sábado, 3 de diciembre de 2016

J 14. Barcelona 1 - Real Madrid 1

"Tampoco es inescrutable el azar, también está regido por un orden"
Novalis


Llegaba el Madrid al Camp Nou como apenas acostumbra. En lugar de apurado por una marea de urgencias, con la tranquilidad de un notable botín de puntos de ventaja. Generalmente, en la encrucijada entre la posibilidad de la puntilla y el apertrechamiento, el equipo blanco tira por la calle de en medio, para desgracia de su afición. La indecisión culmina en un intento de atajo especulativo que suele terminar en decepción y ceño fruncido. 

Sin embargo, la primera parte resultó ejemplar. La colocación medida (¡ah!, esas líneas juntas), la templanza y brega por parte de Kovacic e Isco, Marcelo estirándose como un chicle, Vázquez más solícito que nunca, y, por encima de todos, la omnipresencia de Luka Modric. Robando balones por astucia y anticipación, distribuyendo con la mesura con que un padre de familia parte el pan, derrochando visión aguileña a pesar de que su aura sea ratonil. El Barcelona, por su parte, dejó pasar los minutos con más miedo que vergüenza, concentrado en anular la escasa profundidad merengue. Cristiano defraudó (no va con segundas) pese al voluntarismo, y Benzemá es un delantero que se especializado en jugar de espaldas. Al gol. 

Entre tanto, los penaltis salpicaban continuamente las áreas, como un bombardeo en Alepo. Hubo alguno más en el área local que en la visitante, pero para Clos Gómez la Justicia se representa con una venda en los ojos no por casualidad. Para entonces el naufragio de Busquets y Rakitic era una peor noticia que la decadencia marrullera de Mascherano, bastante más asumible por evidente durante meses. El descanso fue una bendición para el Barça, que parecía un salón vacío por donde Messi deambulaba.

La superioridad madridista continuó tras la reanudación, con la sensación desesperante de que los futbolistas no sabían qué hacer con ella. En ese instante llegó el gol de Suárez, el único culé que había demostrado rabia. Una absurda falta de Varane, que emborrona un poco su gran actuación, fue rematada por el charrúa (¿adelantado unos milímetros?) ante la cobardía de Navas para defender un terreno que le pertenece. Se descompuso un poco el Madrid, más aún con la salida de Iniesta al campo, una especie de Cid que reconforta a sus compañeros sin necesidad de estar muerto.

Zidane reaccionó como suele: sin que nadie entienda sus motivaciones. Al menos yo me declaro incapaz. Trató de resguardarse aferrado a Casemiro, mas al sustituir a Isco liberó a Busquets, y dejó a la nave madridista a merced de la tormenta. Las olas vinieron en forma de ocasiones clarísimas de Neymar y Messi; poco faltó para el hundimiento. Tras desmontar el andamio, Zizou introdujo sangre fresca con Asensio y Mariano, y la persecución de sombras, revitalizada, se prolongó hasta casi el final. Entonces, de manera inesperada, el Real dio el paso adelante al que no se había atrevido en el primer período, cuando podía. Fue algo irracional y tenaz, con el punto de patetismo del estudiante que pretende sacar el cuatrimestre en la última noche. En el descuento, un sutil centro de Modric halló la homérica cabeza de Sergio Ramos, cada día más busto y menos central. El Madrid obtuvo un resultado que había merecido, pues, pero de la forma más rocambolesca posible.  

Yo salí del bar rumiando que, después de todo, mi madridismo debe de tener más significado del que parece a primera vista. Los caminos del azar son inescrutables. 

jueves, 20 de octubre de 2016

Íñigo Errejón o la izquierda madridista

"El Atleti del Cholo me hace soñar. Es David contra Goliat.(...)
Sería bonita una final con dos equipos españoles y claro que quiero que el Real Madrid pase a la final. Zidane me encanta como entrenador y el Madrid es un equipazo. Tendría el corazón dividido,  pero si hay que elegir entre David y Goliat, voy con David."
Pablo Iglesias Turrión

La izquierda en España posee una serie de carencias y tics, en buena parte heredados de su posición históricamente marginal, que contribuyen a perpetuar su frustrante condición de outsider. Por encima de todos destacan dos lastres principales: su desdén elitista hacia los gustos de masas y el aprecio por la protesta antisistema como modus operandi habitual, en vez de como opción racionalmente coyuntural. Tales características impregnan su carácter, y suelen determinar sus estrategias y discursos a todos los niveles. Incluido, cómo no, el cultural. Saberse moralmente superior y ser antiestablishment da para lo que da en la práctica, pero otorga un relato precioso como premio de consolación. La tendencia de la izquierda al gueto autosatisfecho supone una evidencia, y las consecuencias a la vista han estado durante lustros. 

De un tiempo a esta parte, sin embargo, una corriente impugnatoria se abre paso en el seno de la izquierda española. Tratando de acomodar los principios a amplias mayorías, sin complejos ante la institucionalización. Implica una posición rupturista con el cómodo (e inane) refugio anterior, aunque aún queden resabios. A la nueva apuesta la contemplan 71 diputados en el Congreso, éxito sin precedentes en la joven democracia constitucional. Su responsable intelectual es un joven treintañero llamado Íñigo Errejón. Doctor en Ciencias Políticas, director de las sucesivas campañas electorales. Casualmente, madridista.

