sábado, 28 de julio de 2018

Qué puedo hacer (V)

DOMINGO
Contemplo la periferia de Barcelona desde la ventanilla del cercanías que me lleva a Sants. Los edificios, humildes como los de cualquier suburbio, salpican cada poco el paisaje con banderas españolas, la mayoría raídas y polvorientas. Parece una metáfora: un mundo avejentado que se va diluyendo, y las boqueadas que pretende orgullosas no hacen sino subrayar su condición mustia, sobre todo en comparación a la enérgica ilusión del otro bando. A pesar de mi desprecio hacia los nazis y tabarnios que pudiesen instrumentalizarlo, me sobreviene un ramalazo de empática melancolía. Yo he conocido Barcelona en sus dos vertientes más extremas: la pija de diseño y de lujos vergonzantes de puro desmesurados y el arrabal de los canis que convierten a Estopa en pura sofisticación. Tengo claro quién querría que venciese. La mínima dosis de populismo que me permito me impele a ir, en caso de duda, con los pobres.  

El cansancio me hace apartar la mirada, lamentando las largas horas que me esperan hasta la llegada al lugar donde las rojigualdas en los balcones no producen el más mínimo atisbo de simpatía. Pero no me quejo en absoluto del fin de semana: desde el principio sabía a lo que iba, y no estamos para rechazar las alegrías que Barcelona siempre me ofrece. De hecho sigo pensando, como hace cinco años, que podría adaptarme perfectamente a esta ciudad formidable. Incluso pese al goteo constante de la peor secta evangelizadora que ha conocido Europa Occidental, fomento de los instintos más atroces del ser humano y que aún hoy sigue llevando por el camino equivocado a millones de personas. 

Hablo, evidentemente, del Barça.

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LUNES
La novela sobre Nietzsche, Breuer y Freud que tengo entre manos por recomendación de I. no me convence en sus primeras cien páginas. Normalmente ya me cuesta muchísimo alcanzar la suspensión de la incredulidad en una ficción bien construida, verosímil. En este caso, el autor intenta encajar a martillazos en los diálogos las líneas maestras del pensamiento del filósofo y los psicoanalistas, por lo que el resultado literario es todavía más forzado. Da la sensación de encontrarse uno en una conferencia hasta cuando los personajes tienen sueños eróticos.

Por la noche veo dos episodios de Black Mirror con un par de compañeras y la conversación deriva en confesar las expectativas sobre lo que nos va a deparar el paso del tiempo. Una vez termina mi exposición (bastante más enfática y sincera de lo que me hubiera gustado; mecido por el ambiente de confianza, un poco más y convierto a Cioran en Mr. Wonderful) ellas me miran horrorizadas, y me ruborizo un poco. Al despedirme, M. me regala unas hortalizas de su huerto, como si alimentando mi cuerpo algo le fuese a caer al ánimo, y me saca una sonrisa.

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MARTES
Reflexiono sobre la posibilidad de una novia que tuviese idéntico nombre a una ex. Teniendo en cuenta lo mucho que me gusta recrearme en el pasado, me vería obligado a establecer algún tipo de distinción. En el mundo del fútbol se suele tirar por la calle de en medio, y los motes no suponen precisamente un ejercicio de sutileza. Así, Ronaldo el Gordo para diferenciarlo de Ronaldo, Cristiano. O Rodrigo, que se jubilará siendo el del Valencia aunque fiche por los Lakers. Se comprenderá que esta técnica plantea serios problemas, y es susceptible de provocar un cisma en mi cabeza. Porque a ver cómo se puede bautizar a una de ellas, sin sentirse uno horrible con la otra, con el apodo empleado por antonomasia para establecer discriminaciones entre jugadores: Fulanita, la Buena.  

La situación también tendría ventajas, claro. Si la relación sale mal, la cita de Marx en el Brumario ofrece un bello epitafio: "La historia se repite dos veces: la primera como tragedia y la segunda como farsa".

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JUEVES
La guardia de urgencias me ha dejado para el arrastre, de modo que acepto el plan del Riojano Joven y Fresco, tres mentiras en un mismo sintagma. La tarde veraniega y de interior significa sol, sudor y moscas. En un momento dado me veo arrastrado a una conversación sobre inversiones en Bolsa que casi me hace echar de menos la Medicina. Afortunadamente, incluso el postureo tiene fecha de caducidad, y todos acabamos bailando reggaetón en el pub de siempre. Que, por cierto, se llama Stress. Esta ciudad no tiene ningún sentido. 

