El Madrid salió a Balaídos mandón, fiero, con ganas de finalizar por la vía rápida. Con una colocación y una concentración extraordinarias, los primeros veinte minutos fueron un monólogo que aturulló al Celta. Casemiro se dedicaba a recoger cuantas pelotas llegaban al medio campo, los extremos trabajaban con perfectos movimientos de acordeón, y Kroos, liberado de la responsabilidad de sacar el balón, empleaba su precisión en tareas ofensivas. Por encima de todos sobresalía la figura del mejor jugador del Real Madrid, conjunto tan heterodoxo que el mayor caudal de juego surge desde el lateral.
Llegaron los goles, uno sudado por Lucas y el otro, ya con el equipo replegado, de Danilo, que aun así no compensó su horrible actuación defensiva. Estos zarandeos desperezaron a los gallegos, y Nolito lideró una grandiosa reacción, espoleada por un público agitado por la expulsión de Cabral y por el desfonde físico del Madrid. El Celta es valiente a la manera kantiana, porque puede (su nivel técnico se resume en un extremo reconvertido como mediocentro de contención: finísimo Augusto) y porque quiere, y, con un Cristiano insoportable que desperdició todas las contras, sólo los reflejos arácnidos de Keylor Navas lo alejaron de un botín merecido. Cada parada del costarricense hacía recordar con rubor la historia del fax. El Madrid va a terminar como los luditas, aplaudiendo el atraso tecnológico.
La firma al divertido espectáculo la efectuaron los dos mejores: Nolito y Marcelo, con sendos golazos. El público se despidió con un aplauso y los de Benítez con el liderato en solitario. Al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios.
Muy grande, Pablo!
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