lunes, 9 de julio de 2018

Qué puedo hacer (III)

DOMINGO
El fin de semana madrileño ha transcurrido en un suspiro, que es lo que ocurre cuando vives la vida como una yincana en la que quieres encajar toda la felicidad posible. No he tenido un segundo de respiro, entre cenas en Malasaña, parloteo deliberadamente sentimental y mudanzas de carácter quijotesco (¡que no son armarios, que son gigantes!). En el tiempo de descuento, antes de coger el autobús de vuelta, me permito sobreactuar frívolamente comentando el España-Rusia con mis anfitriones. Lo que empieza como un broche festivo de ridícula desinhibición, rompe poco a poco en tragedia sin atisbo de comicidad, y un ambiente desolador impregna el apartamento. A mí, español solo por conveniencia, el dolor que observo en las caras de mis amigos se me antoja bastante desproporcionado, únicamente admisible en catástrofes auténticas, como, no sé, un empate liguero del Madrid. No obstante, me despido de todos dándoles la mano solemnemente, como en un funeral, en señal de respeto.

--- --- --- -

LUNES
Sigo escuchando a Nacho Vegas y Los Planetas en bucle. Si mi vida en Logroño se reprodujese en una sitcom, la sintonía resultaría muy fácil de escoger. El único problema, aterrador, es que coincidiría con el argumento. 

--- --- --- -

MIÉRCOLES
Regreso a Nájera ilusionado con la posibilidad de encontrarme con G. y contarle que he hecho los deberes musicales que en ningún caso me mandó. Evidentemente no coincido, y la guardia se transforma en el tedio de siempre. El doctor que ocupa su lugar rebosa sabiduría e interés docente: se trata de una oportunidad buena para aprender por imitación. Previsiblemente, la tarde se convierte una lucha heroica para disimular mis bostezos, propios de una disección aórtica. 

Durante la cena, el médico celebra que su hija, que se tomó un año sabático al acabar la carrera para dedicarse al teatro, ha vuelto al redil y está preparando el MIR, comme il faut. En ese instante me arrepiento de todos mis esfuerzos por fingir alicientes. Siento unas ganas absurdas, casi patéticas, de abrazar a esa chica que no conozco.

--- --- --- -

JUEVES
El Si esto es un hombre de Primo Levi logró su objetivo absorbente a partir del segundo capítulo. Intercalando reflexiones de una profundidad y precisión considerables en medio de las descripciones de la brutalidad cotidiana, resueltas éstas con una prosa escueta, casi lacónica, sin embarrar con excesos el horror desnudo. Todos los grandilocuentes golpes en el pecho, contritos, que se han producido a posteriori a cuenta de Auschwitz, me resultan caricaturas grotescas al leer el sobrio testimonio de este judío italiano. Me resisto a acabar el libro, y estiro las últimas páginas en lugar de apurarlas.

Con el espíritu sensibilizado, veo además en el periódico que justo hoy ha muerto Lanzmann, el director de Shoah, y apunto otra deuda pendiente en la lista cultural destinada a paliar mi ignorancia. Cada aproximación a un tema me descubre un pasillo infinito de ramificaciones imprescindibles. Pretender adquirir un canon decente para entender el mundo y la vida resulta a todas luces incompatible con proyectos tan prosaicos y avasalladores como preparar oposiciones, o, quiá, trabajar.  

Por la noche, de cena con los compañeros, de repente se rompe la rutina. Espontáneamente me asalta una de esas voracidades frívolas e inexplicables que me gobiernan de cuando en cuando. Me dejo atropellar por el impulso alcoholizante de soltar trivialidades, y todos se percatan de mi excitación, aunque solo para decirme que "estoy muy gracioso esta noche". Van pasando las horas en los bares y pubs, y mi injustificada desmesura aterriza en una conversación con una persona interesante, inesperada y deslavazada como un collage, en la que mentamos a Siria, varios músicos, Cataluña, la vida universitaria, y ella muestra una personalidad y unos esquemas vitales realmente diferentes a los míos. Lo último me descoloca, y me descoloca aún más que me descoloque. Vuelvo a casa confuso, tratando de decirme que la impresión agridulce que tengo es producto de mi estado pseudoeufórico, pero la realidad es que mi cerebro incluso se permite jugar con ensoñaciones metafóricas sobre un futuro inconcreto a partir de la letra de Nos ocupamos del mar

A veces soy un poco gilipollas.

--- --- --- -

SÁBADO
A media tarde me obligo a desentumecerme viendo con compañeros una película que resulta más sugestiva de lo esperado mientras una tormenta castiga Logroño. Luego cenamos en una hamburguesería, tomamos una copa, y yo continúo con mis dosis de simpatía repartidas ecuánimemente. Aún pensativo por mi episodio de anteayer, le doy vueltas en voz alta, otorgándole diferentes sentidos crípticamente ante una audiencia despistada, hasta que decido que es suficiente y marcho a dormir.

--- --- --- -

DOMINGO
Para no pensar mucho, atiborro la jornada de planes, visitando Vitoria sin privarme de nada en el  almuerzo, la merienda y lo que se me va antojando. Ya de vuelta a Logroño me incorporo a una cena que alargo hasta el límite de lo razonable. Una vez en casa, renuncio a preparar el lunes como debiera, pero termino, eso sí, las últimas páginas del libro de Levi, que no merece la condición de comodín inacabado solo por no querer afrontar la sensación de pequeño desamparo que me producirá su final. 

Toda la coherencia y disciplina que me falta en mi día a día sí está presente en mi hábito lector, único terreno libre de autosabotajes. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario