lunes, 26 de noviembre de 2018

Qué puedo hacer (13)

MIÉRCOLES
Durante la guardia, bromas por parte de las enfermeras y médicas de Nájera sobre mi libro de Foster Wallace. Qué cosas más raras, etcétera, mientras ven Telecinco entre paciente y paciente. Justo entonces encuentro un fragmento interesantísimo sobre la televisión: 

"Los americanos ya no parecían unidos tanto por creencias comunes como por imágenes comunes: lo que nos une se ha convertido en aquello de lo que somos testigos".

Reflexiono sobre las repercusiones de esto. Esa sensación de unidad derivada de los referentes culturales compartidos constituye el puntal de la falsa autopercepción de cierta clase media ("veo la misma tv que los ricos, luego no estamos tan lejos socialmente"), y acaso también un insospechado cortafuegos posmoderno castrador de revoluciones. De inmediato me viene a la mente aquel independentista catalán que afirmaba que, estratégicamente, resultaba prioritario acabar con las emisiones en Cataluña de las televisiones españolas, para torpedear en la medida de lo posible todos los lazos cotidianos que sustentasen una cosmovisión unionista.

Una de las enfermeras me ve rumiando, y me ofrece pipas en una pausa publicitaria. No me queda más remedio que aceptar, a ver si así fuerzo el vínculo con lo sanitario de una vez por todas.

DOMINGO
Aún resacoso tras el triplete, me permito un viaje gastronómico al casco viejo de Vitoria con C. y M. En un momento dado me sorprendo en una suerte de herriko celebrando los goles del Betis al Barcelona mientras acaricio al perro de algún abertzale. Como postal surrealista no la habría firmado ni el mismísimo André Breton. Es un gran día.

LUNES
Muere Stan Lee. En el mismo año que Ditko. Los dos creadores del héroe de mi infancia, que no es Spiderman, sino Peter Parker. Parece lo mismo, pero no. 

MARTES
Con la excusa de la nominación al Emmy, me trago entera en escasos días la serie de Ignatius Farray: El fin de la comedia. El argumento no resulta excesivamente original, pues trabaja la idea de otras previas como ¿Qué fue de Jorge Sanz?, y además los chistes y cameos quedan habitualmente forzados y poco verosímiles. Sin embargo, la parte no humorística me parece soberbia. Realista en su cutrez, tiene instantes brillantes en los que la angustia del perdedor atraviesa la cuarta pared. En todo momento hay un atisbo de amargura, no siempre explícito pero poco obviable, que me produce una inesperada y fascinante empatía. No, la serie no tiene ni puta gracia. Ni falta que le hace.

JUEVES
Tarareo mentalmente las canciones de Rosalía mientras la adjunta pasa consulta. Rosalía tiene todo para gustarme, aunque, conociéndome, no es descartable que termine desdeñándola por culpa de la legión de atorrantes seguidores, conformada por fachillas tabarnianos atraídos gracias a su (ciertamente atractivo) estética poligonera españolista, y, lo que resulta muchísimo peor, por modernillos semicultos. 

Solo las cosas verdaderamente fantásticas pueden sobreponerse a que la mayor parte de sus fans sean insoportables. A bote pronto, solo se me ocurre el Real Madrid. Está por comprobar el nivel de la grandeza de Rosalía. De momento, contemplando a CEU San Pablos y malasañeros jugando a quinquis de extrarradio, y pese a lo pegadizo de su fraseo, para que ocupe puesto en el olimpo de mis afectos, la cosa pinta malamente.

LUNES
La vuelta de L. no basta para alegrarme el saliente: es el cumpleaños de otra L. Debería prepararme la exposición de la semana que viene, pero soy incapaz, de modo que compro un regalo para la madre de P. y salgo a correr. Uno sabe que el día no aportará nada cuando tiene que recurrir a los mismos remedios que Murakami. 

VIERNES
Falto al trabajo, enfermo, y el hastío me resulta peor que la tiritona. Aprovecho mi encamamiento para hacerle la lista de canciones de Nacho Vegas que le prometí a V. Hay veces en que pienso que estoy convirtiendo escuchar a Nacho Vegas, The Smiths and co. en un tópico. Aunque los que me conocen de verdad saben que en mi caso la tristeza no es en ningún caso coquetería o atrezzo, sino fogonazos fugaces de la constatación del terrible sentido único en la trayectoria lineal de la vida.  

