lunes, 27 de agosto de 2018

Qué puedo hacer (VII)


LUNES
Toco el piano ante L. y encuentro mis dedos más oxidados que nunca, sin que ayuden tampoco la fragilidad de las teclas y la altura del asiento. Me digo que debo recuperar parte de mi habilidad, y amontono el propósito junto a los seiscientos quince restantes previstos para mi vuelta postvacaciones. Impaciente por apurar la semana que me queda, me permito salir de copas un lunes en Logroño, algo que podría contar como hazaña si no resultase hasta sórdido.

MIÉRCOLES
Almuerzo con compañeros mientras me muerdo las uñas por el regreso del amigo que nunca falla: el Madrid. Que perdamos miserablemente la Supercopa de Europa es lo de menos, el acompañamiento de mi equipo en tierra extraña continúa suponiendo un alivio a prueba de todo desgaste. E, incluso en la derrota, la grandeza madridista me ofrece motivos para la sonrisa: un amigo atlético me dice que ha actualizado el móvil dos horas después del final del partido, aún con la mosca detrás de la oreja. “Del puto Madrid no hay que fiarse”.

JUEVES
Leo en los periódicos que ha muerto Aretha Franklin, la protagonista de la mejor anécdota que conozco para reflexionar sobre eso que llaman apropiación cultural. Una de sus canciones más famosas, “Respect”, la había compuesto Otis Redding desde un machismo contumaz, con una letra que reivindicaba el papel del varón como sustentador del hogar, y merced al cual se consideraba con derecho para exigir respeto (en realidad, sumisión) a la mujer. Aretha atribuyó un significado completamente distinto al tema, convirtiéndolo en un himno feminista que reclamaba el mentado respeto para las mujeres, con el éxito consabido.
El cabrón de Espada también coincide en destacar al icono feminista en su blog, pero en su caso para buscarle las vueltas. Para Arcadi, la letra de “A natural woman” (you make me feel…) es un torpedo en la línea de flotación al sector más posmoderno del movimiento, y les reprocha que la admiren sin pararse a pensar. A ver qué se supone que es una mujer natural, etcétera. Cierro el portátil reafirmado en la idea de que se trata del provocador más brillante que ha dado España.

VIERNES
La segunda travesía al Cantábrico en una semana me deja sin teléfono y con un sablazo descomunal en la tarjeta de crédito. Segundas partes nunca fueron buenas.

DOMINGO
En mi última preguardia antes de las vacaciones vuelvo a ver Into the Wild. La primera vez que me enfrenté a ella, hace muchos años, me resultó insoportable. Un pastiche repleto de tópicos infames: lo peor de Rousseau, la estetización del desprecio a la sociedad por parte del pijo individualista que lo ha tenido todo y no lo valora, un anticonsumismo forzado y maniqueo, el citar literatos como un valor, la romantización de la pobreza… Y, sobre todo, un aura de solemnidad impostada en la postura del muchacho que se me antojaba absolutamente pueril.
Sin embargo, me reconcilio con la película en mi segundo visionado. Álex parece ser presentado como un héroe aventurero en busca de la libertad, pero en realidad se trata de una víctima. Su desmedido apego a la naturaleza viene mediado por la artificialidad de los padres, que viven envueltos en mentiras en pos de la respetabilidad social, lo que empuja al pobre jovencito a la misantropía. Además, tantas lecturas en contra de lo material y su condición burguesa le distorsionan la perspectiva, haciéndole considerar ostentación casi cualquier cosa. El final, que había olvidado como casi siempre me ocurre, muestra a un Álex consciente del error de su complejo de Robinson, cuando al borde de la muerte comprende que la felicidad solo es real cuando es compartida. La muerte adquiere entonces un poso de trascendencia, de la que hubiera carecido si la intoxicación le hubiese llegado al niñato de todo el film previo.
Antes de marcharme, cumplo mi promesa y regalo un libro de Jabois con una dedicatoria más larga que la mayoría de los capítulos. Me convenzo de que él estaría orgulloso.     

jueves, 16 de agosto de 2018

Final de la Supercopa de Europa: Atlético 4 - Real Madrid 2

Corría el minuto 78 de partido cuando Marcelo intentó hacer un sombrero a Juanfran con una pelota que se iba fuera sin mayor peligro. Regalar el empate suponía una concesión asumible: lo que había que evitar era el saque de banda al área, dado que Keylor va muy mal por alto. Quince minutos después, en el instante fatídico de siempre para los atléticos, el lateral brasileño tuvo el tercero en sus botas y decidió intentar una volea imposible en lugar de controlar y batir a Oblak. Marcelo no es que escriba recto con renglones torcidos, sino que directamente se relaciona con el mundo de una manera superior e incomprensible, y así hay que quererlo.

