lunes, 31 de agosto de 2015

Oda socialdemócrata

No hay ninguna posición más despreciada que la socialdemocracia. La necesidad de refugiarse en lo irreal está extendida ampliamente, y esta mentalidad la convierte en la diana más odiada. Ninguna ideología ha luchado más contra la utopía (esa profunda inmoralidad) que la socialdemocracia.

La detestan los liberales puros, por entenderla como una indeseable injerencia paternalista en sus vidas. Ay, los liberales. Dicen “sin Estado”, y se imaginan en sus cómodas salas de estar con un vaso de whisky y la calefacción. Como si la seguridad jurídica y el respeto a la propiedad privada surgieran como las setas. También la odian los comunistas, a quienes no les importan los logros (factuales) alcanzados, pues son incapaces de perdonar su papel de optimizadora del capitalismo. En lugar de exacerbar las contradicciones del sistema buscando su caída, la socialdemocracia lo corrige, lo mejora, y, por tanto, lo apuntala. ¡Imperdonable! Con qué contumacia se afanan los comunistas en señalar los errores socialdemócratas, diagnosticando de inmediato la imposibilidad de sus planteamientos, y sin que se les caiga la cara de vergüenza. Por su parte, el resto de opciones religiosas, desde el conservadurismo hasta el nacionalismo, desprecia su falta de certezas absolutas, de dogmas, su naturaleza reinventable y su defensa de la heterogeneidad diversa dentro de lo común.

Algunos, conscientes de su propia insolvencia para plantear alternativas, tratan de desvirtuarla desde dentro. La verdad se puede esconder con silencio, pero también con ruido. De este modo, se reivindican socialdemócratas intentando una labor de zapa (si la socialdemocracia lo es todo, entonces no significa nada), o la usurpación de su grandeza. Hoy escuchamos hablar en sus propios términos a los adversarios más enconados. Hasta qué punto ha de llegar la pretensión de degradación, si incluso Lenin va a terminar empuñando la rosa roja.

Al final, impostores o no, todos apuntan al mismo lado en sus pringosos ataques. A su supuesto flanco débil. Desde los distintos púlpitos de autoatribuida dignidad, la acusan de excesivo pragmatismo y de poco ambiciosa. “Nosotros prometemos mucho más que una ideología de grises”. ¡Hay que estar tan ciegos! A la única posición verdaderamente sincrética; a la única auténticamente consciente de que no se puede tener todo, y a pesar de ello capaz de no renunciar del todo a nada; a la única que, por carecer de un catecismo férreo a implantar, es capaz de moldearse en función de las circunstancias; a la única que asume como valores, no sólo no excluyentes, sino de necesaria combinación, tanto a la libertad como a la igualdad; a la única, en fin, que ha logrado, desde cualquier prisma que se quiera analizar, las mayores cotas de prosperidad y bienestar que ha alcanzado la humanidad en sus miles de años de historia, la ha de desmerecer la legión de tuertos monaguillos. Aunque en cierta medida, se puede entender. El triunfo de la socialdemocracia es de tal calado, tan obvio, que su asunción sin refugios resulta demoledora para los adversarios, que no pueden prescindir de su derecho al pataleo. Bien está. Otros, sin embargo, preferimos recrearnos en la belleza intimidatoria de la hegemonía de lo real frente a las ficciones.

lunes, 24 de agosto de 2015

J1. Sporting 0 - Real Madrid 0

Yo quiero regalarte una poesía
Tú sientes que estoy dando las noticias


Vive el Madrid en una especie de eterno retorno profundamente agotador para sus seguidores. La temporada pasada terminó con una sensación agridulce, penando por el fracaso y el terrible contraste de los laureles rivales, pero al mismo tiempo con el convencimiento de que, tapando las goteras y comprando un depósito de gasolina más grande para la calefacción, la situación sería propicia de nuevo para el asalto al triunfo. En lugar de esto, le hemos metido fuego a la casa y nos hemos vuelto a mudar. De la socialdemocracia ancelottiana a un corsé más ortodoxo, al que habrá que dar tiempo para que cuaje, como cuaja la nieve o, ay, la sangre. Los madridistas quisiéramos llenarle los bolsillos de guerras ganadas, pero no está en nuestra mano.

Del partido del Molinón no hay mucho que desgranar. Más allá de las habituales lisonjas que se llevará el Sporting (la cultura del esfuerzo, ese pringoso consenso a cuyo calor de establo se arrebujan tantos falsos humildes), el peor enemigo del Real Madrid fue él mismo. Su enésima reconstrucción lo tiene a medio hacer, con jugadores fuera de posición o directamente desconcertados. Con unos laterales con profundidad y de nulo acierto (circunstancial en Marcelo, no tan claro en Danilo), un mediocampo trufado de imprecisiones, con un Isco adornándose a sí mismo en sus ratos de soledad (nos pasa a muchos), un Ronaldo insufrible y un Bale como boya autista que apenas adquiere sentido con espacios para darle gusto a las piernas. Un montoncito de piezas, pr(inc)esas de un cuento infinito. Por supuesto, no pretendo dramatizar (nunca quise narrar esa historia porque pudiera resultar conmovedora), es seguro que en las jornadas sucesivas el Madrid irá consiguiendo salir de la celda que le plantea el contrario de clase media antes de que se agote el grifo de los minutos. Tampoco se es un audaz profeta si se vaticina que en mayo los blancos estarán peleándolo todo. Pero, simultáneamente, me provoca una cierta melancolía continuar deseando a ver si uno de estos días se aprende a montar un proyecto sin tener que dar tantos rodeos. Porque, al fin y al cabo, épicas literarias aparte, toda esta historia tan sólo me importa porque es mi equipo.



miércoles, 19 de agosto de 2015

El estilo del columnista

La categorización de Umbral como estilista empequeñecido esconde un ataque hacia la prensa como género. "La prensa tiene que ser prosa sin poesía: pura racionalidad." ¡No se puede envolver el pescado en papel de regalo!

