LUNES
Cuando todos los días se parecen entre sí, rellenar un párrafo requiere un esfuerzo hercúleo. Josep Pla fue capaz de conmover relatando la anodina cotidianeidad en su Quadern gris, si bien es cierto que mintió al catalogarlo de obra de juventud, pues probablemente estuvo años adornándolo. Si un genio como Pla necesitó trampas para embellecer su rutina, en mi caso la empresa resulta ridícula. No obstante, un compromiso tiene consecuencias. Joseph Conrad dijo en "Bajo la mirada de Occidente" que en la vida no hay elección: o pudrirse, o quemarse. En la escritura tampoco.
Para la próxima vez que lo cite, estaría bien haber leído algo de Conrad.
MARTES
Veo con L. una película sobre el Iraq del primer año de la Segunda Guerra del Golfo. Deplorable, no ofrece el más mínimo interés, a pesar de todo mi empeño. Comparo con mi plan del día anterior, en el que me había puesto por enésima vez la predecible y ñoña Cuando Harry encontró a Sally, y me reafirmo en el convencimiento de que la única hegemonía norteamericana que sería capaz de defender ante un tribunal (o en el despacho de la Complutense del profesor Pablo Iglesias) es la cultural. Y lo haría con verdadero fervor.
MIÉRCOLES
Parada en Madrid en el oasis de P., que me acoge con más afecto del que merezco y con una crema de calabacín fabulosa. Charlamos brevemente sobre mis sentimientos, y, aunque parece muy cansada, no pone ninguna pega a que me afane en ver el naufragio blanco del Sánchez Pizjuán en su televisor. El sopapo deportivo no me viene mal, porque me aleja de la melancolía que inunda al paleto de provincias, enamorado tan patéticamente de la capital hasta el punto de describir Puente de Vallecas como Macondo.
VIERNES
Durante dos días hago ruta por lo mejor de Granada a A. y a su novio, que quedan encantados. El Huerto del Loro y la sombra del Flashback resultan demasiado para mí, que vuelvo a casa hecho polvo. Como dijo el gallego (quien piense en Valle Inclán o Camba, que abandone de inmediato esta página), crecer es siempre una traición.
SÁBADO
Me obligo a una jornada amistosa y familiar como intento de desintoxicación de los excesos añorantes que denostaba Kundera. El método homeopático funciona, sorprendentemente, y acabo en el bar, con mi padre, viendo el derby como en los viejos tiempos. Entonces ocurre algo inesperado.
En un partido aburridísimo, desesperante como todo el mes de septiembre de mi equipo, un jugador andaluz sale al campo y, con una serie de conducciones y amagos, me saca del letargo. Pero lo hace de un modo desproporcionado, emocionantísimo. El trote y la planta de Ceballos me ensimisman, y juro por mi vida que en mis oídos está sonando "Como el agua" de Camarón después de cada regate. Mas no es lo peor. Al fin y al cabo, tampoco debiera suponer tanto impacto que un stendhalazo aislado rompa mi tendencia a contemplar las malas jornadas de liga de un modo funcionarial, como esos viejos del tendido del siete de Las Ventas que resoplan a cada pase de un novato porque qué me vas a contar, muchacho. Pero Camarón, y justamente "Como el agua", me trasladan a una escena muy concreta de mi pasado. A una casucha de mala muerte en la frontera entre el Albaicín y el Sacromonte, en la que un juego de miradas con, dele usted maestro, esa canción de fondo, anticipaba lo que un mes después se confirmaría como uno de los puntos de inflexión de mi existencia. A uno de esos escasos momentos de pura autenticidad, donde hasta la forma más refinada no excluye un aura de primitivismo.
Que el fútbol haya logrado, vector musical gitano mediante, una agitación solo comparable al amor puede sonar a boutade y desde luego constituye una extravagancia que sonrojaría hasta a los Panero. Sobre todo en alguien como yo, tachado de impenitente escéptico por la mayoría de mis amigos, quienes me atribuyen una desmesurada actitud racional, fríamente analítica, al hablar de arte. O lo que es lo mismo, una carencia patológica de esteticismo: "A ti no te gusta nada". Aunque esto, en realidad, se trata de una leyenda absurda e injustificada. Precisamente somos los más desapegados los que respetamos la contemplación de la belleza como merece, no los que se emocionan ante una ficticia pose de desgarrado o con un poema de Elvira Sastre, y perdón por la redundancia.
Al final de los noventa el marcador ilumina un cero a cero. La frustración del resultado no consigue hacerme volver del todo en mí. Algo tremendamente esclarecedor.
DOMINGO
Sentado junto a un adjunto en el autobús de vuelta, el convencionalismo cortés me obliga a repetir la cantinela construida de razones, tan falsas como convincentes, para explicar por qué escogí Medicina del Trabajo. En cuanto puedo, me sumerjo en "La conjura contra América" como refugio seguro, cálido y acogedor. Teniendo en cuenta que el libro fabula una distopía en la que en los años cuarenta llega a la Casa Blanca un aliado de Hitler, poco hay más que añadir.
MARTES
El Madrid hace el ridículo en Moscú. Ceballos no rasca bola. Bienvenido de vuelta a Logroño.
No hay comentarios:
Publicar un comentario