La izquierda y el Real Madrid tienen más en común de lo que se pueda pensar en principio. La ferocidad que despiertan entre los adversarios, por ejemplo. O que, pese a los esfuerzos de sus simpatizantes, la batalla del relato la tengan perdida frente a sendos tópicos. Esto último supone un problema para muchos, que valoran su identidad como el mayor de los tesoros. El corazón de los izquierdistas tradicionales tiende, decíamos, a la melancolía como guarida. Existe algo de masturbatorio en las loas que recibe el Atlético de Madrid, equipo con el que Iglesias dice sentirse más identificado. Un insano refocilo en la derrota. Qué manera de palmar. Hay belleza en la estética del perdedor, sin duda, pero Errejón y yo queremos ganar. La poesía no está reñida con el pragmatismo, se trata de un falso dilema, aunque si hay que elegir... Por supuesto, el marcador en política se interpreta con los datos. Veinte puntos de gasto social aumentó el PSOE de los ochenta, como las veinte copas de Europa que posee el Madrid entre ambas secciones.

No es una opción sencilla, no sólo por renunciar a la red de autocomplacencia lírica. Tanto la izquierda como el Madrid deben vencer con una amplia diferencia sobre el rival para legitimarse. En el Bernabéu, cualquier resultado menor de un 3-0 acarrea el inexorable análisis de cada jugada, y la sempiterna cantinela de que como el árbitro se equivocó en un saque de banda el triunfo debe ponerse bajo sospecha. Qué decir de las reacciones que se producen cuando a la izquierda le da por subir los impuestos o quitar un crucifijo del aula. La gestión ha de ser impoluta, incontestable, para acallar los gritos de los antis. 

Por último, las compañías. Ser del Madrid, como pertenecer a cualquier proyecto mayoritario, conlleva compartir elástica con una legión de personajes impresentables. Del mismo modo que constituirse como primera o segunda fuerza del Congreso no puede hacerse únicamente con los votos de los apologetas de las esencias (quienes, por otro lado, y para más inri, luego casi nunca votan). Álvaro Ojeda y Willy Toledo son un mal necesario. 

Es probable que sea una exageración atribuir exclusivamente al madridismo de Errejón la inyección vitamínica que sus tesis y estrategias ofrecieron a la izquierda española. Pero no está de más recordar a los amantes de las metáforas, ahora que los sectores más puristas (sentimentalmente puristas) afilan sus cuchillos, que la victoria que los rojos, durante tanto tiempo, soñaron inalcanzable, comenzó, por azares del destino, el 25 de mayo de 2014. Escasas horas después de que el Madrid alzara la Décima.

martes, 27 de septiembre de 2016

El Correo Andaluz (II)

Querida P.:

Tras la primera misiva, algunos, tentándose la ropa, me acusaron de falta de matices. Enfocar la confrontación ideológica entre izquierda y derecha desde una perspectiva que dividiera en idealistas y realistas se trataba sin duda una simplificación, y así lo expresé. Aunque algo de verdad debieron de encontrar mis amigos de izquierdas cuando de inmediato reaccionaron  como impulsados por un molesto prurito. No obstante, resultó graciosísimo que la mayoría de ellos se apresurara, antes de nada, a cuestionar la posibilidad de que una utopía de derechas pudiera parecer más atractiva que una de izquierdas. De todo el texto, ese suponía el principal desencuentro: había que subrayar que la verdadera utopía, la única, es la de la izquierda. Confirmando así, a su pesar, que el terreno que consideran verdaderamente propio es el mundo de las ideas.

Más allá de ensoñaciones, el problema de la izquierda no reformista es, pues, la falta de referentes válidos. Por supuesto en la práctica (los experimentos nunca les han terminado de salir bien, y no los hacían con gaseosa, precisamente), pero también en una teoría que se pretendiera honesta y no fabulosa. Consciente de su insolvencia para construir una alternativa concreta, la izquierda se ha centrado en buscar las contradicciones del sistema capitalista. En el debate teórico ha conseguido dejar un poso, un eco, una certeza en el mejor de los casos, de que el mundo es injusto. Mas sin poder responder cuando le piden comparaciones con otros modelos. Juega a la defensiva, saboteando legitimidades, sin proponer nada concreto que mejore los niveles de bienestar conseguidos por el capitalismo.

En cualquier caso, fracasar en la lucha teórica constituye una contrariedad menor. La discusión intelectual puede ser interesante, pero no es la que apuntala el sistema. La gente no acepta el capitalismo porque le convenza una trama ideológica absolutamente coherente y por ello persuasiva, sino por una serie de afectos y hábitos que percibe como cercanos y se instalan en su rutina. Entre los que destaca, fundamentalmente, el consumo, y su inconmensurable potencial evocador. A diferencia de su rival, la derecha no ha pretendido construir realidades a partir de ficciones, sino otorgarle un sugestivo carácter ficcional a la realidad más cotidiana existente: la transacción. Consumir fascina, oculta una carencia, alivia una desazón, aumenta una autoestima. Ser Dios, de nuevo, está al alcance de todos. Basta con tener el suficiente dinero.

La izquierda, incapaz de estructurar un armazón racional antagonista a la altura, podría al menos operar en este campo: el de las emociones y la consolidación de nuevos hábitos. Pero nuevamente, su tendencia idealista menoscaba la eficacia de este propósito. Sus alternativas anticonsumistas están pergeñadas desde la superioridad moral (las comunas, el decrecimiento…) y el desdén a quien no las comprende, e impiden que arraiguen como banderines de enganche no anecdóticos. Por otro lado, su intento de aprovechamiento de estandartes tradicionalmente adversos (la patria, por ejemplo) contribuye casi siempre a la creación de híbridos contraproducentes, porque las mismas tendencias gregarias que posibilitarían formas cooperativas de vivir juntos nos impulsan a menudo a herir a los demás.

