sábado, 6 de abril de 2019

Qué puedo hacer (17)

MIÉRCOLES
Termino Cuatro amigos, de David Trueba. La parte final resulta simpática, pero no puedo obviar el asco profundo que me embarga la primera mitad de la novelita, singularmente el tratamiento pretendidamente humorístico del consumo de prostitución. Ignoro si el feminismo me ha hecho menos tolerante, en cualquier caso no me arrepiento de despreciar algunos párrafos absolutamente impresentables. Comparados con otro tipo de misoginia, como la que desprende Serotonina, otra de mis recientes lecturas, hieden a letrina. Aunque supone a todas luces una injusticia identificar la compasible, casi elegante, desgracia de Houellebecq con los gruñidos simiescos de una pseudomanada avant la lettre.

SÁBADO
Miro certámenes literarios, buscando en qué bases puedo encajar mejor. En la vida hay dos tipos de artistas: los que quieren hacer algo bueno y los que quieren que lo que ellos hacen sea considerado bueno. Adaptarse al mundo o adaptar al mundo. La clase de reflexión contraproducente para ganar doscientos euros por la vía rápida.

LUNES
Condicionado por mis prejuicios tras lo insulso de Rendición, empecé Tokyo ya no nos quiere con una mueca de hastío ante su carácter deslavazado, y acabo devorando los párrafos como si fueran pasteles de chocolate genuino, amargos y adictivos. La segunda oportunidad al autor no me ha defraudado: la oceánica sucesión de metáforas huye de la complejidad formal, pero consigue su pretensión de evocar sin caer en la vergüenza ajena inevitablemente acarreada cuando uno se pasa con la ambigüedad. Lo dice alguien enfermizamente obsesionado con la precisión y la exactitud, que pretende usar las palabras como si fueran dardos. La trama no tiene la más mínima importancia, pero solo la idea de juguetear con la memoria, el olvido, la decadencia y sus consecuencias ya ofrece una atmósfera suficientemente sugerente. Un atractivo ejercicio de estilo, dicho por una vez sin ápice de connotación peyorativa.

Mi ignorante autodidactismo me hizo acercarme a la obra de Loriga justo por su final, que es como pretender aficionarse a Los Simpson viendo los capítulos de las últimas temporadas. Ésta es una metáfora, por cierto, precisa y exacta, aunque totalmente exenta del carisma de las de Ray. He de mejorar mis textos en muchos aspectos, acaso también en la dosis de desaliño.

No puedo no acabar destacando la guinda particular que me regaló la novela: descubrirme la existencia del efecto Zeigarnik, constatación de que la huella más profunda en la memoria de los humanos corresponde a las tareas o sucesos que se interrumpen antes de llegar a un final. Las tensiones residuales favorecen la retención. Sonrío al reflexionar en lo inacabado como sinónimo de inmortal.

MARTES
Escucho a Donna Summer antes de entrar de guardia. Me miro y veo, aún muy a lo lejos, acercarse un pequeño drama sentimental. Un antiTitanic, podríamos decir, pues la causa no será el hielo sino la rotura del mismo. Mas es precisamente esa causa, tan ávida y necesaria en el mar de la apatía, la que me impide desear un cambio de rumbo.

La guardia con H., maravillosa.

VIERNES
Aguanto un sermón ridículo en Navarrete acerca del valor intrínseco que para los residentes posee el auscultar morralla tras morralla mientras el adjunto duerme. Como decía Ibáñez, encima recochineo. 

MARTES
Nueva guardia de urgencias, esta vez con mi querida M., y la novedad la marcan la cuenta atrás para el prometedor viaje a Granada y la recepción de mi primera amenaza mortal por parte de una paciente, patética en sus modos y en su contenido. La profesión que me arrebata el entusiasmo y la felicidad no solo no me aporta satisfacciones, sino que es cicatera hasta para darme una propinilla en forma de épica.

DOMINGO
Del viaje a Granada podría escribir dos entradas completas, así que prefiero no decir nada. Comimos bien.

LUNES
Muere Ferlosio. Nunca nadie hizo del análisis del lenguaje y de los textos algo tan abrumadoramente excelente, incluso conmovedor. Repaso las entrevistas que le hizo Arcadi y se me forma un nudo en el estómago que ni el salmorejo es capaz de aplacar. Cuando llego a su escrito sobre el niño muerto y el kimono tendiéndose en el jardín, la emoción ya me ha hecho despeñarme. Lo increíble es que desde el texto mismo me llega el análisis más certero de mi desmedida tristeza: «todo llanto de compasión es promovido a partir de representaciones y toda representación se constituye sobre elementos semánticos y expresivos y es siempre, por consiguiente, esencialmente literaria.»

"Vendrán más años malos, y nos harán más ciegos". Sin él, desde luego.

MARTES
Cena improvisada, los acontecimientos se precipitan y el fracaso anunciado se adelanta, en virtud de mi impaciencia. Tampoco me arrepiento, no tenía alternativa porque sé ocultarme pero no fingir. Por otro lado, se podrían sacar conclusiones positivas a mis sentimientos del último mes: no es una noticia exigua que algo se haya removido en mí, después de tantos años. Y que lo haya hecho de una manera tan atípica, a través del depósito constante de capas de confianza en una parcela de intimidad, en lugar de, como solía pasar en el último lustro, mediante chispazos de entusiasmo que duraban como máximo tres semanas antes de agotarse. Este caso ha sido diferente, sí.

Se trata, por supuesto, de un consuelo de mierda. El dolor me llega igual que en los viejos tiempos, a pesar de la falta de costumbre. Podría definirse como agujetas, incluso. No tengo fuerzas para un chiste mejor. 

VIERNES
Los días posteriores son muy raros, y mi comportamiento es errático porque, imbécil según la descripción savateriana, no me preocupo por lo que debo ni por lo que quiero. Llamo a I. por la tarde y de inmediato mi atolondramiento es sacudido por asuntos de mayor importancia. I. es una chica más fuerte aún que buena, por lo que lleva sus últimas circunstancias con más solvencia que Atlas. Pero su extraordinaria entereza no merece la callada admiración. Me juro a mí mismo que no la dejaré sola.

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