martes, 27 de septiembre de 2016

El Correo Andaluz (II)

Querida P.:

Tras la primera misiva, algunos, tentándose la ropa, me acusaron de falta de matices. Enfocar la confrontación ideológica entre izquierda y derecha desde una perspectiva que dividiera en idealistas y realistas se trataba sin duda una simplificación, y así lo expresé. Aunque algo de verdad debieron de encontrar mis amigos de izquierdas cuando de inmediato reaccionaron  como impulsados por un molesto prurito. No obstante, resultó graciosísimo que la mayoría de ellos se apresurara, antes de nada, a cuestionar la posibilidad de que una utopía de derechas pudiera parecer más atractiva que una de izquierdas. De todo el texto, ese suponía el principal desencuentro: había que subrayar que la verdadera utopía, la única, es la de la izquierda. Confirmando así, a su pesar, que el terreno que consideran verdaderamente propio es el mundo de las ideas.

Más allá de ensoñaciones, el problema de la izquierda no reformista es, pues, la falta de referentes válidos. Por supuesto en la práctica (los experimentos nunca les han terminado de salir bien, y no los hacían con gaseosa, precisamente), pero también en una teoría que se pretendiera honesta y no fabulosa. Consciente de su insolvencia para construir una alternativa concreta, la izquierda se ha centrado en buscar las contradicciones del sistema capitalista. En el debate teórico ha conseguido dejar un poso, un eco, una certeza en el mejor de los casos, de que el mundo es injusto. Mas sin poder responder cuando le piden comparaciones con otros modelos. Juega a la defensiva, saboteando legitimidades, sin proponer nada concreto que mejore los niveles de bienestar conseguidos por el capitalismo.

En cualquier caso, fracasar en la lucha teórica constituye una contrariedad menor. La discusión intelectual puede ser interesante, pero no es la que apuntala el sistema. La gente no acepta el capitalismo porque le convenza una trama ideológica absolutamente coherente y por ello persuasiva, sino por una serie de afectos y hábitos que percibe como cercanos y se instalan en su rutina. Entre los que destaca, fundamentalmente, el consumo, y su inconmensurable potencial evocador. A diferencia de su rival, la derecha no ha pretendido construir realidades a partir de ficciones, sino otorgarle un sugestivo carácter ficcional a la realidad más cotidiana existente: la transacción. Consumir fascina, oculta una carencia, alivia una desazón, aumenta una autoestima. Ser Dios, de nuevo, está al alcance de todos. Basta con tener el suficiente dinero.

La izquierda, incapaz de estructurar un armazón racional antagonista a la altura, podría al menos operar en este campo: el de las emociones y la consolidación de nuevos hábitos. Pero nuevamente, su tendencia idealista menoscaba la eficacia de este propósito. Sus alternativas anticonsumistas están pergeñadas desde la superioridad moral (las comunas, el decrecimiento…) y el desdén a quien no las comprende, e impiden que arraiguen como banderines de enganche no anecdóticos. Por otro lado, su intento de aprovechamiento de estandartes tradicionalmente adversos (la patria, por ejemplo) contribuye casi siempre a la creación de híbridos contraproducentes, porque las mismas tendencias gregarias que posibilitarían formas cooperativas de vivir juntos nos impulsan a menudo a herir a los demás.

Me dirás que dibujo un panorama desalentador para los críticos del capitalismo. Sólo puedo contestar que mires a tu alrededor. Tienen todo el trabajo por hacer, y, en lugar de ponerse manos a la obra, gastan las fuerzas reivindicando la calidez de la utopía. En otro tiempo me resultaba incomprensible. Ya, no tanto.

La terrible certeza de que, una vez derrotadas la cabeza y el corazón, es la víscera lo único que te empuja a seguir avanzando. En círculos.

Sigue con salud.

P.

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