvacaciones. Impaciente por apurar la semana que me queda, me permito salir de copas un lunes en Logroño, algo que podría contar como hazaña si no resultase hasta sórdido.

MIÉRCOLES
Almuerzo con compañeros mientras me muerdo las uñas por el regreso del amigo que nunca falla: el Madrid. Que perdamos miserablemente la Supercopa de Europa es lo de menos, el acompañamiento de mi equipo en tierra extraña continúa suponiendo un alivio a prueba de todo desgaste. E, incluso en la derrota, la grandeza madridista me ofrece motivos para la sonrisa: un amigo atlético me dice que ha actualizado el móvil dos horas después del final del partido, aún con la mosca detrás de la oreja. “Del puto Madrid no hay que fiarse”.

JUEVES
Leo en los periódicos que ha muerto Aretha Franklin, la protagonista de la mejor anécdota que conozco para reflexionar sobre eso que llaman apropiación cultural. Una de sus canciones más famosas, “Respect”, la había compuesto Otis Redding desde un machismo contumaz, con una letra que reivindicaba el papel del varón como sustentador del hogar, y merced al cual se consideraba con derecho para exigir respeto (en realidad, sumisión) a la mujer. Aretha atribuyó un significado completamente distinto al tema, convirtiéndolo en un himno feminista que reclamaba el mentado respeto para las mujeres, con el éxito consabido.
El cabrón de Espada también coincide en destacar al icono feminista en su blog, pero en su caso para buscarle las vueltas. Para Arcadi, la letra de “A natural woman” (you make me feel…) es un torpedo en la línea de flotación al sector más posmoderno del movimiento, y les reprocha que la admiren sin pararse a pensar. A ver qué se supone que es una mujer natural, etcétera. Cierro el portátil reafirmado en la idea de que se trata del provocador más brillante que ha dado España.

VIERNES
La segunda travesía al Cantábrico en una semana me deja sin teléfono y con un sablazo descomunal en la tarjeta de crédito. Segundas partes nunca fueron buenas.

DOMINGO
En mi última preguardia antes de las vacaciones vuelvo a ver Into the Wild. La primera vez que me enfrenté a ella, hace muchos años, me resultó insoportable. Un pastiche repleto de tópicos infames: lo peor de Rousseau, la estetización del desprecio a la sociedad por parte del pijo individualista que lo ha tenido todo y no lo valora, un anticonsumismo forzado y maniqueo, el citar literatos como un valor, la romantización de la pobreza… Y, sobre todo, un aura de solemnidad impostada en la postura del muchacho que se me antojaba absolutamente pueril.
Sin embargo, me reconcilio con la película en mi segundo visionado. Álex parece ser presentado como un héroe aventurero en busca de la libertad, pero en realidad se trata de una víctima. Su desmedido apego a la naturaleza viene mediado por la artificialidad de los padres, que viven envueltos en mentiras en pos de la respetabilidad social, lo que empuja al pobre jovencito a la misantropía. Además, tantas lecturas en contra de lo material y su condición burguesa le distorsionan la perspectiva, haciéndole considerar ostentación casi cualquier cosa. El final, que había olvidado como casi siempre me ocurre, muestra a un Álex consciente del error de su complejo de Robinson, cuando al borde de la muerte comprende que la felicidad solo es real cuando es compartida. La muerte adquiere entonces un poso de trascendencia, de la que hubiera carecido si la intoxicación le hubiese llegado al niñato de todo el film previo.
Antes de marcharme, cumplo mi promesa y regalo un libro de Jabois con una dedicatoria más larga que la mayoría de los capítulos. Me convenzo de que él estaría orgulloso.     

jueves, 16 de agosto de 2018

Final de la Supercopa de Europa: Atlético 4 - Real Madrid 2

Corría el minuto 78 de partido cuando Marcelo intentó hacer un sombrero a Juanfran con una pelota que se iba fuera sin mayor peligro. Regalar el empate suponía una concesión asumible: lo que había que evitar era el saque de banda al área, dado que Keylor va muy mal por alto. Quince minutos después, en el instante fatídico de siempre para los atléticos, el lateral brasileño tuvo el tercero en sus botas y decidió intentar una volea imposible en lugar de controlar y batir a Oblak. Marcelo no es que escriba recto con renglones torcidos, sino que directamente se relaciona con el mundo de una manera superior e incomprensible, y así hay que quererlo.