Me dirás que dibujo un panorama desalentador para los críticos del capitalismo. Sólo puedo contestar que mires a tu alrededor. Tienen todo el trabajo por hacer, y, en lugar de ponerse manos a la obra, gastan las fuerzas reivindicando la calidez de la utopía. En otro tiempo me resultaba incomprensible. Ya, no tanto.

La terrible certeza de que, una vez derrotadas la cabeza y el corazón, es la víscera lo único que te empuja a seguir avanzando. En círculos.

Sigue con salud.

P.

lunes, 12 de septiembre de 2016

Ampliación del campo de batalla

"La adolescencia no es sólo una etapa importante de la vida, sino que es la única etapa en la que se puede hablar de vida en el verdadero sentido del término. Los atractores pulsionales (...) se desenfrenan y luego disminuyen poco a poco, o más bien se resuelven en modelos de comportamiento que a fin de cuentas sólo son fuerzas petrificadas".

El Houellebecq original, lejos de la provocación, tiene lo mejor de Camus. Antes de acabar la novela, lo hubiese definido como un filtro de cotidianeidad para Cioran, mucho menos metafísico que el rumano, y, por lo tanto, más susceptible a la identificación. Luego descubrí que estaba equivocado, las enfermedades de ambos no se diferencian en el foco sino en el grado de amargura.

viernes, 1 de julio de 2016

Mi mundo interior

-Tiene un gran mundo interior.
-Sí, como los subnormales y los autistas.

Existe el tópico de que uno entiende verdaderamente las cosas con la experiencia. Es decir, que una venda o unos arreos de ingenuidad  nos ocultan o sesgan la realidad hasta que la vivimos, y es ese contacto tangible el que nos proporciona el conocimiento. En mi caso, no estoy tan seguro. Yo no me entero auténticamente de la mayoría de mis vivencias sino hasta pensar sobre ellas, pasado un tiempo. Mi riguroso carácter (ignoro hasta qué punto es signo de entereza y no de debilidad) hace que, para asimilarlas, deba someterlas a análisis y las encaje de manera más o menos coherente en el poliedro irregular de mi conciencia y mi memoria. No se me malinterprete, odio a los intensitos: mi objetivo (mi necesidad, ¡mi utopía!) es el orden. Como la mayor parte de lo que me ocurre, ay, carece de especial grandeza, mi desarrollada habilidad para el soliloquio lo despacha en pocos segundos. “Esto fue por aquello y aquello. Arreglado”. Como los periodistas perezosos, que de inmediato atribuyen sentidos facilones a los hechos relatados para sacar la columna del día siguiente, pero acertando a menudo.

Otras veces, no obstante, el suceso presenta una gama menos escueta de interpretaciones; entonces me pongo las botas. Lo observo desde todos los ángulos posibles, rebusco debajo de cada uno de los matices, y elaboro una desesperante sucesión de juicios en los que interpreto al fiscal, al jurado, al acusado, al testigo protegido y hasta al celador. Y así, poco a poco, termina decantando una verdad resultante, amorfa pero consistente, que convence tanto por el contenido como por lo trabajado del mismo. Queda archivada en el correspondiente pedestal, y cada poco puede uno revisitarla con la íntima (y ridícula) satisfacción de quien contempla un logro para consigo mismo. La mirada puede ser nostálgica o dolorosa, pero siempre un asidero. Tentarse la ropa.

Sin embargo, hay ocasiones en que, pese a que el enloquecido escrutinio de lo que me pasó fue impecable, el transcurrir de los años me otorga una nueva perspectiva. Bien por una mayor información, bien por una mejor capacidad para establecer relaciones de causa-consecuencia, es irrelevante. De repente, casi siempre en un chispazo de genialidad instantánea, como la que lleva a despejar la equis o pegarse un tiro, la verdad aparece desnuda ante mí, con una estructura corpórea sustancialmente diferente a la que le había otorgado. Al inevitable éxtasis se le añade, entonces, la desagradable angustia de quien, después de alcanzar cotas olímpicas en el ejercicio de la duda, comprueba lo precario de su posición, presuntamente definitiva. Por muy acostumbrado que esté, jamás me libro de, al menos, un leve zarandeo vertiginoso, que impide disfrutar plenamente del maravilloso triunfo que implica quitar la broza. Quizá porque asumir la naturaleza dinámica de mi concienzudo orden invalida mis yos pasados. O quizá por la sonrojante paradoja de que, al fin y al cabo, hasta aceptar la falta de certezas constituye una de ellas.


domingo, 29 de mayo de 2016

El Madrid qué, ¿otra vez campeón de Europa?

La final de la copa de Europa ha ofrecido las más variopintas situaciones a lo largo de su historia. Anoche, en un nuevo giro de tuerca, aportó el más difícil todavía: la inversión de papeles. Respecto a Lisboa, el Madrid fue el Atleti, y viceversa. El reparto de lágrimas y alegrías, sin embargo, no cambió, lo que quizá deba hacer reflexionar a muchos.

Salió el Madrid con flema, punzante, arremolinado en torno a Kroos y Modric, dispuesto a zarandear al Atleti, temeroso de sus fantasmas. El tiralíneas alemán y las prolongaciones y arrastres de Bale terminaron en la espinilla de Casemiro y en la pierna, ligeramente adelantada, de Ramos. Los veinte primeros minutos fueron primorosos, y, a partir del 1-0, el partido aparentó estar cuesta abajo. Sin embargo, el conjunto blanco desistió de su condición autoritaria, en un ejercicio tan piadoso como inexplicable.

