viernes, 30 de octubre de 2015

Paralelismos italianos

En el norte de Italia, finalizada la Segunda Guerra Mundial, los comunistas tenían una posición de fortaleza extraordinaria. Habían combatido armados contra el fascismo, y tras la victoria, el recuerdo de su actuación los situaba como un poder fáctico influyente. Sin embargo, y aunque no faltaron voces que abogaban por aprovechar la coyuntura para constituir ciudades como Milán en Repúblicas Socialistas Independientes, los partisanos obedecieron al Comité Central del Partido Comunista y entregaron las armas. Al posicionarse por la integridad de Italia, evitaron una segura guerra civil y consiguieron un papel relevante para la izquierda en la nueva constitución. Algunos derechos laborales todavía vigentes en el país transalpino son herederos de aquella decisión.

No obstante, hubo algunos focos de conflicto. Cuando en 1947 el Ministro del Interior, de la Democracia Cristiana, destituyó al gobernador civil comunista de Milán, se produjeron disturbios. Un grupo de envalentonados comunistas no acataron la decisión de la ley y ocuparon el edificio de la prefectura, proclamando la desobediencia frente al poder central romano. Entusiasmado, el líder de aquella operación, un jovencito llamado Gian Carlo Pajetta, llamó por teléfono al histórico Secretario General del PCI Palmiro Togliatti. 

-Camarada Togliatti, tenemos la prefectura de Milán en nuestro poder.

La respuesta de Togliatti no fue la esperada, precisamente.

-Exactamente, ¿qué pretendes conseguir con la prefectura de Milán?

Pajetta, que confiaba en escuchar felicitaciones por su arrojo, fue incapaz de aportar argumento alguno. 

-Haz el favor de salir de ahí cuanto antes, sin hacer el payaso.

El mayor signo de decadencia de la izquierda actual es que a nadie extrañaría una acción como la primera, pero parece inconcebible una respuesta como la segunda.

domingo, 25 de octubre de 2015

J9. Celta 1 - Real Madrid 3

El Madrid salió a Balaídos mandón, fiero, con ganas de finalizar por la vía rápida. Con una colocación y una concentración extraordinarias, los primeros veinte minutos fueron un monólogo que aturulló al Celta. Casemiro se dedicaba a recoger cuantas pelotas llegaban al medio campo, los extremos trabajaban con perfectos movimientos de acordeón, y Kroos, liberado de la responsabilidad de sacar el balón, empleaba su precisión en tareas ofensivas. Por encima de todos sobresalía la figura del mejor jugador del Real Madrid, conjunto tan heterodoxo que el mayor caudal de juego surge desde el lateral.

Llegaron los goles, uno sudado por Lucas y el otro, ya con el equipo replegado, de Danilo, que aun así no compensó su horrible actuación defensiva. Estos zarandeos desperezaron a los gallegos, y Nolito lideró una grandiosa reacción, espoleada por un público agitado por la expulsión de Cabral y por el desfonde físico del Madrid. El Celta es valiente a la manera kantiana, porque puede (su nivel técnico se resume en un extremo reconvertido como mediocentro de contención: finísimo Augusto) y porque quiere, y, con un Cristiano insoportable que desperdició todas las contras, sólo los reflejos arácnidos de Keylor Navas lo alejaron de un botín merecido. Cada parada del costarricense hacía recordar con rubor la historia del fax. El Madrid va a terminar como los luditas, aplaudiendo el atraso tecnológico. 

La firma al divertido espectáculo la efectuaron los dos mejores: Nolito y Marcelo, con sendos golazos. El público se despidió con un aplauso y los de Benítez con el liderato en solitario. Al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios.