Centrar las culpas en él constituye una infamia, desde luego. Porque, aun firmando con nombre propio los dos errores que entregaron el título a los colchoneros, fue de largo el mejor defensa del Madrid. Sirva para contextualizar un poco la envergadura de la catástrofe de Carvajal, Varane, Ramos y Keylor, quienes en el primer compás ya habían perpetrado el ridículo 0-1, y de ahí todo devino cuesta abajo. Mención aparte merece el camero: cuando Sergio juega mal yo me siento más desamparado que con la letra de la canción que comparte con Canelita, debido a la falta de costumbre de que, en un encuentro grande, cometa los fallos de soberbia autosuficiencia con que nos obsequia en escenarios menores. Aunque también puede ser que para este Madrid, inmerso en una borrachera de Copas de Europa, el resto de competiciones no lleguen a la categoría de aperitivo. 

Pese a todo lo dicho, durante más de una hora el equipo blanco fue superior, con Kroos portando la brújula y un Benzema liberado, repartiendo canapés exquisitos como la Preysler en una recepción. Faltó mordiente, con Bale intermitente, Isco fondón y Asensio indolente, como todos los guapos. La entrada de un Modric sin oxígeno y un Ceballos fuera de sitio no lograron incomodar del todo a un Atlético que, digan lo que digan sus fariseos trovadores, con Simeone siempre es sota, caballo y rey. Concretamente, de bastos. Aun así, el Madrid iba enfilado 2-1 hacia el título hasta los regalos cariocas. En la prórroga hubo amago de reacción, pero de inmediato saboteado inmisericordemente por el circo defensivo que nos deparó la jornada de ayer.

Se dirá que estamos en agosto, que fríamente no jugamos mal y que el resultado tiene un punto de engañoso. Se dirá que, por estadística, alguna final europea debíamos perder (la primera desde el 2000) y que, después de los rejonazos que les hemos metido a los rojiblancos, dejarles la pedrea no supone un negocio horrible. Se dirá que el proyecto necesita tiempo, y que cualquier pronóstico a estas alturas entraña un vaticinio sin visos de crédito.

Se dirán gilipolleces.

Hasta el más mesurado y racional socialdemócrata de sus seguidores (o sea, servidor), ve que el cráter de la salida de Cristiano ha dejado al club en una posición demasiado incómoda para reconstruirse desde la paciencia que uno podía esperar tras la racha histórica de triunfos recientes. El Madrid se halla condenado a renacer desde la épica y la ansiedad, en un eterno retorno a la casilla de la salida que no entiende de dinastías ni otras zarandajas yankees. El más difícil todavía, trece Copas de Europa después. Y, al mismo tiempo, un día más en la oficina.

martes, 14 de agosto de 2018

Qué puedo hacer (VI)

LUNES
Dormito en la piscina tras la guardia, y de manera sorprendente mi piel va abandonando el blanco nuclear por un color distinto al rojo de los crustáceos, barnizándose de un ocre suave en algunas zonas. Se me antoja algo tan increíble que a lo largo del día no dejo de observarme reflejado en el agua y en los escaparates, a pesar de que vienen dos compañeras y alargo la tarde en su compañía acompañándolas a una cafetería y al supermercado. Por la noche vemos Trainspotting y una de ellas, justamente L., se queda dormida. Se me ocurren tantísimas metáforas que termino por no verbalizar ninguna.

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MARTES
No consigo reprimir una sonrisa cuando veo a mi Benzema portando el brazalete de capitán del Madrid en una de esas pachangas de pretemporada. A su usual cara de despiste le ha salido una especie de rictus forzado, en un infructuoso intento de aparentar una responsabilidad que en realidad le resulta totalmente ajena. Más o menos como si a mí me hubiesen puesto de representante del consejo escolar en algún momento. También me fijo en el ímpetu de las galopadas de Vinicius, y me digo que tengo que apresurarme a glosar su potencial en una crónica para luego poder retozar en el "yo ya lo adelanté".

Por la noche, conversación sobre Oriente Medio y política, en la que se mezclan simplezas con esbozos sugestivos. Acostumbrado a dialogar con los nuevos conocidos con una pátina de condescendencia mientras los sitúo en mi escaleta vital, cuando me topo con alguien que sabe más que yo de un tema interesante, al principio me encuentro un poco torpón. No suele suceder, y me gusta mucho.

