MIÉRCOLES
La artimaña de regresar a mitad de semana para hacer más llevadera la vuelta a Logroño se ve desactivada por un precioso doblete de guardias en fin de semana. Mi vida en la Rioja es un esfuerzo continuo para evitar presentarme cualquier día en el hospital como Fernando Hierro frente a Gracia Redondo ("No sabes ya cómo jodernos, ¿no?").
Mientras las horas languidecen en la travesía eterna del autobús, termino "Luz de agosto", de Faulkner. El enemigo modernista de Hemingway era una laguna, otra más, en mi formación literaria construida a retazos. Me temo que su existencialismo se enmarca en un paisaje demasiado lejano, el Sur segregacionista de principios del siglo XX, lo que impide que la chispa de la fascinación se encienda. Pienso en J., la chica con la que quedaba hace siglos, que me lo recomendaba encarecidamente, y adquiere un mayor poso retrospectivo a mis ojos. Me pregunto en cuántas ocasiones mis prejuicios me han servido de anteojeras involuntarias.
SÁBADO
Inmerso en mitad de un doblete, releo la lista de nuevos propósitos que tenía preparados para engañar al reloj con actividades productivas. Mareado ante la altura de los objetivos, rompo el papel y acepto la llamada de mis compañeros para hacer el payaso en el karaoke. No obstante, y para que no se diga, me decido a sustituir la numeración romana de este diario por la arábiga. Los cambios, poco a poco.
LUNES
L. me llama desde Atenas, deprimida ante la perspectiva de su vuelta. Ejerzo de consuelo enumerando una cantidad ingente de motivos por los que la vida aquí resulta apasionante. Ficticios todos, desde luego. Cuelgo el teléfono con cierto desasosiego en la garganta: de todas las veces que he mentido a una mujer (escasísimas), ésta es la peor, sin duda. Mentiras piadosas, llaman los curas a estas situaciones. Como para no hacerse ateo.
MIÉRCOLES
Inquieto por un alta que di hace unos días, me quedo hasta las cinco de la tarde repasando historias y pruebas en un ordenador del despacho. La Medicina no se conforma con no darme satisfacción alguna, sino que no se priva en ofrecerme desazones. Me resulta incomprensible que alguien ame esta disciplina, tan en contacto con el sufrimiento y el dolor, recuerdo perenne de que la sensación de invulnerabilidad que acompaña a la juventud se trata de una ficción un tanto patética. Y, además, la Medicina es desgraciada e inevitablemente necesaria, con lo que ni siquiera me deja la vía de escape de minusvalorarla. Perdido el derecho al pataleo, la frustración se acumula el triple.
SÁBADO
Comienzo de las fiestas de Logroño, por lo que paso el día con compañeros en una jornada en la que el alcohol y la peste a orín constituyen las condiciones ambientales del decorado. Cuando el nivel se hace insoportable, marcho sin avisar a ver al Madrid, al que he abandonado a su suerte en el primer tiempo en San Mamés. Desguarnecido sin mi aliento al otro lado, el equipo va perdiendo, así que pido una botella de agua en la única e infecta tasca que está retransmitiendo el encuentro en lugar de los actos de la feria. Solo en la barra mientras todos celebran fuera, la postal podría considerarse una metáfora. El Madrid empata y se acaba el partido, en otra jornada que objetivamente no puede tacharse de catastrófica, pero que aleja una vez más sus posibilidades de liderar la tabla con la suficiencia de hace años. Me marcho del bar antes de continuar viendo metáforas de mi vida en todos lados.
MIÉRCOLES
Inquieto por un alta que di hace unos días, me quedo hasta las cinco de la tarde repasando historias y pruebas en un ordenador del despacho. La Medicina no se conforma con no darme satisfacción alguna, sino que no se priva en ofrecerme desazones. Me resulta incomprensible que alguien ame esta disciplina, tan en contacto con el sufrimiento y el dolor, recuerdo perenne de que la sensación de invulnerabilidad que acompaña a la juventud se trata de una ficción un tanto patética. Y, además, la Medicina es desgraciada e inevitablemente necesaria, con lo que ni siquiera me deja la vía de escape de minusvalorarla. Perdido el derecho al pataleo, la frustración se acumula el triple.
SÁBADO
Comienzo de las fiestas de Logroño, por lo que paso el día con compañeros en una jornada en la que el alcohol y la peste a orín constituyen las condiciones ambientales del decorado. Cuando el nivel se hace insoportable, marcho sin avisar a ver al Madrid, al que he abandonado a su suerte en el primer tiempo en San Mamés. Desguarnecido sin mi aliento al otro lado, el equipo va perdiendo, así que pido una botella de agua en la única e infecta tasca que está retransmitiendo el encuentro en lugar de los actos de la feria. Solo en la barra mientras todos celebran fuera, la postal podría considerarse una metáfora. El Madrid empata y se acaba el partido, en otra jornada que objetivamente no puede tacharse de catastrófica, pero que aleja una vez más sus posibilidades de liderar la tabla con la suficiencia de hace años. Me marcho del bar antes de continuar viendo metáforas de mi vida en todos lados.
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