lunes, 23 de julio de 2018

Qué puedo hacer (IV)

MARTES
La marcha definitiva de Cristiano Ronaldo me alcanza en la piscina, y, como elaboro estos apuntes desde la imitación, enseguida recuerdo la famosa anotación de Kafka en sus diarios. "Hoy Alemania le ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde fui a nadar". De inmediato desecho la desafortunada metáfora. Comparar un conflicto bélico de tal calibre con la marcha del mejor delantero madridista que han visto mis ojos se trata de un despropósito, una auténtica desfachatez. Que la jodan, a Alemania.

Cristiano llegó a un Madrid que penaba en zozobra justo cuando yo empecé la carrera (también a la deriva, me temo), y a partir de ese punto referencial habría ya material para escribir seis tratados sobre la juventud, el paso del tiempo y el fútbol como paisaje acompañante. Para no extenderme, aclararé como contexto que los críos de los primeros dos mil habíamos sufrido cómo el reparto de papeles del Madrid respecto al Barça ("casi nunca la mejor plantilla, casi siempre el mejor equipo") saltaba por los aires con la llegada de cierto extraterrestre, que nos balanceaba año tras año como si fuésemos un trapo. Si semejante drama no arrojó a toda una generación a la heroína se debió al proceso de reconstrucción forjado en torno a un núcleo de jugadores, con nuestro Di Stefano moderno como puntal. Dijo el psiquiatra Jambrina a cuenta de otro portugués menos defendible que "el peor sentimiento que puede anidar en un hombre es la indefensión". El gran mérito de Cristiano, y de algunos más, es haber enseñado a ponernos en pie a los indefensos. Las rabietas, niñerías, desplantes y devaneos con Hacienda no fueron más que la ratificación constante de que nos hallábamos ante una folclórica: la Lola Flores que nos rescató de la condena a la merienda eterna del tigre blaugrana. Tan insoportable como imprescindible.

Por la noche, aún con un punto de melancolía, les enseño a unas compañeras la película Persiguiendo a Amy. Si la definición savateriana de intelectual es correcta (esto es, el que trata a los demás como si fuesen intelectuales y alimenta esa faceta en ellos), entonces yo soy un adolescente de manual.

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JUEVES
Llego a través del blog de Arcadi a un paper de la revista Nature cuya hipótesis reza que los machos con mayores niveles de testosterona presentan una mayor ambición y querencia por el estatus, de modo que una administración de la hormona en sujetos tiene repercusiones objetivables en los mismos. Pienso en ello observando a mis amigas por la tarde y a mis amigos durante la cena, sobre todo cuando la conversación llega a la aspiraciones vitales. La muestra es demasiado pequeña, pero no puedo reprimir una sonrisa. 

En lo que a mí respecta, confío en que mi absoluta y palmaria falta de ambición me permita al menos, siquiera como compensación colateral, conservar el pelo.

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VIERNES
A la consulta de Oftalmología llega un niño de rostro avispado y entrañable, que no calla ni debajo del agua y que responde a las preguntas con la animada rotundidad que da la claridad de ideas, puro anacronismo a tan tierna edad. Por si fuera poco, el crío tiene los ojos azules, flequillo, y muy buenos modales. La gigantesca magdalena de Proust me retrotrae veinte años, aun afanándome en evitarlo.   

Cuando se marcha de la sala, dejándonos a todos tan embobados como a su madre, yo ya he renunciado a la pretensión pedagógica de la adjunta, y me pierdo en soliloquios sobre cómo puede llegar a despeñarse un niño de tanto potencial. Concluyo que algunas personas constituimos en nosotras mismas el mejor argumento a favor de la planificación central y contra la mano invisible del mercado. Siento un ramalazo de compasión, totalmente injustificada, por el niño. 

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SÁBADO
La marea deja sin playa a Zarautz a partir de las seis de la tarde, así que llegamos a tiempo para ser invitados a la enésima cena. La hospitalidad de mis compañeros es tan grande como mi falta de vergüenza. Al menos esta vez recibo mi merecido cuando, al dejarme llevar por el piloto automático frívolo, suelto alguna boutade (deliberadamente ridícula, debo subrayar, señoría) en favor de la Unión Soviética, y la persona que menos lo hubiese esperado me afea la simpleza procomunista. Acostumbrado a que las palabras no signifiquen nada en la charla superficial rutinaria, que de vez en cuando me pasen la factura del contenido tiene un punto refrescante, pero lo súbito de la bofetada me deja más torpe de lo debido, y luego ya no sé ni cuál es la capital de Yemen.

Conducir con el freno de mano termina destrozando el motor. Y, por primera vez en una temporada, se avecinan cuestas. Me invade una mezcla de ilusión y extrañeza, quién sabe si la segunda sea producto del largo tiempo que llevaba sin experimentar la primera. 

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LUNES
Una paisana granadina con la que roto en Oftalmología me pregunta que qué hago en La Rioja. Hombre, hombre. Esas tenemos, un lunes. Me hubiera resultado más fácil y agradable que me hubiese ordenado recitar los pasos de la cirugía de desprendimiento de retina. O someterme a ella, directamente.

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JUEVES
Tres días seguidos de piscina más cena con compañeros han dado para encontrar el primer bar donde me encuentro cómodo en esta ciudad. La tercera jornada, incluso, he podido encontrar como propina memorable un sucedáneo de futbolín, animal por lo visto en peligro de extinción por encima de Chamartín. Mis progresos van a buen ritmo: calculo que estaré a gusto en Logroño cuando lleve ya quince años fuera de aquí. Mientras tanto bebo bastante, arrastro a los que puedo a un sórdido karaoke y, una vez en casa, preparo maletas durante la madrugada. 

La huida semanal correspondiente a este finde me ha de llevar a Barcelona. Cinco años después.  

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