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MIÉRCOLES
Tras saciar mi vocación docente mostrándole el Barrio Bar a L. (no se me puede enseñar nada bonito porque enseguida lo exploto reiteradamente, y ya se sabe que no hay prestigio que no arruine el consumo), tomamos algo en la plaza de la catedral con un grupito de residentes. El plan resulta ameno hasta que la sombra del hospital vuelve a monopolizar la charla. Dice Jay McInerney en Luces de neón que "uno siempre tiene la sensación de que el lugar donde no está siempre es más divertido que aquel donde está".  Yo, que al americano solo lo conozco por boca de ese genio llamado Juan Tallón, coincido con el segundo en una sentencia un poco más cáustica: la vida nos lanza retos. Si los superas, te lanza más.

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JUEVES
Tardo veinticuatro horas en traicionar mi promesa de no abusar en exceso del Barrio Bar, y acabo enredado en una discusión sobre el peso de la cultura en la identidad humana, las nuevas masculinidades y el papel del patriarcado en los roles sexuales del varón. Cada vez me hallo más convencido de que ese bar se trata de un portal oculto a otra dimensión, porque es imposible que Logroño albergue un lugar semejante. Todo marcha como la seda y yo me muestro como el progre perfecto hasta que la conversación varía y sale el tema catalán, y he de posicionarme en contra de la independencia. Casi agradezco que mis padres me llamen desde la estación de tren para que vaya a recogerlos, pues me evita tener que desarticular los eslóganes de siempre, excusándome a cada paso para que no me tomen por lo que no soy.

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SÁBADO
Termino el libro de Yalom sobre Breuer y Nietzsche. Una vez aceptadas la suspensión de la incredulidad y el tono mal disimulado de conferenciante, posee puntos apreciables. El discurso nietzscheano resulta muy atractivo en la medida en que analiza el comportamiento humano sin dejar de lado las motivaciones individualistas, la ambición personal y el amor propio, conceptos que cierta visión materialista desdeña demasiado a la ligera. Pero existe el peligro de que ideas parcialmente lúcidas como la "voluntad de poder" (que desenmascara la hipocresía de sentimientos como la compasión, que según Friedrich nos reconforta porque nos coloca por encima del compadecido, dominantes) se sobreestimen y se conviertan en el único prisma desde el que contemplemos nuestras relaciones con los demás. El enfoque individualista no tiene por qué limitarse meramente al reparto de papeles de preponderancia o pujanza. La misma compasión o el impulso a realizar buenas acciones pueden venir motivados por la consciencia de la vulnerabilidad propia, al vernos reflejados en los otros. He aquí un ejemplo de explicación, también individualista, que huye de la simplificación de que toda empatía está inevitablemente contaminada por el gregarismo del rebaño.

Un médico del trabajo de la Rioja tratando de refutar a Nietzsche. Un poco para descojonarse sí que es, la verdad.

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LUNES
Vegeto tras una guardia infernal en la que la pétrea jeta de alguno ha impedido que los residentes podamos dormir, pese a que el decorado parecía propicio. Tumbado en el sofá surfeo sobre opiniones banales a golpe de pulgar en la pantalla de mi teléfono, y me chuto una dosis de soma escuchando un programa de deportes. Un patán anónimo encadena simplezas hasta dar el do de pecho en términos de subnormalidad: "Con Benzema y Cristiano al final te asegurabas noventa goles en la temporada". Hombre, hombre. Yo soy el máximo defensor del francés (¿el único que le queda?), pero la ocurrencia me recuerda a la frase con la que me burlo de mis amigos rojiblancos: "Entre el Madrid y el Atleti, los dos juntamos trece Copas de Europa".

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MIÉRCOLES
Esta vez la visita de L. viene acompañada de un permiso para asaltar su estantería y llevarme un surtido de libros sobre Palestina, que me animan la tarde preguardia. Una vez ella se marcha con sus amigas, paso un par de horas estrenando como merece el teclado que compré la semana pasada y por el que habré de almorzar atún una temporadita. Poco a poco el refugio va adquiriendo calor.

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SÁBADO
Santander es una ciudad bonita, pese a la indisimulable aura pija. Una suerte de San Sebastián castellana y un poco facha, con su calle general Dávila y su Camilo Alonso Vega, que medio compensa con un patrimonio que te permite hacerte una foto delante del edificio de Correos sin que parezcas del todo un cateto. Mis padres se entusiasman y comienzan a inmortalizarlo todo, con la prisa que supongo te invade cuanto viajas cerca de los sesenta años, y en alguna me pillan desprevenido y salgo hasta guapo. Luego discutimos sobre la meritocracia y la igualdad de oportunidades, y me hacen algún reproche por mi escepticismo, aunque a mí me afecta menos que de costumbre. 

Va a ser cierto lo del carácter suavizador del mar. Quizá vuelva la semana que viene para concluir la tercera tutoría de mi trabajo del máster. Algo objetivamente absurdo, a todas luces. Pero la vida adquiere valor con las cosas que se realizan sin motivo.