Pensábamos que Zidane bebía de las fuentes de Ancelotti, aquel equipo caracterizado por la joie de vivre, y nada más lejos. Tras el conservadurismo mourinhista, el Madrid socialdemócrata de Carletto nos recordaba a Zapatero, ceja aparte. Por su derroche continuo de alegría en ataque, su despreocupación en la cuadratura de los presupuestos defensivos y un cierto infantilismo naif que alcanzó su cénit con la apuesta por el repóker de mediapuntas en un mundo de trivotes y mediocentros defensivos. La mejor primera vuelta de nuestras vidas. Sin embargo, Zidane ha resultado un reformista à la Renzi: golpea pero no demasiado, su equipo juega desde la moderación. Es cierto que, como se ve cuando combinan aisladamente, no renuncia a la belleza, pero trata de asociarla a la contención antes que a la desmesura. El tipo de hermosura que transmite un seno femenino visto de perfil. 

En la segunda parte, no obstante, se vio desarbolado por el Atlético. Obligado a enfrentarse a una réplica de sí mismo, el club rojiblanco comprobó en sus propias carnes el dolor que han ido repartiendo a lo largo de estos años por los campos de España y Europa. Dominó al Real en su lucha contra el espejo, es verdad, mas no fue capaz de crear ocasiones reales sin que mediaran errores blancos (el más importante: la salida de Kroos del césped). El bagaje ofensivo del Atleti dio para un penalti absurdo del infame Pepe y un fallo en la marca de Carrasco, que completó la escena de teleserie americana al besar a su novia tras conseguir el empate. El guión parecía escrito para resarcir al equipo del pueblo, pero la Copa de Europa estaba empeñada en romper tópicos. Entre ellos, el de la pegada del Madrid, que antes había tenido el 2-0 hasta en tres ocasiones de la BBC, ayer más bien triple hache, muda por completo.

Con el 1-1, decíamos, el Real Madrid estaba muerto, y sólo faltaba saber quién firmaría la puntilla. Entonces Napoleón Simeone quiso superarse a sí mismo, y ordenó calma. "No cometan errores, tenemos toda la prórroga por delante". El Atlético aflojó la asfixia, y ya nunca retomó el pulso heroico. De todas las renuncias, ésta fue la peor. En el tiempo añadido el Madrid encontró un bastón de roble en Casemiro, y se hizo con la pelota hasta llegar a los penaltis. Allí, Cristiano, en una de las peores actuaciones de su carrera, se reservó el quinto, la gloria y las portadas. Muchos aficionados colchoneros no merecían tanta crueldad. El Cholo, sí. 

Dicen que el fútbol le debe una Copa de Europa al Atleti. Quizá la obtenga el día en que vaya por ella hasta el final. O quizá, simplemente, el día en que enfrente no esté el Madrid.

miércoles, 25 de mayo de 2016

Un cumpleaños indecente (febrero 2015)

La opinión pública es asombrosa. No tendrá aspectos censurables Cristiano para que las críticas más despiadadas lleguen por celebrar su cumpleaños. En realidad, tampoco merecen demasiado análisis, pues provienen del pensamiento más tiquismiquis, hipocritón y demagogo, esa impostada y regañona postura de denunciar la alegría privada en situaciones en que está solemnemente prohibida. El 4-0 del Atleti, versión futbolera del conocido hit “con la que está cayendo”, nutritivo alimento para este país de monaguillos.
Interesa más el componente simbólico del asunto. Lo bien que sienta el reggaetón a los jugadores del Madrid. Cristiano, que a veces parece un action man con un palo en el ojete, todo él una contractura de pura sobreactuación, se mostraba relajado, ligero, pajarero, con ese punto de frivolidad que le permitiría liderar ámbitos inalcanzables para sus competidores (Messi es un gigante sin carisma, con el domicilio en Babia). James y Marcelo, con dinero suficiente para hacer de su vida un videoclip de Juan Magán, sonreían tímidos cantando, refrendando su (demasiadas veces olvidada) condición de chiquillos, los ojos como platos por el disfrute de lo que no es más que un juego. ¡Hay que reivindicar el madridismo alegre y faldicorto! Se empieza sermoneando y se acaba con Khedira de titular. Quien, por cierto, también estuvo en la fiesta pero no bailó, como no podía ser de otra manera.
Luego está la cuestión sentimental. “Si tú no te enamoras”, cantaba Cristiano con los ojos cerrados. La letra correspondía a un fucker, pero su entonación era profundamente melancólica. Otro juego y otra frivolidad: cantar sobre el amor para huir de él. El que esté libre de pecado… Lo único reprochable es que el artista contratado fuera un loser semidesconocido en vez de un, no sé, Romeo Santos. El reggaetón, el ritmo alegre y la música ligera latinoamericana, además, sirven como metáfora opuesta a ese grano en el culo que nos ha salido últimamente (el Atlético de Simeone no deja de ser lo más agresivo de lo latino, algo casi precolombino; fútbol rudimentario dispuesto a sacrificar rivales en el trono de su dios, la intensidad). Por lo demás, esta deriva laxa del club ha conseguido echar del Bernabéu a los pomposos Ultrasur, y esa ventilación de ambiente bélico y eclesial lo está llenando de chicas. Francamente, no le veo más que ventajas.
En cualquier caso, queda demostrado el componente beatífico de la música para el vestuario. El reggaetón travieso y suavón aplaca las pasiones, vertebra las relaciones, y carece del rotundo significado provinciano en que están atrapados otros, exigiendo un corro de sardana hasta tras ganar el Gamper. Respecto a Ronaldo, desdramatizar su situación le vendrá bien, y la próxima vez que vaya a ver a Cibeles, en vez de berrear, podrá comentarle lo bien que se la ve, y sacarla a una bachata. El Cristiano después del dolor puede ser aún más grande.

