En el norte de Italia, finalizada la Segunda Guerra Mundial, los comunistas tenían una posición de fortaleza extraordinaria. Habían combatido armados contra el fascismo, y tras la victoria, el recuerdo de su actuación los situaba como un poder fáctico influyente. Sin embargo, y aunque no faltaron voces que abogaban por aprovechar la coyuntura para constituir ciudades como Milán en Repúblicas Socialistas Independientes, los partisanos obedecieron al Comité Central del Partido Comunista y entregaron las armas. Al posicionarse por la integridad de Italia, evitaron una segura guerra civil y consiguieron un papel relevante para la izquierda en la nueva constitución. Algunos derechos laborales todavía vigentes en el país transalpino son herederos de aquella decisión.
No obstante, hubo algunos focos de conflicto. Cuando en 1947 el Ministro del Interior, de la Democracia Cristiana, destituyó al gobernador civil comunista de Milán, se produjeron disturbios. Un grupo de envalentonados comunistas no acataron la decisión de la ley y ocuparon el edificio de la prefectura, proclamando la desobediencia frente al poder central romano. Entusiasmado, el líder de aquella operación, un jovencito llamado Gian Carlo Pajetta, llamó por teléfono al histórico Secretario General del PCI Palmiro Togliatti.
-Camarada Togliatti, tenemos la prefectura de Milán en nuestro poder.
La respuesta de Togliatti no fue la esperada, precisamente.
-Exactamente, ¿qué pretendes conseguir con la prefectura de Milán?
Pajetta, que confiaba en escuchar felicitaciones por su arrojo, fue incapaz de aportar argumento alguno.
-Haz el favor de salir de ahí cuanto antes, sin hacer el payaso.
El mayor signo de decadencia de la izquierda actual es que a nadie extrañaría una acción como la primera, pero parece inconcebible una respuesta como la segunda.