lunes, 24 de septiembre de 2018

Qué puedo hacer (9)

LUNES
Aprovecho que el servicio de Cirugía General está en cuadro esta semana para colarme en una consulta de curas, en un intento de conocer siquiera un atisbo del manejo de los drenajes, redones y heridas. Cuando el médico del despacho de al lado se entera, me mira como si estuviese ante un marciano. Un médico que solicita motu proprio no ya la compañía sino incluso aprender algo del personal de Enfermería, no es alguien de fiar. El silencio durante la hora compartida del café, lejos de incomodarme, me reconforta como justa recompensa a mi osadía. 

Por la tarde perpetro un breve texto sobre Sergi Llull, jugando con la canción de Elton John: Rocket man, y al tararear la letra me sonrío recordando lo ocurrido por la mañana. "I'm not the man they think I am at home" (…) "And all this science, I don't understand. It's just my job, five years a week". De que todas las canciones hablen de uno supongo que también se sale.

MARTES
Mi última guardia del mes en Urgencias es bastante tranquila: termina con un intento de agresión y un paciente psiquiátrico atado a una cama chillando amenazas durante toda la madrugada. Apuro los minutos postreros charlando con una enfermera que sorprendentemente procede de Torreblascopedro. De inmediato la boca me sabe a magdalenas. La Torre era el pueblo vecino a Linares del que venían las chicas más guapas a mi instituto, sueltas nivel Gabete, dispuestas a demostrar por contraste lo niños que aún éramos algunos. Las puyas que me suelta acerca de mi desgarbado aspecto tras diecisiete horas trabajando revelan que doce años no son nada, y por un momento entro al trapo del coqueteo inofensivo y pueril. 

Mientras observo su cara despreocupada y feliz calculo el pequeño milagro que supone, en términos de estadística, nuestro encuentro a 650 km de la madriguera común. La cantidad de pequeñas historias que han debido de irse encadenando. "Lo que llamamos azar es nuestra ignorancia de la compleja maquinaria de la causalidad", etcétera. Me viene a la mente aquel texto de José Antonio Montano sobre los dos ecologistas voluntarios que se conocen mientras limpian chapapote en la lucha contra la catástrofe del Prestige y terminan enamorándose, fundando su amor en una tragedia que ambos odian pero que a la postre les brinda lo mejor de su vida. Concluyo que si algún día le debo al Hospital San Pedro algo diferente a una jaqueca, será el mayor corte de mangas que el Destino haya dado a mortal alguno desde lo de Edipo Rey. 

Miro una última vez a la enfermera, que no ha cesado de hablar, y me convenzo de que la improbable epifanía no acontecerá esta noche.

JUEVES
"Si el día grande de las fiestas de San Mateo es el Chupinazo, imagínate cómo será el resto". No me dejo vencer por el pesimismo y salgo a cenar y a tomar copas, siquiera porque ayer el Madrid avasalló a la Roma. Me lo paso bien, pero no obvio que el consumo de alcohol va aumentando progresivamente en mi rutina, y me preocupa no por lo que pueda hacerle a mi hígado sino más bien a mi estilo literario. Uno empieza emborrachándose dos días a la semana y termina enlazando sujeto-verbo-predicado al estilo parco y pretendidamente viril de Hemingway y dándoselas de canallita. Puaj.  

VIERNES
Mi desasosiego ante el abuso de la ginebra es tal que antes de las dos de la tarde estoy bebiendo de nuevo con los mismos compañeros de anoche. 

SÁBADO
Antes de continuar con mi triplete de salidas apuñalando fatalmente mi tarjeta de crédito, me obligo a respetar mis principios: a las siete y cuarto el Madrid de baloncesto se juega el primer título de la temporada. A medida que el equipo se va asentando en el parqué, yo voy perfilando adjetivos para una crónica que nunca será publicada, a pesar de que más de una vez he fantaseado con imitar a Fermín Calaza, el amigo de Jabois que firma sus artículos como "economista y matemático". Mi ilusión consiste en que, después de desbordar al lector con un sesudo texto sobre sociología, deportes, crítica cultural o política internacional, en la firma ponga "Pablo Rivas es médico", y reír secretamente. La gente pensaría que se trata de un error de tipografía, en lugar de vital.

