viernes, 1 de diciembre de 2017

Melancolía madridista

Un cielo gris y plomizo, bocanadas de aire espeso y turbio y un malestar tan emocional como físico que se torna insoportable para los que acabamos de descubrir la hipocondría. No, mi postal de la capital en las últimas fechas no insta a recitar a Quiñones de Benavente. Por el contrario, escarba en el lado malo de mi ciclotimia. Entre agitado y triste, paso al lado del Bernabéu. Con la luz marchita de esta mañana, la mole ha perdido parte de su imponente fortaleza, y adquiere un matiz oscuro, casi mustio.

El Madrid y yo no somos como esas mujeres que sincronizan su menstruación. He pasado grandes épocas en las que el equipo se arrastraba, incapaz de seguirme el ritmo (en esas fechas yo experimentaba por momentos una sensación de felicidad incompleta). Otras veces, hundido por diversas circunstancias, el Madrid suponía un alivio, una suerte de bálsamo ridículo y eficaz. Hoy miro al estadio en busca de consuelo y veo hercúleos esfuerzos para mantenerse a ocho puntos del líder y un esperpento en grado de tentativa frente al Fuenlabrada, en Copa. La coordinación de ánimos, esta vez sí, ha resultado precisa.

Echo un ojo al calendario. Mañana hay un Athletic-Real Madrid. Puede constituir la puntilla de esta temporada. Noto entonces cierta excitación, y recuerdo por qué me siento tan unido al club. El mayor de mis miedos, y el que más alimenta mi hipocondría, es el pánico a lo irreversible. A las opciones que se cierran en la vida, de manera imprevista y para siempre. Alguien lúcido contestará que esto supone el miedo a la vida misma, y no le faltará razón. El Madrid, por el contrario, es una eterna puerta de par en par. Despojado de la red del relato de la que gozan sus máximos rivales (da igual lo que les suceda porque siempre tienen premio de consolación literario), juega a tumba abierta cada encuentro. Borrón y cuenta nueva. La injusticia de que no cuente nada de lo que has conseguido supone a la vez el privilegio de una infinita nueva oportunidad. Un eterno retorno salvador. Se trata de transformar el inconformismo, paradójicamente, en zona de confort. Nada tienes, salvo una inagotable bola extra.

Cuántas veces necesitamos creer en ese ficticio oasis en el que cada nuevo amanecer es siempre una esperanza para el hombre. Por desgracia, la vida lo desmiente ofreciéndonos instantes traumáticos, puntos de inflexión a partir de los cuales no hay vuelta atrás. Por eso el Madrid es, algunas veces, más grande que la vida. 

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