jueves, 7 de febrero de 2019

Qué puedo hacer (14)

LUNES
Siglos después, vuelvo a coincidir con G. en Nájera. Esta vez el impresionado es él cuando me ve con La gran transformación de Polanyi, título que apunta para comprar y leer cuando tenga tiempo, lo que supone el halago más grande que un residente ha conseguido en la historia de la formación MIR en la Rioja. Hablamos de temas ligeros, desde el deporte a la literatura, y la tarde transcurre amenísima. Un rapto de emoción me invade cuando deja caer que conoció personalmente a Javier Egea y que formó parte del jurado del Bretón que premió a Jabois por Manu. En ese momento mi entusiasmo vence a mi timidez y le digo que yo también escribo, rebajando la inevitable carga de vanidad de la confesión con un deje irónico: "En mi caso, escribir resulta un exceso". Él no me responde, asiente lacónico. Mucho callo en el mundo de la impostura literaria como para tomar en serio las nimiedades de un cualquiera, aventuro. Entonces me avergüenzo, y cambio de tema. 

Esa noche decido que voy a volver a presentarme a certámenes.

JUEVES
Veinte años de la maqueta de Estopa. En realidad llegó a mí un tiempo después, lo que no mancha un ápice su carácter de hito generacional. Como con todos los hitos generacionales, uno toma conciencia mucho más tarde. El Real Madrid, los tebeos de Spiderman, la maqueta de Estopa, mis tardes en casa de R. Una educación sentimental que haría estremecerse de envidia a Flaubert.

DOMINGO
Día de suplementos dominicales y de relectura de los artículos preferidos que he ido recopilando. Esta costumbre mía tiene algo de regurgitación insana, de placer culpable. Una especie de zona de confort demasiado estirada (sólo en el terreno literario me insto a cumplir de vez en cuando la cursi y tramposa recomendación de salir de la zona de confort; mal rayo parta a quien pretenda promoverla para cualquier otro orden de la vida).

Todos estos ridículos remordimientos se me pasan con una nueva carcajada al releer la anécdota de Luis Miguel Dominguín contada mil veces por el difunto Blázquez: aquella señora escandalizada que gritó en la Gran Vía al torero que cómo se atrevía a llevar de la mano a un niño fumando un puro. El niño resultó ser su enano de la suerte, don Marcelino, vestido con pantalón corto, media alta y zapato Gorila: "Señora, que tengo 55 años y soy bibliotecario por oposición"

LUNES
Mi guardia de Otorrino me ofrece una larga conversación de cine con L. y un nuevo visionado de Las ventajas de ser un marginado. Nada mal para un lunes. Aceptamos las guardias que creemos merecer. 

JUEVES
Celebro mi exitoso fin de rotación en ORL con un viaje exprés a Vitoria para ver el Baskonia-Maccabi. El partido es un trámite, sin el Madrid de por medio y con 20 puntos de ventaja para los vascos, desconecto en cuanto se me acaban las iniquidades verbales contra el técnico de los israelíes para disfrutar por radio del show de Benzemá en Girona. Hay que descansar, pues se avecina un fin de semana intenso.

SÁBADO
Dos salidas seguidas que mi hígado acusa y mi ánimo agradece. Tres trazos rápidos, como si fuese impresionista: una paella a la vasca en casa de I., un karaoke y una conversación inesperadamente íntima con C. El inventario de esta semana ha quedado demasiado cargado para perderme en detalles puntillistas. De repente, me percato de que mi vida social en Logroño hace tiempo que limpió las telarañas para convertirse en un trajín en el que no puedo atender a todos los que solicitan mi presencia. Resulta increíble comprobar cómo se repiten los patrones de mis relaciones sociales allá donde voy. El auténtico animal social savateriano.

DOMINGO
Me desayuno con la polémica anual de los Goya, esta vez a cuento de la versión de Rosalía de la canción Me quedo contigo de Los Chunguitos. Huyo del soporífero debate sobre la apropiación cultural para centrarme en la letra del tema, que incluye la declaración de amor más poderosa y brutal que yo, patética pretensión de intelectual, podría dedicarle a una mujer: "Si me dan a elegir entre tú y mis ideas / Que yo sin ellas, soy un hombre perdido / Ay, amor. Me quedo contigo". Escoger a alguien antes que a mis ideas, se dice pronto.

MARTES
Persiguiendo a Amy en casa de H. Lo de repetir patrones de conducta está pasando de castaño oscuro.

JUEVES
Acabo Laëtitia o el fin de los hombres. Sensaciones encontradas, que diría un comentarista de televisión. La reconstrucción de un crimen desde múltiples puntos de vista es una empresa ambiciosísima de la que Jablonka sale bastante airoso, con matices. Cuando uno se embarca en esta aventura sin renunciar a los usos y maneras del reportaje, existe la posibilidad de que incurra en un indebido manoseo de la víctima. Las reflexiones sobre los posibles porqués son muy interesantes, pero se corre el riesgo de atribuir sentidos ficticios a los fríos hechos para que encajen en un relato. Jablonka (por una buena causa, no digo que no) cruza en diversas ocasiones la línea roja: "Laëtitia murió como una mujer libre; Jessica vive como una mujer libre". 

Hay algo que me incomoda: en un libro de reconstrucción factual, lo único honesto en relación a los porqués pertenece al ámbito de las conjeturas. Soy consciente de que sólo las certezas aplacan (y venden). Pero entonces deja de ser un libro sobre Laëtitia y Jessica para ser un libro de Jablonka acercándose a la historia de Laëtitia y Jessica. No pasa nada, ese vínculo produce obras magníficas, como el que unió a Carrère y Romand. Se trata de "apoderarse del suceso para domar las fuerzas terribles que allí se ponen en funcionamiento". Bien está, siempre que se asuma esta condición: cada cosa en su lugar. A fin de cuentas, puede que sólo sea un buen libro si se analiza desde algunos parámetros, pero sin duda es un libro necesario. Y, añado, bastante estimulante.

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