La final de la copa de Europa ha ofrecido las más variopintas situaciones a lo largo de su historia. Anoche, en un nuevo giro de tuerca, aportó el más difícil todavía: la inversión de papeles. Respecto a Lisboa, el Madrid fue el Atleti, y viceversa. El reparto de lágrimas y alegrías, sin embargo, no cambió, lo que quizá deba hacer reflexionar a muchos.
Salió el Madrid con flema, punzante, arremolinado en torno a Kroos y Modric, dispuesto a zarandear al Atleti, temeroso de sus fantasmas. El tiralíneas alemán y las prolongaciones y arrastres de Bale terminaron en la espinilla de Casemiro y en la pierna, ligeramente adelantada, de Ramos. Los veinte primeros minutos fueron primorosos, y, a partir del 1-0, el partido aparentó estar cuesta abajo. Sin embargo, el conjunto blanco desistió de su condición autoritaria, en un ejercicio tan piadoso como inexplicable.
Pensábamos que Zidane bebía de las fuentes de Ancelotti, aquel equipo caracterizado por la joie de vivre, y nada más lejos. Tras el conservadurismo mourinhista, el Madrid socialdemócrata de Carletto nos recordaba a Zapatero, ceja aparte. Por su derroche continuo de alegría en ataque, su despreocupación en la cuadratura de los presupuestos defensivos y un cierto infantilismo naif que alcanzó su cénit con la apuesta por el repóker de mediapuntas en un mundo de trivotes y mediocentros defensivos. La mejor primera vuelta de nuestras vidas. Sin embargo, Zidane ha resultado un reformista à la Renzi: golpea pero no demasiado, su equipo juega desde la moderación. Es cierto que, como se ve cuando combinan aisladamente, no renuncia a la belleza, pero trata de asociarla a la contención antes que a la desmesura. El tipo de hermosura que transmite un seno femenino visto de perfil.
En la segunda parte, no obstante, se vio desarbolado por el Atlético. Obligado a enfrentarse a una réplica de sí mismo, el club rojiblanco comprobó en sus propias carnes el dolor que han ido repartiendo a lo largo de estos años por los campos de España y Europa. Dominó al Real en su lucha contra el espejo, es verdad, mas no fue capaz de crear ocasiones reales sin que mediaran errores blancos (el más importante: la salida de Kroos del césped). El bagaje ofensivo del Atleti dio para un penalti absurdo del infame Pepe y un fallo en la marca de Carrasco, que completó la escena de teleserie americana al besar a su novia tras conseguir el empate. El guión parecía escrito para resarcir al equipo del pueblo, pero la Copa de Europa estaba empeñada en romper tópicos. Entre ellos, el de la pegada del Madrid, que antes había tenido el 2-0 hasta en tres ocasiones de la BBC, ayer más bien triple hache, muda por completo.
Con el 1-1, decíamos, el Real Madrid estaba muerto, y sólo faltaba saber quién firmaría la puntilla. Entonces Napoleón Simeone quiso superarse a sí mismo, y ordenó calma. "No cometan errores, tenemos toda la prórroga por delante". El Atlético aflojó la asfixia, y ya nunca retomó el pulso heroico. De todas las renuncias, ésta fue la peor. En el tiempo añadido el Madrid encontró un bastón de roble en Casemiro, y se hizo con la pelota hasta llegar a los penaltis. Allí, Cristiano, en una de las peores actuaciones de su carrera, se reservó el quinto, la gloria y las portadas. Muchos aficionados colchoneros no merecían tanta crueldad. El Cholo, sí.
Dicen que el fútbol le debe una Copa de Europa al Atleti. Quizá la obtenga el día en que vaya por ella hasta el final. O quizá, simplemente, el día en que enfrente no esté el Madrid.