Centrar las culpas en él constituye una infamia, desde luego. Porque, aun firmando con nombre propio los dos errores que entregaron el título a los colchoneros, fue de largo el mejor defensa del Madrid. Sirva para contextualizar un poco la envergadura de la catástrofe de Carvajal, Varane, Ramos y Keylor, quienes en el primer compás ya habían perpetrado el ridículo 0-1, y de ahí todo devino cuesta abajo. Mención aparte merece el camero: cuando Sergio juega mal yo me siento más desamparado que con la letra de la canción que comparte con Canelita, debido a la falta de costumbre de que, en un encuentro grande, cometa los fallos de soberbia autosuficiencia con que nos obsequia en escenarios menores. Aunque también puede ser que para este Madrid, inmerso en una borrachera de Copas de Europa, el resto de competiciones no lleguen a la categoría de aperitivo. 

Pese a todo lo dicho, durante más de una hora el equipo blanco fue superior, con Kroos portando la brújula y un Benzema liberado, repartiendo canapés exquisitos como la Preysler en una recepción. Faltó mordiente, con Bale intermitente, Isco fondón y Asensio indolente, como todos los guapos. La entrada de un Modric sin oxígeno y un Ceballos fuera de sitio no lograron incomodar del todo a un Atlético que, digan lo que digan sus fariseos trovadores, con Simeone siempre es sota, caballo y rey. Concretamente, de bastos. Aun así, el Madrid iba enfilado 2-1 hacia el título hasta los regalos cariocas. En la prórroga hubo amago de reacción, pero de inmediato saboteado inmisericordemente por el circo defensivo que nos deparó la jornada de ayer.

Se dirá que estamos en agosto, que fríamente no jugamos mal y que el resultado tiene un punto de engañoso. Se dirá que, por estadística, alguna final europea debíamos perder (la primera desde el 2000) y que, después de los rejonazos que les hemos metido a los rojiblancos, dejarles la pedrea no supone un negocio horrible. Se dirá que el proyecto necesita tiempo, y que cualquier pronóstico a estas alturas entraña un vaticinio sin visos de crédito.

Se dirán gilipolleces.

Hasta el más mesurado y racional socialdemócrata de sus seguidores (o sea, servidor), ve que el cráter de la salida de Cristiano ha dejado al club en una posición demasiado incómoda para reconstruirse desde la paciencia que uno podía esperar tras la racha histórica de triunfos recientes. El Madrid se halla condenado a renacer desde la épica y la ansiedad, en un eterno retorno a la casilla de la salida que no entiende de dinastías ni otras zarandajas yankees. El más difícil todavía, trece Copas de Europa después. Y, al mismo tiempo, un día más en la oficina.

martes, 14 de agosto de 2018

Qué puedo hacer (VI)

LUNES
Dormito en la piscina tras la guardia, y de manera sorprendente mi piel va abandonando el blanco nuclear por un color distinto al rojo de los crustáceos, barnizándose de un ocre suave en algunas zonas. Se me antoja algo tan increíble que a lo largo del día no dejo de observarme reflejado en el agua y en los escaparates, a pesar de que vienen dos compañeras y alargo la tarde en su compañía acompañándolas a una cafetería y al supermercado. Por la noche vemos Trainspotting y una de ellas, justamente L., se queda dormida. Se me ocurren tantísimas metáforas que termino por no verbalizar ninguna.

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MARTES
No consigo reprimir una sonrisa cuando veo a mi Benzema portando el brazalete de capitán del Madrid en una de esas pachangas de pretemporada. A su usual cara de despiste le ha salido una especie de rictus forzado, en un infructuoso intento de aparentar una responsabilidad que en realidad le resulta totalmente ajena. Más o menos como si a mí me hubiesen puesto de representante del consejo escolar en algún momento. También me fijo en el ímpetu de las galopadas de Vinicius, y me digo que tengo que apresurarme a glosar su potencial en una crónica para luego poder retozar en el "yo ya lo adelanté".

Por la noche, conversación sobre Oriente Medio y política, en la que se mezclan simplezas con esbozos sugestivos. Acostumbrado a dialogar con los nuevos conocidos con una pátina de condescendencia mientras los sitúo en mi escaleta vital, cuando me topo con alguien que sabe más que yo de un tema interesante, al principio me encuentro un poco torpón. No suele suceder, y me gusta mucho.

