DOMINGO
Contemplo la periferia de Barcelona desde la ventanilla del cercanías que me lleva a Sants. Los edificios, humildes como los de cualquier suburbio, salpican cada poco el paisaje con banderas españolas, la mayoría raídas y polvorientas. Parece una metáfora: un mundo avejentado que se va diluyendo, y las boqueadas que pretende orgullosas no hacen sino subrayar su condición mustia, sobre todo en comparación a la enérgica ilusión del otro bando. A pesar de mi desprecio hacia los nazis y tabarnios que pudiesen instrumentalizarlo, me sobreviene un ramalazo de empática melancolía. Yo he conocido Barcelona en sus dos vertientes más extremas: la pija de diseño y de lujos vergonzantes de puro desmesurados y el arrabal de los canis que convierten a Estopa en pura sofisticación. Tengo claro quién querría que venciese. La mínima dosis de populismo que me permito me impele a ir, en caso de duda, con los pobres.
El cansancio me hace apartar la mirada, lamentando las largas horas que me esperan hasta la llegada al lugar donde las rojigualdas en los balcones no producen el más mínimo atisbo de simpatía. Pero no me quejo en absoluto del fin de semana: desde el principio sabía a lo que iba, y no estamos para rechazar las alegrías que Barcelona siempre me ofrece. De hecho sigo pensando, como hace cinco años, que podría adaptarme perfectamente a esta ciudad formidable. Incluso pese al goteo constante de la peor secta evangelizadora que ha conocido Europa Occidental, fomento de los instintos más atroces del ser humano y que aún hoy sigue llevando por el camino equivocado a millones de personas.
Hablo, evidentemente, del Barça.
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LUNES
La novela sobre Nietzsche, Breuer y Freud que tengo entre manos por recomendación de I. no me convence en sus primeras cien páginas. Normalmente ya me cuesta muchísimo alcanzar la suspensión de la incredulidad en una ficción bien construida, verosímil. En este caso, el autor intenta encajar a martillazos en los diálogos las líneas maestras del pensamiento del filósofo y los psicoanalistas, por lo que el resultado literario es todavía más forzado. Da la sensación de encontrarse uno en una conferencia hasta cuando los personajes tienen sueños eróticos.
Por la noche veo dos episodios de Black Mirror con un par de compañeras y la conversación deriva en confesar las expectativas sobre lo que nos va a deparar el paso del tiempo. Una vez termina mi exposición (bastante más enfática y sincera de lo que me hubiera gustado; mecido por el ambiente de confianza, un poco más y convierto a Cioran en Mr. Wonderful) ellas me miran horrorizadas, y me ruborizo un poco. Al despedirme, M. me regala unas hortalizas de su huerto, como si alimentando mi cuerpo algo le fuese a caer al ánimo, y me saca una sonrisa.
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MARTES
Reflexiono sobre la posibilidad de una novia que tuviese idéntico nombre a una ex. Teniendo en cuenta lo mucho que me gusta recrearme en el pasado, me vería obligado a establecer algún tipo de distinción. En el mundo del fútbol se suele tirar por la calle de en medio, y los motes no suponen precisamente un ejercicio de sutileza. Así, Ronaldo el Gordo para diferenciarlo de Ronaldo, Cristiano. O Rodrigo, que se jubilará siendo el del Valencia aunque fiche por los Lakers. Se comprenderá que esta técnica plantea serios problemas, y es susceptible de provocar un cisma en mi cabeza. Porque a ver cómo se puede bautizar a una de ellas, sin sentirse uno horrible con la otra, con el apodo empleado por antonomasia para establecer discriminaciones entre jugadores: Fulanita, la Buena.
La situación también tendría ventajas, claro. Si la relación sale mal, la cita de Marx en el Brumario ofrece un bello epitafio: "La historia se repite dos veces: la primera como tragedia y la segunda como farsa".
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JUEVES
La guardia de urgencias me ha dejado para el arrastre, de modo que acepto el plan del Riojano Joven y Fresco, tres mentiras en un mismo sintagma. La tarde veraniega y de interior significa sol, sudor y moscas. En un momento dado me veo arrastrado a una conversación sobre inversiones en Bolsa que casi me hace echar de menos la Medicina. Afortunadamente, incluso el postureo tiene fecha de caducidad, y todos acabamos bailando reggaetón en el pub de siempre. Que, por cierto, se llama Stress. Esta ciudad no tiene ningún sentido.
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VIERNES
Los fines de semana con guardia el domingo son la crónica de una muerte anunciada. Uno no puede hacer planes con la libertad que quisiera, y no sabe si desear que pase el tiempo lo más rápido posible o aferrarse desesperado a las manecillas antes de lo inevitable.
Paseo por Logroño tratando de mimetizarme con la fauna autóctona. Es decir, con los jubilados. Apenas veinte minutos después de salir acabo pidiendo precio en una tienda de instrumentos musicales; bien por un piano o bien por una soga, lo que tengan más a mano. La gerontofobia se está desarrollando en mi alma a pasos agigantados, y no se trata de algo bueno, trabajando en las Urgencias de un hospital. Me pregunto si se me notará en la cara en las entrevistas clínicas, y concluyo que no, porque la vida es un disimular constante, como el de esos domingueros que le ponen una pegatina al pilotito rojo que se enciende en sus coches.
Antes de acostarme, hago la compra en un ejercicio de inusitada responsabilidad. No quedan pegatinas para el domingo.
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