sábado, 21 de mayo de 2016

El precio de la objetividad

En contraste con las democracias de mayor tradición, donde los principios que rigen el sistema gozan de una condición extremadamente estable, la joven democracia española ha destacado siempre por la naturaleza interpretable de sus postulados fundamentales. Ni siquiera hace falta un episodio traumático para el cambio de paradigma de los valores, basta con que varíen las modas. Así, en relación a la separación de poderes, durante mucho tiempo se proclamó ufanamente que Montesquieau había muerto. Con el paso de los años, quién sabe si por el espectáculo de la corrupción o por el éxito de las series americanas de abogados, fue calando en el sentido común de la mayoría la importancia de la independencia del poder judicial respecto del político. Y el unánime grito de “¡Regeneración, regeneración!” (no exento de cierta dosis de impostura, pero así funciona la comedia) se hizo verbo en los programas electorales de cualquier partido que quisiera reconocerse como decente.

Bien está. Sin embargo, cualquier persona lúcida debería observar con un punto de escepticismo tales proclamas optimistas. Es posible que determinadas modificaciones legislativas incentiven la objetividad de los jueces, por mor de su independencia. Pero no habría que desdeñar el peso de la inercia cultural contra el que debería luchar este benéfico voluntarismo. En España, no sólo en el estamento judicial, la objetividad carece de prestigio, por más que lo nieguen algunas bocas pequeñas. Ni políticos, ni historiadores, ni letrados, ni periodistas, ni por supuesto opinadores, asumen las consecuencias de una actitud ecuánime respecto a la realidad, es decir, aquella que pretende analizar los hechos al margen de cualquier convicción personal. “La objetividad no existe” es el posmoderno comodín del público, y sirve de refugio a bribones interesados, sectarios y perezosos. Contra esta actitud vital habrían de chocar las reformas, viendo reducida su efectividad.



En realidad, es comprensible. La objetividad supone, ante todo, dificultad. Por el desafío intelectual que supone su estímulo del análisis crítico, por supuesto. Pero también por las implicaciones. En múltiples ocasiones, una actitud imparcial conlleva diferir de los criterios de la mayoría. Y hay que atreverse. La politización de la justicia no es más que una forma algo elaborada de sucumbir a la cálida protección del grupo. Naturalmente, para no contrariar las decisiones colectivas, se necesita mimetizarse y muchas veces renunciar a las propias. Cuando la supervivencia económica depende de esto, la solución al dilema suele resultar sencilla. Y aún existe otra razón, de carácter más psicológico. La objetividad significa cuestionamiento continuo, ausencia de autocomplacencia, y, en última instancia, soledad. Exigua recompensa personal, que pocos alicientes puede ofrecer, más allá de los eslóganes en boga. Al fin y al cabo, la influencia de las modas es enorme, pero siempre culmina con tributos al gregarismo.

viernes, 15 de abril de 2016

Sorteo de la Liga de Campeones

ATLÉTICO DE MADRID - BAYERN MÚNICH

La eliminatoria soñada. Dejando de lado las referencias históricas y las venganzas, el partido posee un componente simbólico extraordinario. Los más superficiales se quedarán con el enfrentamiento entre el fuerte y el débil (muy matizable, por cierto), Alemania contra la Europa del sur, etcétera. Absoluto bullshit. Lo verdaderamente interesante es el enfrentamiento entre dos estilos antagónicos, que además han construido un relato que los sustenta y justifica. El Bayern ofrece a Guardiola y su orfebrería barroca, el mayor predicador del absolutismo en el viejo continente desde Luis XIV ("Le football, c'est moi"), cuyas enseñanzas, pese a todo, no han terminado de encajar en la arrogante Baviera (pleonasmo). Al otro lado, el equipo del pueblo, en el sentido más preciso (¿peyorativo?) del término. El sudor como antídoto a la brillantez, la negación de cualquier forma de aristocracia, encarnada en el consabido lema martilleador: "Si se quiere y se trabaja, se puede". Una franquicia peronista, arrebatadora, sensacional en tanto que alude más a la emoción que a la técnica. Fea como un camión subiendo una cuesta, pero igual de eficaz.


MANCHESTER CITY - REAL MADRID

Si el anterior emparejamiento constituye la lucha entre dos cosmovisiones antitéticas, éste es un duelo de semejanzas. El histórico campeón de la competición y el bisoño aspirante, ambos con una trayectoria errática y sin ningún proyecto ni discurso que los ampare. Al contemplar esta igualdad, es conveniente evitar la inercia del pasado para otorgar favoritismos. Diez Copas de Europa son muchos kilos de plata pura, pero el Manchester City juega con todas las leyes no escritas del fútbol a su favor: ex entrenador despechado, delantero que pudo vestir la blanca, mediocampistas rudos y casi anónimos. El Madrid es grande por avasallamiento y por porte, mas sus costuras son frágiles. Hace demasiado tiempo que el equipo blanco desdeña las ligas con un mohín, aburrido, y sólo halla estímulo en los viajes internacionales. Cada año, los aficionados, resignados, mentamos a Raffaella Carrá ("Caramba, carambita Carambirul, caramba, carambita Carambirulá; cariño de verano no me gusta a mí, cariño de verano no es ni fú ni fá"), pero éste es el Madrid del siglo XXI. Sus ojos dos luceros, su boca un melocotón. Intenso sólo a ratos, incapaz de imponerse una rutina. Puro amor de verano. 