DOMINGO
Quedada para desayunar con L. Hablamos del amor, y de cómo la tensión de los primeros encuentros se atenúa si no se da el paso a tiempo. No termino de estar de acuerdo, pero no me apetece discutir, así que prefiero en centrarme en lo que ambos coincidimos: la importancia de la idealización. Aunque me reservo que, en mi caso, ni siquiera en los momentos de mayor fascinación me libro de los ramalazos de duda ante el mínimo atisbo de nubecilla en el límpido cielo azul de la felicidad plena. Decía Borges que para él "enamorarse es ver a la persona amada como la ve la divinidad". Pero también es verdad que Borges era ciego.

Por la tarde voy al cine y Todos lo saben, la nueva de Inma Cuesta (me da igual que estén Bardem o Penélope, para mí Inma sería la protagonista de cualquier rodaje pese a que solo saliese cinco segundos), resulta verdaderamente decepcionante. Lo más reseñable es una frase de Darín durante la promoción: "No hay nada menos seductor que tratar de seducir". Haciendo inventario de mis éxitos y fracasos, no puedo menos que asentir. Tanto reivindicar deliberadamente mi andalucismo desde que pazo en el norte, quizá va siendo hora de, fuera autocompasiones, volver a ser lo que fuimos.  

lunes, 17 de septiembre de 2018

Qué puedo hacer (8)

MIÉRCOLES
La artimaña de regresar a mitad de semana para hacer más llevadera la vuelta a Logroño se ve desactivada por un precioso doblete de guardias en fin de semana. Mi vida en la Rioja es un esfuerzo continuo para evitar presentarme cualquier día en el hospital como Fernando Hierro frente a Gracia Redondo ("No sabes ya cómo jodernos, ¿no?"). 

Mientras las horas languidecen en la travesía eterna del autobús, termino "Luz de agosto", de Faulkner. El enemigo modernista de Hemingway era una laguna, otra más, en mi formación literaria construida a retazos. Me temo que su existencialismo se enmarca en un paisaje demasiado lejano, el Sur segregacionista de principios del siglo XX, lo que impide que la chispa de la fascinación se encienda. Pienso en J., la chica con la que quedaba hace siglos, que me lo recomendaba encarecidamente, y adquiere un mayor poso retrospectivo a mis ojos. Me pregunto en cuántas ocasiones mis prejuicios me han servido de anteojeras involuntarias.

SÁBADO
Inmerso en mitad de un doblete, releo la lista de nuevos propósitos que tenía preparados para engañar al reloj con actividades productivas. Mareado ante la altura de los objetivos, rompo el papel y acepto la llamada de mis compañeros para hacer el payaso en el karaoke. No obstante, y para que no se diga, me decido a sustituir la numeración romana de este diario por la arábiga. Los cambios, poco a poco. 

LUNES 
L. me llama desde Atenas, deprimida ante la perspectiva de su vuelta. Ejerzo de consuelo enumerando una cantidad ingente de motivos por los que la vida aquí resulta apasionante. Ficticios todos, desde luego. Cuelgo el teléfono con cierto desasosiego en la garganta: de todas las veces que he mentido a una mujer (escasísimas), ésta es la peor, sin duda. Mentiras piadosas, llaman los curas a estas situaciones. Como para no hacerse ateo.

MIÉRCOLES
Inquieto por un alta que di hace unos días, me quedo hasta las cinco de la tarde repasando historias y pruebas en un ordenador del despacho. La Medicina no se conforma con no darme satisfacción alguna, sino que no se priva en ofrecerme desazones. Me resulta incomprensible que alguien ame esta disciplina, tan en contacto con el sufrimiento y el dolor, recuerdo perenne de que la sensación de invulnerabilidad que acompaña a la juventud se trata de una ficción un tanto patética. Y, además, la Medicina es desgraciada e inevitablemente necesaria, con lo que ni siquiera me deja la vía de escape de minusvalorarla. Perdido el derecho al pataleo, la frustración se acumula el triple.

SÁBADO
Comienzo de las fiestas de Logroño, por lo que paso el día con compañeros en una jornada en la que el alcohol y la peste a orín constituyen las condiciones ambientales del decorado. Cuando el nivel se hace insoportable, marcho sin avisar a ver al Madrid, al que he abandonado a su suerte en el primer tiempo en San Mamés. Desguarnecido sin mi aliento al otro lado, el equipo va perdiendo, así que pido una botella de agua en la única e infecta tasca que está retransmitiendo el encuentro en lugar de los actos de la feria. Solo en la barra mientras todos celebran fuera, la postal podría considerarse una metáfora. El Madrid empata y se acaba el partido, en otra jornada que objetivamente no puede tacharse de catastrófica, pero que aleja una vez más sus posibilidades de liderar la tabla con la suficiencia de hace años. Me marcho del bar antes de continuar viendo metáforas de mi vida en todos lados.