Luego intento enumerar cuántos me conocen de verdad.

jueves, 8 de noviembre de 2018

Qué puedo hacer (12)

VIERNES
En Alcalá de Henares está la casa de Manuel Azaña, que es como decir que se encuentra parte de lo mejor del pasado de España. En Alcalá de Henares también está I., que es como decir que se encuentra parte de lo mejor de mi pasado. Como en casi todas mis grandes amistades, he olvidado si se cimentó sobre un momento crucial concreto. Aunque tengo claro que nuestro vínculo se intensificó porque ambos hemos estado perdidos en algún momento, si bien es cierto que ella sale de esos trances mejor que yo, probablemente porque es más inteligente. Como mínimo, en lo que concierne a esa inteligencia práctica que no se basa tanto en acumular conocimiento y experiencias (que también, por supuesto), sino en la dosis de pragmatismo que permite enfocar la vida desde una mentalidad más prosaica sin perder del todo la lucidez. Utilizando los recursos cognitivos a conciencia para estudiar una oposición, afrontar una rutina y similares circunstancias siniestras.

SÁBADO
Me despido de I. para, una vez llegado a Granada, comprobar que mi padre se halla realmente preocupado por su estado de salud. La Medicina que no cesa, que diría Miguel Hernández. El primer poeta que me descubrió mi padre. 

DOMINGO
La manita que el Barça endosa al Madrid provoca que los madridistas, cabizbajos, parezcan los galos de las historietas de Astérix cuando les preguntaban por la batalla de Alesia contra los romanos. "¡No sé de qué me estás hablando!". En mi caso, la constatación de lo desmesuradamente inmerecido del resultado no me embarga de frustración como en otras ocasiones. Acaso una ligera sensación de lástima por la guillotina preparada para un entrenador que se la jugó por nosotros, pero nada más: un leve rezongo por la suerte que han tenido los malos. Si esto es madurar, no estoy seguro de que me entusiasme la idea.



MARTES
Acabo la irregular No, mamá, no de Verity Bargate, y decido que le daré la tercera oportunidad a Foster Wallace cuando termine con Zweig. Resulta curioso que los soliloquios de un solitario obsesionado con interpretar literariamente un deporte como vía de escape no me hayan causado hasta ahora la fascinación que a priori deberían. De cualquier manera, el talento del norteamericano está fuera de toda duda.

Hace años mi ex se cabreaba cuando yo me comparaba en broma con Jabois (la 2011-12 eran los tiempos indecorosamente felices del mourinhismo canalla y el follar con amor), pues ella, en un ejercicio de vergonzante exageración, me decía que un día me presentaría a sus amigas en las cenas de gala de la alta societat como al Foster Wallace español. Para ilustrar el nivel de sus hipérboles (y en general del exceso que modulaba nuestra relación, que era justamente eso: excesiva), sirva como ejemplo su convencida afirmación de que yo era guapísimo.

Por último, hay otro aspecto importante a considerar a la hora de una identificación con Foster Wallace: se terminó suicidando. 

MIÉRCOLES
El arrojo patético de la Cultural Leonesa contra el Barcelona tiene su castigo en el minuto 95. Esta aguda reflexión antigua de Iñako Díaz-Guerra: "Dembélé representa muchísimo mis 21 años. Decide casi siempre mal, no sabe qué está pasando ni qué hace allí ni cómo ha llegado y da la sensación de ir improvisando siempre. Su ventaja es que le sobra talento". 

VIERNES
Toda la coherencia que me impide comprar por Amazon o participar en las formas explotadoras del capitalismo "colaborativo" se escapa por el sumidero cuando mi familia me empuja al Black Friday. Evito la culpa al mirarme en el espejo con la chupa de cuero nueva gracias a la anécdota de Juan Tallón, quien asegura que su padre aprobó el examen de conducir pese a no tener ni idea porque se puso traje. La ropa te saca de muchos atolladeros.

DOMINGO
En La conjura de los necios Ignatius Reilly se presentaba un día a pedir trabajo y, casi sin explicarle en qué consistía el empleo, le exigían ser limpio, muy trabajador, de fiar y callado. "¿Pero qué clase de monstruo quieren?", preguntaba asustado, y se iba.

Recuerdo la escena porque mañana empiezo un triplete de guardias.