Y aún hay gente que minusvalora y desconfía de la idea de Europa. 

martes, 12 de abril de 2016

La vergüenza es siempre ajena

Dice Susana Díaz, interrogada sobre la cuestión de los refugiados sirios, que no se siente representada por esta Europa. Sin que le tiemble el pulso, inflexible. ¡Gallarda Susana! Es de esperar, entonces, que esta determinación la acompañe para actuar en consecuencia cuando llegue la pedestre hora de la recepción de las ayudas económicas, cifrada en 336.000 millones de euros entre 2014-2020, y que otorga prioridad a regiones como Andalucía, por debajo de los niveles de desarrollo deseados. Nobleza obliga.

Existen grandes diferencias entre una crítica constructiva y un lamento esteticista. La principal es la posición en la que se sitúa a sí mismo el emisor. Efectivamente, el acuerdo alcanzado por la UE para la resolución del tema (idéntico discurso empleó Aznar para unas devoluciones en caliente de 103 inmigrantes irregulares: "Teníamos un problema y lo hemos solucionado") es una vergüenza. Pero lo es, fundamentalmente, para aquellos que sí se sienten representados por Europa, es decir, para quienes asumen como algo propio las decisiones de la Unión. Para los que entienden que la identificación con el proyecto europeo implica no sólo compartir la etiqueta resultona de la promoción de principios progresistas, sino también aceptar la responsabilidad cuando, por cobardía o por desinterés, estos se vean traicionados.

El mecanismo de encajar los desacuerdos en lo ajeno es tentador. El "no nos representan" posee dos virtudes de brocha gorda: la liberación del compromiso fáctico concreto a través de la inexistencia de rendición de cuentas, y el mantenimiento de la superioridad moral. Y evita cuestionar, verbigracia, si el encomiable trabajo iniciado por la Junta podía haber sido más ambicioso, o hasta qué punto el Partido Socialista, que apoya el gobierno de la Comisión Europea, ha presionado todo lo posible en favor de esos valores por cuya pérdida se golpea el pecho Susana. 

Por lo demás, la ausencia de vacuidad en el discurso resulta mucho más importante cuando uno acepta la categoría de antídoto contra el populismo con la que lo definen, de manera insólita, por unanimidad.

jueves, 10 de marzo de 2016

Draghi contra la economía

Uno de las principales rasgos de la modernidad es la destrucción de los ídolos. Por el contrario, el mundo analógico, probablemente por escasez de información, poseía mayor facilidad para acomodarse en certezas. En ambientes humildes, esto provocaba que cualquier figura de autoridad, por mínima que fuera, desprendiera un halo de jerarquía intelectual. El médico, el boticario, el maestro, no digamos ya el sacerdote, veían cómo sus reflexiones merecían la mayor de las consideraciones, independientemente del criterio de las mismas. Todo fruto del respeto ante lo desconocido.

Aún quedan rescoldos de esa época. La comparecencia de este jueves de Mario Draghi, presidente del BCE, es una evidente demostración. El Banco Central Europeo es la institución de la Unión que mejor puede identificarse con el viejo concepto de autoridad. Hasta el punto de que no sólo la notificación de medidas concretas, sino las simples elucubraciones previas, tienen efectos económicos en la realidad. La apariencia tecnocrática de Draghi y su frialdad meticulosamente distribuida en portafolios ayudan a conferirle ese aire oracular. "Una palabra tuya bastará para sanarme."

¡Y qué palabra! Draghi anunció el paquete intervencionista más ambicioso desde que está al frente de la entidad. Una medida combinación de palo y zanahoria que ha abandonado aquellos miramientos y recatos que limitaron su audacia en diciembre de 2014. Reduce los tipos de referencia al 0%, aumentando la liquidez disponible. Para evitar la trampa que vaticinó Keynes, incrementa la penalización a los bancos que aprovechen ese nuevo dinero para guardarlo en el BCE y cobrar interés en lugar de invertirlo. Además, activa otra línea de crédito a la banca en la que puede llegar a pagarles un 0,4% a cambio de que ese dinero llegue a las familias y las empresas. Todo esto regado por un aumento de 20.000 millones al mes en la compra de bonos, públicos y corporativos, que favorece que Estados y determinadas empresas se vean menos atenazados por las deudas. 

Por supuesto, en un primer momento el mercado acogió con una explosión repentina estas novedades. La subida de las bolsas fue tan súbita como espectacular. En otro tiempo, es probable que semejante firmeza hubiera impulsado la economía lejos de cualquier duda. Pero en estos días, incluso la mayor de las autoridades tiene un efecto limitado. El mercado observó la contundencia y efectuó una segunda lectura: qué clase de dificultades no han de sobrevolarnos para que el máximo responsable de la política monetaria acuda a la artillería pesada. El cinismo desembocó entonces en la especulación acerca de si Draghi tendría más conejos en la chistera en caso de no cumplirse las expectativas. En unas horas, la euforia dio paso al recelo, y la jornada cerró en una tendencia bajista.