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VIERNES
Los fines de semana con guardia el domingo son la crónica de una muerte anunciada. Uno no puede hacer planes con la libertad que quisiera, y no sabe si desear que pase el tiempo lo más rápido posible o aferrarse desesperado a las manecillas antes de lo inevitable. 

Paseo por Logroño tratando de mimetizarme con la fauna autóctona. Es decir, con los jubilados. Apenas veinte minutos después de salir acabo pidiendo precio en una tienda de instrumentos musicales; bien por un piano o bien por una soga, lo que tengan más a mano. La gerontofobia se está desarrollando en mi alma a pasos agigantados, y no se trata de algo bueno, trabajando en las Urgencias de un hospital. Me pregunto si se me notará en la cara en las entrevistas clínicas, y concluyo que no, porque la vida es un disimular constante, como el de esos domingueros que le ponen una pegatina al pilotito rojo que se enciende en sus coches. 

Antes de acostarme, hago la compra en un ejercicio de inusitada responsabilidad. No quedan pegatinas para el domingo. 

lunes, 23 de julio de 2018

Qué puedo hacer (IV)

MARTES
La marcha definitiva de Cristiano Ronaldo me alcanza en la piscina, y, como elaboro estos apuntes desde la imitación, enseguida recuerdo la famosa anotación de Kafka en sus diarios. "Hoy Alemania le ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde fui a nadar". De inmediato desecho la desafortunada metáfora. Comparar un conflicto bélico de tal calibre con la marcha del mejor delantero madridista que han visto mis ojos se trata de un despropósito, una auténtica desfachatez. Que la jodan, a Alemania.

Cristiano llegó a un Madrid que penaba en zozobra justo cuando yo empecé la carrera (también a la deriva, me temo), y a partir de ese punto referencial habría ya material para escribir seis tratados sobre la juventud, el paso del tiempo y el fútbol como paisaje acompañante. Para no extenderme, aclararé como contexto que los críos de los primeros dos mil habíamos sufrido cómo el reparto de papeles del Madrid respecto al Barça ("casi nunca la mejor plantilla, casi siempre el mejor equipo") saltaba por los aires con la llegada de cierto extraterrestre, que nos balanceaba año tras año como si fuésemos un trapo. Si semejante drama no arrojó a toda una generación a la heroína se debió al proceso de reconstrucción forjado en torno a un núcleo de jugadores, con nuestro Di Stefano moderno como puntal. Dijo el psiquiatra Jambrina a cuenta de otro portugués menos defendible que "el peor sentimiento que puede anidar en un hombre es la indefensión". El gran mérito de Cristiano, y de algunos más, es haber enseñado a ponernos en pie a los indefensos. Las rabietas, niñerías, desplantes y devaneos con Hacienda no fueron más que la ratificación constante de que nos hallábamos ante una folclórica: la Lola Flores que nos rescató de la condena a la merienda eterna del tigre blaugrana. Tan insoportable como imprescindible.

Por la noche, aún con un punto de melancolía, les enseño a unas compañeras la película Persiguiendo a Amy. Si la definición savateriana de intelectual es correcta (esto es, el que trata a los demás como si fuesen intelectuales y alimenta esa faceta en ellos), entonces yo soy un adolescente de manual.

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JUEVES
Llego a través del blog de Arcadi a un paper de la revista Nature cuya hipótesis reza que los machos con mayores niveles de testosterona presentan una mayor ambición y querencia por el estatus, de modo que una administración de la hormona en sujetos tiene repercusiones objetivables en los mismos. Pienso en ello observando a mis amigas por la tarde y a mis amigos durante la cena, sobre todo cuando la conversación llega a la aspiraciones vitales. La muestra es demasiado pequeña, pero no puedo reprimir una sonrisa. 

En lo que a mí respecta, confío en que mi absoluta y palmaria falta de ambición me permita al menos, siquiera como compensación colateral, conservar el pelo.