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MIÉRCOLES
Tras saciar mi vocación docente mostrándole el Barrio Bar a L. (no se me puede enseñar nada bonito porque enseguida lo exploto reiteradamente, y ya se sabe que no hay prestigio que no arruine el consumo), tomamos algo en la plaza de la catedral con un grupito de residentes. El plan resulta ameno hasta que la sombra del hospital vuelve a monopolizar la charla. Dice Jay McInerney en Luces de neón que "uno siempre tiene la sensación de que el lugar donde no está siempre es más divertido que aquel donde está".  Yo, que al americano solo lo conozco por boca de ese genio llamado Juan Tallón, coincido con el segundo en una sentencia un poco más cáustica: la vida nos lanza retos. Si los superas, te lanza más.

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JUEVES
Tardo veinticuatro horas en traicionar mi promesa de no abusar en exceso del Barrio Bar, y acabo enredado en una discusión sobre el peso de la cultura en la identidad humana, las nuevas masculinidades y el papel del patriarcado en los roles sexuales del varón. Cada vez me hallo más convencido de que ese bar se trata de un portal oculto a otra dimensión, porque es imposible que Logroño albergue un lugar semejante. Todo marcha como la seda y yo me muestro como el progre perfecto hasta que la conversación varía y sale el tema catalán, y he de posicionarme en contra de la independencia. Casi agradezco que mis padres me llamen desde la estación de tren para que vaya a recogerlos, pues me evita tener que desarticular los eslóganes de siempre, excusándome a cada paso para que no me tomen por lo que no soy.

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SÁBADO
Termino el libro de Yalom sobre Breuer y Nietzsche. Una vez aceptadas la suspensión de la incredulidad y el tono mal disimulado de conferenciante, posee puntos apreciables. El discurso nietzscheano resulta muy atractivo en la medida en que analiza el comportamiento humano sin dejar de lado las motivaciones individualistas, la ambición personal y el amor propio, conceptos que cierta visión materialista desdeña demasiado a la ligera. Pero existe el peligro de que ideas parcialmente lúcidas como la "voluntad de poder" (que desenmascara la hipocresía de sentimientos como la compasión, que según Friedrich nos reconforta porque nos coloca por encima del compadecido, dominantes) se sobreestimen y se conviertan en el único prisma desde el que contemplemos nuestras relaciones con los demás. El enfoque individualista no tiene por qué limitarse meramente al reparto de papeles de preponderancia o pujanza. La misma compasión o el impulso a realizar buenas acciones pueden venir motivados por la consciencia de la vulnerabilidad propia, al vernos reflejados en los otros. He aquí un ejemplo de explicación, también individualista, que huye de la simplificación de que toda empatía está inevitablemente contaminada por el gregarismo del rebaño.

Un médico del trabajo de la Rioja tratando de refutar a Nietzsche. Un poco para descojonarse sí que es, la verdad.

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LUNES
Vegeto tras una guardia infernal en la que la pétrea jeta de alguno ha impedido que los residentes podamos dormir, pese a que el decorado parecía propicio. Tumbado en el sofá surfeo sobre opiniones banales a golpe de pulgar en la pantalla de mi teléfono, y me chuto una dosis de soma escuchando un programa de deportes. Un patán anónimo encadena simplezas hasta dar el do de pecho en términos de subnormalidad: "Con Benzema y Cristiano al final te asegurabas noventa goles en la temporada". Hombre, hombre. Yo soy el máximo defensor del francés (¿el único que le queda?), pero la ocurrencia me recuerda a la frase con la que me burlo de mis amigos rojiblancos: "Entre el Madrid y el Atleti, los dos juntamos trece Copas de Europa".

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MIÉRCOLES
Esta vez la visita de L. viene acompañada de un permiso para asaltar su estantería y llevarme un surtido de libros sobre Palestina, que me animan la tarde preguardia. Una vez ella se marcha con sus amigas, paso un par de horas estrenando como merece el teclado que compré la semana pasada y por el que habré de almorzar atún una temporadita. Poco a poco el refugio va adquiriendo calor.