Desde el punto de vista técnico, es probable que la política monetaria sea insuficiente, por sí misma, para enderezar el rumbo deflacionario. En el plano simbólico, la constatación de la falta de referentes despoja al dinero del nimbo de opacidad y sumisión que siempre lo caracterizó. La economía es, más que nunca, una trama complejísima de decisiones, cada vez menos manipulable desde la planificación de un experto, y más desde la emoción. Menos arbitraria pero más peligrosa. Una consecuencia inesperada para los detractores de la autoridad, tan convencidos de la benéfica finalidad de su motivación. 

lunes, 22 de febrero de 2016

J 25. Málaga 1 - Real Madrid 1

Come back home to the stadium
hiring man says "Son, if it was up to me"
went down to see my v. a. man
he said "Son, you can't understand"
Bruce Springsteen. Born in the Bernabéu


El tópico describe Andalucía como una región pasional e indócil. Relajada hasta la incuria, quizá, pero con un punto, acaso patético, de orgullo arrebatador. "Ardiente", apuntaría entusiasmado un guiri, alargando la erre, mientras engulle aceitunas en bermudas en algún tablao flamenco sólo frecuentado por gente como él. Es probable que el atributo sea un exceso literario, pero este Real Madrid es tan frágil que no puede evitar estrellarse incluso contra una ficción.

El cambio de entrenador ha supuesto un impulso para los jugadores blancos, ciertamente. Pero no conviene exagerar. Las dificultades que arrastra el equipo, tanto su déficit de puntos como su ausencia de armazón, le impiden adquirir la moral suficiente como para soslayar la ciclotimia. El Madrid liguero, y no sólo el de este año, es una suerte de Alberto Cortez perpetuo ("A partir de mañana..."). 

El Málaga salió fiero, dispuesto a penalizar los fallos defensivos madridistas. Como el partido de los centrales fue infame, Kovacic naufragaba en círculos y la tabla de salvación que es Modric no tenía el día, las ocasiones locales fueron goteando poco a poco, más frenadas por el tradicional respeto ante el imperio que por méritos merengues. A la hora de atacar, la escasa lucidez la aportó Marcelo, pues Isco se diluyó tras quince minutos punzantes y Jesé demostró que su incipiente calvicie no se debe a que piense en exceso. Cristiano actuó de boya y, aun decadente, consiguió cazar un gol más ilegal que la agenda de Urdangarín y provocar un penalti que entregó a Kameni en justicia poética. Sin embargo, el 0-1 no desterró los nubarrones.

En casa, bien es verdad que de momento con novillos, el Madrid sí ha logrado sustituir el estilo albañilesco y romo de Benítez por las sacadas de músculo que Florentino ambicionaba al subir a Zidane. Un Madrid de excesos, derrochador y contundente, marvelómano. Lejos del Bernabéu, y con la mitad de los Vengadores en el dique seco o en baja forma, el quiero y no puedo y la desidia van adormeciendo los encuentros hasta que un Albentosa marca el empate, y para entonces la inercia es irrevocable. Salieron James y Lucas Vázquez, y como siempre hubo arreón, incontinente, chapeo, espada, soslayo, y no hubo nada. 

El Real Madrid se despide de la liga casi como entró, sin darse cuenta ni otorgarle importancia. En cualquier caso, el nuevo entrenador es, en sí mismo, una concesión ilusionante al mito. Y, si hay un mito en el Madrid, ése es la Copa de Europa. Será por tópicos. 

jueves, 18 de febrero de 2016

La democracia futbolística

A menudo recuerdo con una mezcla de cariño y nostalgia los tiempos en que jugaba al fútbol asiduamente, en la imprescindible (y nunca suficientemente bien ponderada, ay) posición de centrocampista. Sin menoscabo de mi depurada técnica, lo cierto es que la mayor virtud que podía atribuírseme era la inteligencia en el terreno de juego. El conocimiento de lo conveniente para el equipo en cada momento, el acierto a la hora de distribuir la pelota en corto y en largo, el tino para acelerar o ralentizar el ritmo del partido según las circunstancias… No obstante, todo este dechado de aptitudes no siempre terminaba generando los frutos presumibles. La realidad se encargaba de estropear muchas de las posibilidades que mi calidad proponía, bien por falta de entendimiento con compañeros de menor agudeza futbolística, bien por ausencia de un físico que acompañase al talento. En la mayoría de ocasiones lo finalmente acontecido no se ajustaba a lo idílicamente planeado, con la consiguiente frustración (y derroche de envidiosos silbidos desde el banquillo y la grada).

Algo similar ocurre con multitud de proyectos que en la teoría aparecen como un ente perfecto y sin fisuras pero que se ven mancillados ante el sucio contacto con el barro de lo cotidiano. En la esfera de la reflexión se muestran imponentes, fecundos en soluciones y ventajas, mas su inmaculada planta pierde brillantez en el terreno de lo plausible. No hay ámbito que se salve de tan terrible trance, por desgracia. Ni siquiera aquellos de naturaleza fundamental, como la política. Hasta el proyecto de proyectos, cumbre de la emancipación de la humanidad, la democracia, adolece de evidentes imperfecciones y lagunas en su puesta en práctica.

Una de las principales dificultades de la aplicación del sistema democrático es la implicación que exige a los ciudadanos para su deseable funcionamiento. La democracia no es conformista, sino que insta a la gente a que se instruya (se ilustre) y a que participe activamente en la vida política. Esta demanda de espíritu crítico choca con la comodidad de la autocomplacencia y del sectarismo. La democracia invita a la reflexión particular frente a la pereza del que no quiere complicarse o es más feliz recitando el catecismo ideológico prefabricado. Este requerimiento se ve pervertido habitualmente, y los votantes no corresponden de manera responsable a los beneficios que el sistema aporta. La elección de una opción u otra no responde al intento de encontrar la mejor alternativa para el país, la región o el pueblo, sino a ambiciones menos nobles. En ocasiones es la adhesión inquebrantable a unas siglas (trivializando la política como si de una filiación deportiva se tratase). Otras veces, es la visceralidad egoísta quien prima sobre el raciocinio (de modo que posiciones tan infantilmente pueriles como el nacionalismo encuentran gran acogida), o la voluntaria ignorancia, sorda al debate y la explicación. En definitiva, las miserias más simples e indignas (tan lamentablemente reales) envilecen lo más elevado y contaminan su insigne propósito, lo que es aprovechado por bribones oportunistas para criticar el todo señalando ufanamente el defecto de las partes.