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VIERNES
A la consulta de Oftalmología llega un niño de rostro avispado y entrañable, que no calla ni debajo del agua y que responde a las preguntas con la animada rotundidad que da la claridad de ideas, puro anacronismo a tan tierna edad. Por si fuera poco, el crío tiene los ojos azules, flequillo, y muy buenos modales. La gigantesca magdalena de Proust me retrotrae veinte años, aun afanándome en evitarlo.   

Cuando se marcha de la sala, dejándonos a todos tan embobados como a su madre, yo ya he renunciado a la pretensión pedagógica de la adjunta, y me pierdo en soliloquios sobre cómo puede llegar a despeñarse un niño de tanto potencial. Concluyo que algunas personas constituimos en nosotras mismas el mejor argumento a favor de la planificación central y contra la mano invisible del mercado. Siento un ramalazo de compasión, totalmente injustificada, por el niño. 

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SÁBADO
La marea deja sin playa a Zarautz a partir de las seis de la tarde, así que llegamos a tiempo para ser invitados a la enésima cena. La hospitalidad de mis compañeros es tan grande como mi falta de vergüenza. Al menos esta vez recibo mi merecido cuando, al dejarme llevar por el piloto automático frívolo, suelto alguna boutade (deliberadamente ridícula, debo subrayar, señoría) en favor de la Unión Soviética, y la persona que menos lo hubiese esperado me afea la simpleza procomunista. Acostumbrado a que las palabras no signifiquen nada en la charla superficial rutinaria, que de vez en cuando me pasen la factura del contenido tiene un punto refrescante, pero lo súbito de la bofetada me deja más torpe de lo debido, y luego ya no sé ni cuál es la capital de Yemen.

Conducir con el freno de mano termina destrozando el motor. Y, por primera vez en una temporada, se avecinan cuestas. Me invade una mezcla de ilusión y extrañeza, quién sabe si la segunda sea producto del largo tiempo que llevaba sin experimentar la primera. 

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LUNES
Una paisana granadina con la que roto en Oftalmología me pregunta que qué hago en La Rioja. Hombre, hombre. Esas tenemos, un lunes. Me hubiera resultado más fácil y agradable que me hubiese ordenado recitar los pasos de la cirugía de desprendimiento de retina. O someterme a ella, directamente.

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JUEVES
Tres días seguidos de piscina más cena con compañeros han dado para encontrar el primer bar donde me encuentro cómodo en esta ciudad. La tercera jornada, incluso, he podido encontrar como propina memorable un sucedáneo de futbolín, animal por lo visto en peligro de extinción por encima de Chamartín. Mis progresos van a buen ritmo: calculo que estaré a gusto en Logroño cuando lleve ya quince años fuera de aquí. Mientras tanto bebo bastante, arrastro a los que puedo a un sórdido karaoke y, una vez en casa, preparo maletas durante la madrugada. 

La huida semanal correspondiente a este finde me ha de llevar a Barcelona. Cinco años después.  

lunes, 9 de julio de 2018

Qué puedo hacer (III)

DOMINGO
El fin de semana madrileño ha transcurrido en un suspiro, que es lo que ocurre cuando vives la vida como una yincana en la que quieres encajar toda la felicidad posible. No he tenido un segundo de respiro, entre cenas en Malasaña, parloteo deliberadamente sentimental y mudanzas de carácter quijotesco (¡que no son armarios, que son gigantes!). En el tiempo de descuento, antes de coger el autobús de vuelta, me permito sobreactuar frívolamente comentando el España-Rusia con mis anfitriones. Lo que empieza como un broche festivo de ridícula desinhibición, rompe poco a poco en tragedia sin atisbo de comicidad, y un ambiente desolador impregna el apartamento. A mí, español solo por conveniencia, el dolor que observo en las caras de mis amigos se me antoja bastante desproporcionado, únicamente admisible en catástrofes auténticas, como, no sé, un empate liguero del Madrid. No obstante, me despido de todos dándoles la mano solemnemente, como en un funeral, en señal de respeto.

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LUNES
Sigo escuchando a Nacho Vegas y Los Planetas en bucle. Si mi vida en Logroño se reprodujese en una sitcom, la sintonía resultaría muy fácil de escoger. El único problema, aterrador, es que coincidiría con el argumento. 