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SÁBADO
Santander es una ciudad bonita, pese a la indisimulable aura pija. Una suerte de San Sebastián castellana y un poco facha, con su calle general Dávila y su Camilo Alonso Vega, que medio compensa con un patrimonio que te permite hacerte una foto delante del edificio de Correos sin que parezcas del todo un cateto. Mis padres se entusiasman y comienzan a inmortalizarlo todo, con la prisa que supongo te invade cuanto viajas cerca de los sesenta años, y en alguna me pillan desprevenido y salgo hasta guapo. Luego discutimos sobre la meritocracia y la igualdad de oportunidades, y me hacen algún reproche por mi escepticismo, aunque a mí me afecta menos que de costumbre. 

Va a ser cierto lo del carácter suavizador del mar. Quizá vuelva la semana que viene para concluir la tercera tutoría de mi trabajo del máster. Algo objetivamente absurdo, a todas luces. Pero la vida adquiere valor con las cosas que se realizan sin motivo. 

sábado, 28 de julio de 2018

Qué puedo hacer (V)

DOMINGO
Contemplo la periferia de Barcelona desde la ventanilla del cercanías que me lleva a Sants. Los edificios, humildes como los de cualquier suburbio, salpican cada poco el paisaje con banderas españolas, la mayoría raídas y polvorientas. Parece una metáfora: un mundo avejentado que se va diluyendo, y las boqueadas que pretende orgullosas no hacen sino subrayar su condición mustia, sobre todo en comparación a la enérgica ilusión del otro bando. A pesar de mi desprecio hacia los nazis y tabarnios que pudiesen instrumentalizarlo, me sobreviene un ramalazo de empática melancolía. Yo he conocido Barcelona en sus dos vertientes más extremas: la pija de diseño y de lujos vergonzantes de puro desmesurados y el arrabal de los canis que convierten a Estopa en pura sofisticación. Tengo claro quién querría que venciese. La mínima dosis de populismo que me permito me impele a ir, en caso de duda, con los pobres.  

El cansancio me hace apartar la mirada, lamentando las largas horas que me esperan hasta la llegada al lugar donde las rojigualdas en los balcones no producen el más mínimo atisbo de simpatía. Pero no me quejo en absoluto del fin de semana: desde el principio sabía a lo que iba, y no estamos para rechazar las alegrías que Barcelona siempre me ofrece. De hecho sigo pensando, como hace cinco años, que podría adaptarme perfectamente a esta ciudad formidable. Incluso pese al goteo constante de la peor secta evangelizadora que ha conocido Europa Occidental, fomento de los instintos más atroces del ser humano y que aún hoy sigue llevando por el camino equivocado a millones de personas. 

Hablo, evidentemente, del Barça.

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LUNES
La novela sobre Nietzsche, Breuer y Freud que tengo entre manos por recomendación de I. no me convence en sus primeras cien páginas. Normalmente ya me cuesta muchísimo alcanzar la suspensión de la incredulidad en una ficción bien construida, verosímil. En este caso, el autor intenta encajar a martillazos en los diálogos las líneas maestras del pensamiento del filósofo y los psicoanalistas, por lo que el resultado literario es todavía más forzado. Da la sensación de encontrarse uno en una conferencia hasta cuando los personajes tienen sueños eróticos.

Por la noche veo dos episodios de Black Mirror con un par de compañeras y la conversación deriva en confesar las expectativas sobre lo que nos va a deparar el paso del tiempo. Una vez termina mi exposición (bastante más enfática y sincera de lo que me hubiera gustado; mecido por el ambiente de confianza, un poco más y convierto a Cioran en Mr. Wonderful) ellas me miran horrorizadas, y me ruborizo un poco. Al despedirme, M. me regala unas hortalizas de su huerto, como si alimentando mi cuerpo algo le fuese a caer al ánimo, y me saca una sonrisa.

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MARTES
Reflexiono sobre la posibilidad de una novia que tuviese idéntico nombre a una ex. Teniendo en cuenta lo mucho que me gusta recrearme en el pasado, me vería obligado a establecer algún tipo de distinción. En el mundo del fútbol se suele tirar por la calle de en medio, y los motes no suponen precisamente un ejercicio de sutileza. Así, Ronaldo el Gordo para diferenciarlo de Ronaldo, Cristiano. O Rodrigo, que se jubilará siendo el del Valencia aunque fiche por los Lakers. Se comprenderá que esta técnica plantea serios problemas, y es susceptible de provocar un cisma en mi cabeza. Porque a ver cómo se puede bautizar a una de ellas, sin sentirse uno horrible con la otra, con el apodo empleado por antonomasia para establecer discriminaciones entre jugadores: Fulanita, la Buena.  