La certidumbre de lo fácil que resulta destrozar lo cuidadosa y primorosamente esbozado no puede menos que desalentarnos. ¿Debemos, pues, resignarnos a la imposibilidad de establecer de manera inalterable nuestros empeños? ¿Implica admitir esta evidencia algún tipo de rendición tácita? Sin duda es inevitable terminar aceptando que los anhelados fines se verán afectados por la realidad y sus cuitas, pero tal circunstancia, en lugar de causar desánimo, ha de suponer un impulso para los que trabajan en mejorar los aspectos menos favorables del mundo. El talentoso futbolista debe insistir, por más que las crueles vicisitudes se encarguen de interferir en las calculadas jugadas. Pese a estar condenado a fallar cientos de pases y a sufrir el descrédito, está obligado moralmente a seguir intentándolo. Porque, en medio del desolador panorama repleto de salvajes entradas, compañeros incompetentes, árbitros coaccionados, pérfidos rivales e injustas expulsiones, cada gol conseguido, aunque sea de rebote y no por la escuadra, merece la pena.


martes, 5 de enero de 2016

El Correo Andaluz (I)

Querida P.:

Uno de los tópicos más repetidos en lo referente a las ideologías es que la derecha se ocupa de la gestión de lo real y la izquierda de la proyección de lo deseado. Por eso a la izquierda se le perdonan los fracasos concretos pero no la traición a sí misma, y a la derecha se le perdonan las trampas pero no la falta de eficacia. Por decirlo de una manera más pedante: la izquierda sería el cándido mito y la derecha el sucio logos. Una gana en el terreno fáctico (poder) y la otra en el de las intenciones (legitimidad). Empate perenne, por los siglos de los siglos.

A mí esto me revuelve las tripas, pero parecen ser las normas que todos aceptan. Cuando oigo muchas discusiones sobre política entre derechistas e izquierdistas, observo cómo estos últimos, consciente o inconscientemente, tratan de llevarlas al terreno de la utopía. A veces como artilugio retórico, y otras veces en un ejercicio de abstracción, al pretender discutir sobre principios. Incómodos ante las contradicciones del “ser”, concentran sus esfuerzos argumentativos en el “deber ser”. Y lo hacen porque tienen la íntima convicción (no es cinismo siquiera, ay) de que ese ámbito es su fuerte, y ahí no sólo ganan, sino que se fundamentan. La utopía es, por tanto, la justificación, el suelo fértil, el motor de tantos y tantos izquierdistas de buen corazón.

Por supuesto, todo eso es bullshit.


No se puede ser de izquierdas por mero idealismo. Por muchos motivos. En primer lugar, no tiene sentido luchar en el terreno de lo inalcanzable, por no hablar del infame patetismo que supone trasladar el campo de la pugna hacia el aparente refugio, a falta de mejores expectativas en lo fáctico (no hay nada más ridículamente católico que conformarse con la victoria moral desde el comienzo: “mi reino no es de este mundo”). Pero hay una razón aún más desgarradora. Pese a lo que muchos crean, la derecha no tiene por qué perder la batalla del relato. Si uno observa con detenimiento la utopía de la derecha, es imposible no verse reconocido en ella mucho antes que en la utopía de la izquierda. A saber, esta última propugna una ficción comunitarista en la que el yo se ha disuelto por innecesario. Requiere por tanto de un hombre nuevo, despojado de cualquier inquietud particular que perturbe el reconfortante calor del establo. Ah, la gozosa felicidad del estancamiento. La derecha, en cambio, sueña con lo contrario. Envuelta en pompas de grandeza, pretende estirar al máximo las potencialidades del yo, para, libre de lastres, ofrecer toda la diversidad de la que es capaz lo humano. Detrás de cada travesía, cada descubrimiento, cada obra de arte, cada sinfonía, cada acto épico, se atisba ese deje de vanidad, el sello de la derecha. El individuo como fin último, alcanzando la plenitud por sí mismo. La utopía de la izquierda es no necesitar dios alguno, la utopía de la derecha es ser dios. Ya me dirás qué prefieres tú. Sinceramente, no estoy tan convencido de la derrota de la derecha en el terreno utópico. 

¿Entonces? Ah, cómo sollozan mis amigos de izquierdas. Si hubieran dado la batalla donde tenían que darla. Habrá que echar una mano. Veamos. Frente a todo lo anterior, la derecha tiene un problema fundamental, que desde luego no tiene que ver con inferioridades morales ni con pretendida falta de valores. Su principal contradicción es fáctica: que el realismo es de izquierdas. Porque vivimos en sociedad, porque somos animales gregarios, porque el todo es más que la suma de las partes, porque para generar la riqueza hay que estabilizar lo diverso, porque para medir el mérito hay que inventar la justicia, porque para producir tiene que haber quien consuma. Argumentos terrenales, pura piedra racionalista. Es por eso, y no por otra cosa, por lo que no puedo ser de derechas. Porque su mito es mucho más bello, pero es mentira.

Sigue con salud,


P.