MARTES
Viajo al pueblo, y me sorprende la lucidez que mi abuelo aún conserva, probablemente gracias a la nueva medicación que le pautó el médico de familia. Echo la vista atrás y concluyo que debe de tratarse de la única alegría auténtica que me ha aportado la medicina en los últimos dos decenios. Mi celebración particular es una partida de cartas con él en la que me dejo ganar. Somos dos hombres de gustos sencillos.
VIERNES
Cena con I. Me preparo para la cita concienciándome acerca de mi papel de envase de lágrimas y desahogo de penas, pero, una vez más, ella da una lección de entereza. Ya desde el primer momento, rostro sonriente que viene a mi encuentro por la Avenida de la Constitución, la atmósfera se diría bucólica.
Cuando estoy con I. me transporto inevitablemente a mis años universitarios, ríase usted de la Edad de Oro del cine español. Importa poco que la conversación gire en torno a nostalgias o histrionismos. La banda sonora perenne es Alegrías del incendio, de los Planetas. Al despedirnos, promete que me visitará en Logroño, así que regreso radiante a casa, y, por primera vez en semanas, duermo como un tronco.
DOMINGO
Mi madre llora mi partida al norte. Y eso que en mi familia no ven Juego de Tronos.
Durante el trayecto en autobús le meto un empujón al libro de filosofía que explica, de manera más compleja de lo que a mi cartesiano cerebro le gustaría, los entresijos de Heidegger, Wittgenstein, Benjamin y Cassirer. Por la noche, risas improvisadas con H. viendo la segunda parte de Sexo en Nueva York. Como dijo Whitman: "soy grande, contengo multitudes".
MARTES
Me estreno publicando en un periódico digital con un texto gracioso sobre Messi, los madridistas de mi generación y unas referencias literarias -un tanto forzadas- a García Márquez. Horas después, Don Fútbol, como si quisiera agradecerme mis intentos de ennoblecerlo verbalmente, me recompensa con una soberana paliza del Liverpool al Barcelona que elimina a los culés de la Copa de Europa. Si hace una semana la medicina me otorgaba el primer obsequio en lustros, las dádivas periódicas del fútbol se caen, generosas, por los márgenes del inventario. Las comparaciones son odiosas.
DOMINGO
Fin de semana con M. y M. Nos da tiempo a una excursión por el País Vasco, aguantar las imbecilidades de un calvo, decepcionar las ganas de M. de jarana, contar alguna historia secreta comiendo ensalada (menos calorías que los asados tradicionales en las hogueras, el signo light de los tiempos) y ver un documental sobre el franquismo. Puros días de verano, solo que a principios de mayo. Y habrá quien niegue el cambio climático.
MIÉRCOLES
En mis mañanas en Preventiva ejerzo poco menos que de administrativo, apuntando datos para el estudio EPINE. Acaso esta rutina de oficinista cuadre con mi nueva condición de columnista en un diario. Concluyo que mi vocación de escritura nunca se había visto tan realizada como ahora, y sonrío al comprobar mi propia insignificancia. Dejo llevar la mente y al poco me encuentro fantaseando con que me hacen una entrevista y yo juego a soltar, con voz engolada, boutades deliberadamente ridículas ("Dice que usted nunca lleva reloj" "La verdad es que el paso del tiempo me resulta aterrador").
En un repentino alarde de productividad, me acerco a secretaría y renuevo mi contrato con el hospital, como esos Pokémon que se hallan tan confusos que se hieren a sí mismos.
VIERNES
El CSKA elimina de mala manera al Madrid de la Final Four y yo tengo guardia de Urgencias al día siguiente. Luego que si me obsesiono con las metáforas y el simbolismo.
SÁBADO
A pesar de ir mentalizado con que la guardia constituiría una mezcla entre Cannas y Vietnam, no consigo evitar que me invada la furia cuando no podemos dormir siquiera un rato por culpa de la vagancia, a costa del presupuesto, de la que hace gala el adjunto mamarracho de siempre. Si se observa su aspecto físico y su vida más de cerca, se colige que en el pecado lleva la penitencia. El mundo, que no suele ofrecer, por desgracia, castigo a quien lo merece, en este caso parece que intenta compensar tanta iniquidad gratuita.
LUNES
La nueva novela de Jabois, Malaherba, trae su inconfundible aroma, además de un puñado de aforismos que son trufas y una emotividad nada impostada. Pese a todo, no termina de llenarme en comparación con el resto de su obra, sobre todo periodística. Después veo Delitos y faltas con menos expectativas y descubro inesperadamente una obra maestra: un Match Point pero con más finezza. Mi vida aquí es la de un divorciado, pero un divorciado culto.
MARTES
L. está triste por una cuestión volumétrica: su espíritu y sus inquietudes son tan grandes que no caben en una rutina tan pacata como la logroñesa. Intento hacerle ver que ese problema, aunque la acompañe toda su vida, ratificará su excepcionalidad. El desarraigo supone la contraparte ineluctable de la no vulgaridad.
Creo que me resultaría difícil quererla más.