"Brasil elige presidente al ultra Bolsonaro por amplia mayoría"
"El Barça fulmina al Real Madrid y sentencia a Lopetegui"
EL PAÍS
El Madrid salió del Camp Nou recordando a la tenebrosa primera mitad de los noventa, con un estadio enfervorecido jaleando una goleada tan exagerada como inapelable, unos jugadores impotentes y un entrenador que adquirió en sus estertores los aires de sepulturero que llevaba jornadas tratando de evitar. Ni rastro del marvelómano conjunto que ha tiranizado Europa en el último lustro, como si, huidos Zidane y Cristiano, el tapón de la bañera hubiese saltado por los aires llevándose la gloria por el sumidero.
El equipo empezó el encuentro paralizado por el terror, rubricado en la alineación con la inclusión de un Nacho que de tan multiusos defensivo ha devenido en un Arbeloa sin twitter. El pánico ni siquiera sirvió para guarecer la autopista de la banda derecha, por la que transitó el amotillo de Jordi Alba (conociendo al interfecto, sin duda se trataba de una vespino robada) tanto como quiso, que fue hasta que el partido iba ya 2-0. Bale, quieto en su pedestal de indolencia, señalaba con el dedo las carreras del lateral culé mientras éste lo dejaba atrás. El que avisa no es traidor, qué quieren ustedes que haga el muchacho. Pero si la solidaridad de los atacantes madridistas brillaba por su ausencia, el paupérrimo desempeño de los defensas blancos, con Varane y Casemiro a la cabeza, no tenía autoridad moral para reprochar nada a nadie. El FCB, sin esfuerzo, barrió a su rival en la primera mitad con toda justicia.
La reanudación tras el descanso nos dejó una disposición antitética. Bastó sacar a Nacho del lateral por un voluntarioso Lucas para que el Madrid, ahora sí bien colocado en el campo, dominase al Barcelona a partir de la presión alta. Un gol de Marcelo, un tiro al poste de Modric, un cabezazo de Benzema en área pequeña, un penalti no pitado sobre Isco y otro puñado de ocasiones falladas en el último momento demostraron de manera cruel que, sin Messi, el equipo azulgrana (y sobre todo, su pareja de centrales) es tremendamente vulnerable. Valverde echaba el cerrojo amontonando defensas, confiando en aprovechar con velocidad los riesgos que el Madrid dejaba a su espalda. La fiereza de un motivado Suárez (para rematar y para dejar los tacos en la tibia de Nacho, "sigan, sigan" dijo el árbitro) colocó la puntilla, y afortunadamente el tercer gol llegó ya muy tardíamente: de otra manera en lugar de cinco habrían caído ocho. El conjunto blanco había agachado la cabeza y Lopetegui tenía la suya en un cesto.
El senado tiene su veredicto, el pulgar ha girado hacia el suelo y la República romana ya está buscando a su Lucio Cornelio Sila periódico que enderece el rumbo: un italiano dispuesto a servir disciplinadas lentejas de uno a cero en el largo invierno madridista que se ha de extender hasta febrero. No es el plan que más me apasiona. Pero mi apuesta por la Catorcésima permanece inalterable, y no se debe a la inquebrantable y arrogante fe en la victoria que los antis reprochan al pueblo madridista, sino más bien a la convicción racional de que, viendo la vulgaridad de los rivales, con un fichaje por línea (estén o no estos ya en la plantilla), el viejo Madrid se presentará a su continua cita con la historia con tantas posibilidades como siempre.