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MIÉRCOLES
Regreso a Nájera ilusionado con la posibilidad de encontrarme con G. y contarle que he hecho los deberes musicales que en ningún caso me mandó. Evidentemente no coincido, y la guardia se transforma en el tedio de siempre. El doctor que ocupa su lugar rebosa sabiduría e interés docente: se trata de una oportunidad buena para aprender por imitación. Previsiblemente, la tarde se convierte una lucha heroica para disimular mis bostezos, propios de una disección aórtica. 

Durante la cena, el médico celebra que su hija, que se tomó un año sabático al acabar la carrera para dedicarse al teatro, ha vuelto al redil y está preparando el MIR, comme il faut. En ese instante me arrepiento de todos mis esfuerzos por fingir alicientes. Siento unas ganas absurdas, casi patéticas, de abrazar a esa chica que no conozco.

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JUEVES
El Si esto es un hombre de Primo Levi logró su objetivo absorbente a partir del segundo capítulo. Intercalando reflexiones de una profundidad y precisión considerables en medio de las descripciones de la brutalidad cotidiana, resueltas éstas con una prosa escueta, casi lacónica, sin embarrar con excesos el horror desnudo. Todos los grandilocuentes golpes en el pecho, contritos, que se han producido a posteriori a cuenta de Auschwitz, me resultan caricaturas grotescas al leer el sobrio testimonio de este judío italiano. Me resisto a acabar el libro, y estiro las últimas páginas en lugar de apurarlas.

Con el espíritu sensibilizado, veo además en el periódico que justo hoy ha muerto Lanzmann, el director de Shoah, y apunto otra deuda pendiente en la lista cultural destinada a paliar mi ignorancia. Cada aproximación a un tema me descubre un pasillo infinito de ramificaciones imprescindibles. Pretender adquirir un canon decente para entender el mundo y la vida resulta a todas luces incompatible con proyectos tan prosaicos y avasalladores como preparar oposiciones, o, quiá, trabajar.  

Por la noche, de cena con los compañeros, de repente se rompe la rutina. Espontáneamente me asalta una de esas voracidades frívolas e inexplicables que me gobiernan de cuando en cuando. Me dejo atropellar por el impulso alcoholizante de soltar trivialidades, y todos se percatan de mi excitación, aunque solo para decirme que "estoy muy gracioso esta noche". Van pasando las horas en los bares y pubs, y mi injustificada desmesura aterriza en una conversación con una persona interesante, inesperada y deslavazada como un collage, en la que mentamos a Siria, varios músicos, Cataluña, la vida universitaria, y ella muestra una personalidad y unos esquemas vitales realmente diferentes a los míos. Lo último me descoloca, y me descoloca aún más que me descoloque. Vuelvo a casa confuso, tratando de decirme que la impresión agridulce que tengo es producto de mi estado pseudoeufórico, pero la realidad es que mi cerebro incluso se permite jugar con ensoñaciones metafóricas sobre un futuro inconcreto a partir de la letra de Nos ocupamos del mar

A veces soy un poco gilipollas.

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SÁBADO
A media tarde me obligo a desentumecerme viendo con compañeros una película que resulta más sugestiva de lo esperado mientras una tormenta castiga Logroño. Luego cenamos en una hamburguesería, tomamos una copa, y yo continúo con mis dosis de simpatía repartidas ecuánimemente. Aún pensativo por mi episodio de anteayer, le doy vueltas en voz alta, otorgándole diferentes sentidos crípticamente ante una audiencia despistada, hasta que decido que es suficiente y marcho a dormir.

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DOMINGO
Para no pensar mucho, atiborro la jornada de planes, visitando Vitoria sin privarme de nada en el  almuerzo, la merienda y lo que se me va antojando. Ya de vuelta a Logroño me incorporo a una cena que alargo hasta el límite de lo razonable. Una vez en casa, renuncio a preparar el lunes como debiera, pero termino, eso sí, las últimas páginas del libro de Levi, que no merece la condición de comodín inacabado solo por no querer afrontar la sensación de pequeño desamparo que me producirá su final. 

Toda la coherencia y disciplina que me falta en mi día a día sí está presente en mi hábito lector, único terreno libre de autosabotajes.