La situación también tendría ventajas, claro. Si la relación sale mal, la cita de Marx en el Brumario ofrece un bello epitafio: "La historia se repite dos veces: la primera como tragedia y la segunda como farsa".

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JUEVES
La guardia de urgencias me ha dejado para el arrastre, de modo que acepto el plan del Riojano Joven y Fresco, tres mentiras en un mismo sintagma. La tarde veraniega y de interior significa sol, sudor y moscas. En un momento dado me veo arrastrado a una conversación sobre inversiones en Bolsa que casi me hace echar de menos la Medicina. Afortunadamente, incluso el postureo tiene fecha de caducidad, y todos acabamos bailando reggaetón en el pub de siempre. Que, por cierto, se llama Stress. Esta ciudad no tiene ningún sentido. 

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VIERNES
Los fines de semana con guardia el domingo son la crónica de una muerte anunciada. Uno no puede hacer planes con la libertad que quisiera, y no sabe si desear que pase el tiempo lo más rápido posible o aferrarse desesperado a las manecillas antes de lo inevitable. 

Paseo por Logroño tratando de mimetizarme con la fauna autóctona. Es decir, con los jubilados. Apenas veinte minutos después de salir acabo pidiendo precio en una tienda de instrumentos musicales; bien por un piano o bien por una soga, lo que tengan más a mano. La gerontofobia se está desarrollando en mi alma a pasos agigantados, y no se trata de algo bueno, trabajando en las Urgencias de un hospital. Me pregunto si se me notará en la cara en las entrevistas clínicas, y concluyo que no, porque la vida es un disimular constante, como el de esos domingueros que le ponen una pegatina al pilotito rojo que se enciende en sus coches. 

Antes de acostarme, hago la compra en un ejercicio de inusitada responsabilidad. No quedan pegatinas para el domingo. 

lunes, 23 de julio de 2018

Qué puedo hacer (IV)

MARTES
La marcha definitiva de Cristiano Ronaldo me alcanza en la piscina, y, como elaboro estos apuntes desde la imitación, enseguida recuerdo la famosa anotación de Kafka en sus diarios. "Hoy Alemania le ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde fui a nadar". De inmediato desecho la desafortunada metáfora. Comparar un conflicto bélico de tal calibre con la marcha del mejor delantero madridista que han visto mis ojos se trata de un despropósito, una auténtica desfachatez. Que la jodan, a Alemania.

Cristiano llegó a un Madrid que penaba en zozobra justo cuando yo empecé la carrera (también a la deriva, me temo), y a partir de ese punto referencial habría ya material para escribir seis tratados sobre la juventud, el paso del tiempo y el fútbol como paisaje acompañante. Para no extenderme, aclararé como contexto que los críos de los primeros dos mil habíamos sufrido cómo el reparto de papeles del Madrid respecto al Barça ("casi nunca la mejor plantilla, casi siempre el mejor equipo") saltaba por los aires con la llegada de cierto extraterrestre, que nos balanceaba año tras año como si fuésemos un trapo. Si semejante drama no arrojó a toda una generación a la heroína se debió al proceso de reconstrucción forjado en torno a un núcleo de jugadores, con nuestro Di Stefano moderno como puntal. Dijo el psiquiatra Jambrina a cuenta de otro portugués menos defendible que "el peor sentimiento que puede anidar en un hombre es la indefensión". El gran mérito de Cristiano, y de algunos más, es haber enseñado a ponernos en pie a los indefensos. Las rabietas, niñerías, desplantes y devaneos con Hacienda no fueron más que la ratificación constante de que nos hallábamos ante una folclórica: la Lola Flores que nos rescató de la condena a la merienda eterna del tigre blaugrana. Tan insoportable como imprescindible.

Por la noche, aún con un punto de melancolía, les enseño a unas compañeras la película Persiguiendo a Amy. Si la definición savateriana de intelectual es correcta (esto es, el que trata a los demás como si fuesen intelectuales y alimenta esa faceta en ellos), entonces yo soy un adolescente de manual.

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JUEVES
Llego a través del blog de Arcadi a un paper de la revista Nature cuya hipótesis reza que los machos con mayores niveles de testosterona presentan una mayor ambición y querencia por el estatus, de modo que una administración de la hormona en sujetos tiene repercusiones objetivables en los mismos. Pienso en ello observando a mis amigas por la tarde y a mis amigos durante la cena, sobre todo cuando la conversación llega a la aspiraciones vitales. La muestra es demasiado pequeña, pero no puedo reprimir una sonrisa. 