sábado, 17 de octubre de 2015

Paradoja de la felicidad

El problema de la felicidad, su paradoja, es que siempre está contextualizada. Es decir, uno toma conciencia de que es feliz con algo porque compara con situaciones de ausencia de ese algo y concluye que sale ganando. Siempre se es feliz respecto a otra cosa.
Esa naturaleza relativa (o comparativa) de la felicidad la convierte en vulnerable frente a un mecanismo humano llamado adaptación. Este mecanismo desespontaneizador, este agujero negro de cotidianeidad, destruye todos los puntos de referencia. De repente, la felicidad pierde su carácter especial, y por tanto, ve reducida su categoría, de manera absolutamente injusta. La felicidad no sabe caminar sin la muleta del subjetivismo.
Después de todo, quizá la lucidez tenga una conclusión optimista. La capacidad de valorar cada suceso por sí mismo, al peso, sin tener que comparar tentativamente con nuestra rutina, constituye probablemente la mejor forma de asegurar nuestro goce y prolongarlo indefinidamente. Aquel que logre combinar objetividad y felicidad, ése sí que bebe del cáliz de los dioses.

jueves, 15 de octubre de 2015

Pincelada

Con la lectura, mi tendencia al realismo es irrevocable. Eso sí, exenta de dogmatismos. La literatura está empapada de realidad.

Por lo demás, el arte por el arte tiene un componente transgresor sugerente, en tanto renuncia al moralismo. Ahí puedo disfrutarlo esporádicamente, como reposo o como curiosidad. El problema (como en tantos ámbitos) es cuando la transgresión se transforma en el nuevo moralismo.

lunes, 5 de octubre de 2015

J7. Atlético de Madrid 1 - Real Madrid 1

"Estupidez es hacer lo mismo una y otra vez esperando resultados diferentes." Albert Einstein


Como un pianista que vicia una digitación, ha desarrollado el Madrid un reflejo defensivo tras cada gol que va camino de constituirse como marca de la casa. El planteamiento es tan predecible como desesperante: una salida con tintes de autoridad, el ritmo que se va reduciendo y una confianza en la inercia de la superioridad que cuando culmina mal no deja ni el racial consuelo del puñetazo en la barra. Las lesiones de James y Bale son un atenuante, pero aun así las posibilidades son mucho mayores que las que ofrece el equipo a día de hoy. 

Comenzó el encuentro con el viento a favor, con un Carvajal incisivo que desnudó las miserias de Filipe y dejaba a Benzemá como pichichi en solitario (todos los felinos tenían uñas, por más que dudáramos). A partir de ese momento, el Madrid sacó el reloj de bolsillo y especuló, deliberadamente ciego a las dudas que presentaba su rival. Este Atlético de Simeone es el de menor carácter de los últimos años. Practica una suerte de cholismo diluido, de menor intensidad, aunque de igual marrullería. Menos voraz, su peligro es más sutil. Para mí más débil. El mal tiene naturaleza radical, y no tiene cabida en ropajes socialdemócratas.

Cuando el Madrid se repliega, esperando el maná de la contra (cada vez más difícil, pues cada jornada disminuye el número de efectivos con que las corre), el partido se adormece en un letargo insoportable. Sólo los chispazos de Modric animan ligeramente el discurrir, pues Isco, al verse solo, se pierde en peleas consigo mismo, Marcelo está plano, Ronaldo irreconocible y Kroos errático. Quien emergió con una seriedad inesperada fue Casemiro, que dio un recital de mando y barrió como un universitario, en homenaje a Carmena, y no perdió los nervios ni con la amarilla surrealista que le dedicó Undiano, que hace tiempo que parece arbitrar al peso.

El otro héroe madridista de este comienzo de temporada es Keylor Navas, hasta tal punto que Florentino debería darle la insignia de oro y brillantes al becario que lleva el fax de Manchester. El costarricense se muestra pletórico, seguro por alto, agilísimo, con un carisma arrollador y capaz de arreglar los desaguisados que provoca la abstinencia sexual en Sergio Ramos. Sólo un rebote tras una serie de errores garrafales por parte de Arbeloa consiguió franquear su puerta. Para entonces, el Madrid se hallaba incapaz de despertar, y, en medio del remoloneo de lunes por la mañana, a punto estuvo de llegar el segundo en un tiro de Jackson (los de Torres no es que no fueran a portería, es que se perdían en saque de banda). El pitido final nos dejó con un sabor peor que el de la derrota: el de la indefinición.