Entiendo el peligro de que el columnista se convierta en un monologuista pagado de sí mismo. La realidad no puede ser un pretexto, sino la base. Ahora bien, está por demostrar que el roce del estilo con la realidad siempre produzca engendros. 

Dulcinea, de Marcel Duchamp

Ardua pero plausible, la pintura
cambia la blanca tela en pardo llano
y en Dulcinea al polvo castellano,
torbellino resuelto en escultura.

Transeúnte de París, en su figura
–molino de ficciones, inhumano
rigor y geometría– Eros tirano
desnuda en cinco chorros su estatura.

Mujer en rotación que se disgrega
y es surtidor de sesgos y reflejos:
mientras más se desviste, más se niega.

La mente es una cámara de espejos;
invisible en el cuadro, Dulcinea
perdura: fue mujer y ya es idea.

jueves, 13 de agosto de 2015

El error de la paloma

Cuando alguien se queja de los obstáculos que la realidad le plantea, alegando que con un camino expedito (o, al menos, más fácil) sus logros serían mayores, incurre en un grave error. Empleaba Kant la metáfora de la paloma que se lamentaba de la resistencia del aire que frenaba sus alas. El ave confiaba en que volar en el vacío le resultaría mucho más sencillo, demostrando su ignorancia acerca de la naturaleza de su propio vuelo. Invocar una vida cuesta abajo puede resultar tentador, pero la realidad se empeña en demostrar que no hay salto sin valla.

Son muy escasas las acciones faltas de referencia, auténticamente nihilistas. Ese ímpetu repentino que te lleva a suicidarte o a acostarte pronto.

sábado, 8 de agosto de 2015

El problema de las democracias

Esto de Baggini:

"El reto del mainstream para contrarrestar a los populistas es inmenso. La tentación es jugar a su juego, tratando de superar su oferta con simplificaciones y promesas poco realistas. Esa es una manera segura de perder. La única estrategia sostenible es reconstruir la confianza ladrillo a ladrillo, demostrando la seriedad y la integridad de que carecen los populistas. El problema es que, por el momento, esa seriedad e integridad es justo de lo que carece una generación política esclava de la gestión de la imagen"

lunes, 3 de agosto de 2015

Los justos

Un hombre que cultiva su jardín, como quería Voltaire.
El que agradece que en la tierra haya música.
El que descubre con placer una etimología.
Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez.
El ceramista que premedita un color y una forma.
El tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada.
Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto.
El que acaricia a un animal dormido.
El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho.
El que agradece que en la tierra haya Stevenson.
El que prefiere que los otros tengan razón.
Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo.

Siempre me conmovió este poema de Borges, que evoca por medio de gestos sencillos la apacibilidad que transmite lo humano. Once pequeñas reconciliaciones con el mundo.


Me resulta necesaria, no obstante, una condición previa para el recogimiento en su lectura: asumir la lucidez por parte de los protagonistas. El entusiasmo por lo humilde, para ser de verdad reconfortante, ha de ser buscado y elegido.  La diferencia meritoria (o incluso moral; hasta qué punto la moral está relacionada con el mérito es un tema interesante) es la misma que existe entre un mecánico y un orfebre.

sábado, 1 de agosto de 2015

Salinger

Decía Sting que todas las letras de las canciones pueden resumirse en un pequeño puñado de lugares comunes: me quieres, no me quieres, te echo de menos, te engañé o me engañaste… La literatura se pretende más amplia, pero tampoco consigue escapar a la repetición de los leitmotivs más eficaces. Escritores diversos cultivan el mismo personaje, la misma circunstancia, el mismo panorama, la misma atmósfera, con leves variaciones de contexto. Por norma general, terminan en el altar de un mismo público.


Pienso en Hesse o en Salinger, en menor medida en Camus. Sus maniobras son similares. Sitúan una mente excepcional, superior, en un carácter turbado y desmañado, y describen las magulladuras que sufre una inteligencia sin asidero. Una inteligencia dolorosa. El vértigo inherente al que se sabe perdido (que no es lo mismo que estar perdido). Terreno propicio para la identificación adolescente, sin duda, circunstancia que por otra parte no debe ser derogatoria. Primero, porque no sólo no es indeseable para el autor sino muchas veces buscada (Salinger es el mayor narrador de la adolescencia autoconsciente). Y además, porque quizá haya más de adolescente de lo que se quiera reconocer en aquellos a quienes verdaderamente describen las obras. Y si una inteligencia así es una herida, la madurez equivale entonces a gestionar el dolor.