En lo que a mí respecta, confío en que mi absoluta y palmaria falta de ambición me permita al menos, siquiera como compensación colateral, conservar el pelo.

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VIERNES
A la consulta de Oftalmología llega un niño de rostro avispado y entrañable, que no calla ni debajo del agua y que responde a las preguntas con la animada rotundidad que da la claridad de ideas, puro anacronismo a tan tierna edad. Por si fuera poco, el crío tiene los ojos azules, flequillo, y muy buenos modales. La gigantesca magdalena de Proust me retrotrae veinte años, aun afanándome en evitarlo.   

Cuando se marcha de la sala, dejándonos a todos tan embobados como a su madre, yo ya he renunciado a la pretensión pedagógica de la adjunta, y me pierdo en soliloquios sobre cómo puede llegar a despeñarse un niño de tanto potencial. Concluyo que algunas personas constituimos en nosotras mismas el mejor argumento a favor de la planificación central y contra la mano invisible del mercado. Siento un ramalazo de compasión, totalmente injustificada, por el niño. 

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SÁBADO
La marea deja sin playa a Zarautz a partir de las seis de la tarde, así que llegamos a tiempo para ser invitados a la enésima cena. La hospitalidad de mis compañeros es tan grande como mi falta de vergüenza. Al menos esta vez recibo mi merecido cuando, al dejarme llevar por el piloto automático frívolo, suelto alguna boutade (deliberadamente ridícula, debo subrayar, señoría) en favor de la Unión Soviética, y la persona que menos lo hubiese esperado me afea la simpleza procomunista. Acostumbrado a que las palabras no signifiquen nada en la charla superficial rutinaria, que de vez en cuando me pasen la factura del contenido tiene un punto refrescante, pero lo súbito de la bofetada me deja más torpe de lo debido, y luego ya no sé ni cuál es la capital de Yemen.

Conducir con el freno de mano termina destrozando el motor. Y, por primera vez en una temporada, se avecinan cuestas. Me invade una mezcla de ilusión y extrañeza, quién sabe si la segunda sea producto del largo tiempo que llevaba sin experimentar la primera. 

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LUNES
Una paisana granadina con la que roto en Oftalmología me pregunta que qué hago en La Rioja. Hombre, hombre. Esas tenemos, un lunes. Me hubiera resultado más fácil y agradable que me hubiese ordenado recitar los pasos de la cirugía de desprendimiento de retina. O someterme a ella, directamente.

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JUEVES
Tres días seguidos de piscina más cena con compañeros han dado para encontrar el primer bar donde me encuentro cómodo en esta ciudad. La tercera jornada, incluso, he podido encontrar como propina memorable un sucedáneo de futbolín, animal por lo visto en peligro de extinción por encima de Chamartín. Mis progresos van a buen ritmo: calculo que estaré a gusto en Logroño cuando lleve ya quince años fuera de aquí. Mientras tanto bebo bastante, arrastro a los que puedo a un sórdido karaoke y, una vez en casa, preparo maletas durante la madrugada. 

La huida semanal correspondiente a este finde me ha de llevar a Barcelona. Cinco años después.  

lunes, 9 de julio de 2018

Qué puedo hacer (III)

DOMINGO
El fin de semana madrileño ha transcurrido en un suspiro, que es lo que ocurre cuando vives la vida como una yincana en la que quieres encajar toda la felicidad posible. No he tenido un segundo de respiro, entre cenas en Malasaña, parloteo deliberadamente sentimental y mudanzas de carácter quijotesco (¡que no son armarios, que son gigantes!). En el tiempo de descuento, antes de coger el autobús de vuelta, me permito sobreactuar frívolamente comentando el España-Rusia con mis anfitriones. Lo que empieza como un broche festivo de ridícula desinhibición, rompe poco a poco en tragedia sin atisbo de comicidad, y un ambiente desolador impregna el apartamento. A mí, español solo por conveniencia, el dolor que observo en las caras de mis amigos se me antoja bastante desproporcionado, únicamente admisible en catástrofes auténticas, como, no sé, un empate liguero del Madrid. No obstante, me despido de todos dándoles la mano solemnemente, como en un funeral, en señal de respeto.

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LUNES
Sigo escuchando a Nacho Vegas y Los Planetas en bucle. Si mi vida en Logroño se reprodujese en una sitcom, la sintonía resultaría muy fácil de escoger. El único problema, aterrador, es que coincidiría con el argumento. 

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MIÉRCOLES
Regreso a Nájera ilusionado con la posibilidad de encontrarme con G. y contarle que he hecho los deberes musicales que en ningún caso me mandó. Evidentemente no coincido, y la guardia se transforma en el tedio de siempre. El doctor que ocupa su lugar rebosa sabiduría e interés docente: se trata de una oportunidad buena para aprender por imitación. Previsiblemente, la tarde se convierte una lucha heroica para disimular mis bostezos, propios de una disección aórtica. 

Durante la cena, el médico celebra que su hija, que se tomó un año sabático al acabar la carrera para dedicarse al teatro, ha vuelto al redil y está preparando el MIR, comme il faut. En ese instante me arrepiento de todos mis esfuerzos por fingir alicientes. Siento unas ganas absurdas, casi patéticas, de abrazar a esa chica que no conozco.

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JUEVES
El Si esto es un hombre de Primo Levi logró su objetivo absorbente a partir del segundo capítulo. Intercalando reflexiones de una profundidad y precisión considerables en medio de las descripciones de la brutalidad cotidiana, resueltas éstas con una prosa escueta, casi lacónica, sin embarrar con excesos el horror desnudo. Todos los grandilocuentes golpes en el pecho, contritos, que se han producido a posteriori a cuenta de Auschwitz, me resultan caricaturas grotescas al leer el sobrio testimonio de este judío italiano. Me resisto a acabar el libro, y estiro las últimas páginas en lugar de apurarlas.

Con el espíritu sensibilizado, veo además en el periódico que justo hoy ha muerto Lanzmann, el director de Shoah, y apunto otra deuda pendiente en la lista cultural destinada a paliar mi ignorancia. Cada aproximación a un tema me descubre un pasillo infinito de ramificaciones imprescindibles. Pretender adquirir un canon decente para entender el mundo y la vida resulta a todas luces incompatible con proyectos tan prosaicos y avasalladores como preparar oposiciones, o, quiá, trabajar.  

Por la noche, de cena con los compañeros, de repente se rompe la rutina. Espontáneamente me asalta una de esas voracidades frívolas e inexplicables que me gobiernan de cuando en cuando. Me dejo atropellar por el impulso alcoholizante de soltar trivialidades, y todos se percatan de mi excitación, aunque solo para decirme que "estoy muy gracioso esta noche". Van pasando las horas en los bares y pubs, y mi injustificada desmesura aterriza en una conversación con una persona interesante, inesperada y deslavazada como un collage, en la que mentamos a Siria, varios músicos, Cataluña, la vida universitaria, y ella muestra una personalidad y unos esquemas vitales realmente diferentes a los míos. Lo último me descoloca, y me descoloca aún más que me descoloque. Vuelvo a casa confuso, tratando de decirme que la impresión agridulce que tengo es producto de mi estado pseudoeufórico, pero la realidad es que mi cerebro incluso se permite jugar con ensoñaciones metafóricas sobre un futuro inconcreto a partir de la letra de Nos ocupamos del mar

A veces soy un poco gilipollas.

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SÁBADO
A media tarde me obligo a desentumecerme viendo con compañeros una película que resulta más sugestiva de lo esperado mientras una tormenta castiga Logroño. Luego cenamos en una hamburguesería, tomamos una copa, y yo continúo con mis dosis de simpatía repartidas ecuánimemente. Aún pensativo por mi episodio de anteayer, le doy vueltas en voz alta, otorgándole diferentes sentidos crípticamente ante una audiencia despistada, hasta que decido que es suficiente y marcho a dormir.

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DOMINGO
Para no pensar mucho, atiborro la jornada de planes, visitando Vitoria sin privarme de nada en el  almuerzo, la merienda y lo que se me va antojando. Ya de vuelta a Logroño me incorporo a una cena que alargo hasta el límite de lo razonable. Una vez en casa, renuncio a preparar el lunes como debiera, pero termino, eso sí, las últimas páginas del libro de Levi, que no merece la condición de comodín inacabado solo por no querer afrontar la sensación de pequeño desamparo que me producirá su final. 

Toda la coherencia y disciplina que me falta en mi día a día sí está presente en mi hábito lector, único terreno libre de autosabotajes.