ATLÉTICO DE MADRID - BAYERN MÚNICH
La eliminatoria soñada. Dejando de lado las referencias históricas y las venganzas, el partido posee un componente simbólico extraordinario. Los más superficiales se quedarán con el enfrentamiento entre el fuerte y el débil (muy matizable, por cierto), Alemania contra la Europa del sur, etcétera. Absoluto bullshit. Lo verdaderamente interesante es el enfrentamiento entre dos estilos antagónicos, que además han construido un relato que los sustenta y justifica. El Bayern ofrece a Guardiola y su orfebrería barroca, el mayor predicador del absolutismo en el viejo continente desde Luis XIV ("Le football, c'est moi"), cuyas enseñanzas, pese a todo, no han terminado de encajar en la arrogante Baviera (pleonasmo). Al otro lado, el equipo del pueblo, en el sentido más preciso (¿peyorativo?) del término. El sudor como antídoto a la brillantez, la negación de cualquier forma de aristocracia, encarnada en el consabido lema martilleador: "Si se quiere y se trabaja, se puede". Una franquicia peronista, arrebatadora, sensacional en tanto que alude más a la emoción que a la técnica. Fea como un camión subiendo una cuesta, pero igual de eficaz.
MANCHESTER CITY - REAL MADRID
Si el anterior emparejamiento constituye la lucha entre dos cosmovisiones antitéticas, éste es un duelo de semejanzas. El histórico campeón de la competición y el bisoño aspirante, ambos con una trayectoria errática y sin ningún proyecto ni discurso que los ampare. Al contemplar esta igualdad, es conveniente evitar la inercia del pasado para otorgar favoritismos. Diez Copas de Europa son muchos kilos de plata pura, pero el Manchester City juega con todas las leyes no escritas del fútbol a su favor: ex entrenador despechado, delantero que pudo vestir la blanca, mediocampistas rudos y casi anónimos. El Madrid es grande por avasallamiento y por porte, mas sus costuras son frágiles. Hace demasiado tiempo que el equipo blanco desdeña las ligas con un mohín, aburrido, y sólo halla estímulo en los viajes internacionales. Cada año, los aficionados, resignados, mentamos a Raffaella Carrá ("Caramba, carambita Carambirul, caramba, carambita Carambirulá; cariño de verano no me gusta a mí, cariño de verano no es ni fú ni fá"), pero éste es el Madrid del siglo XXI. Sus ojos dos luceros, su boca un melocotón. Intenso sólo a ratos, incapaz de imponerse una rutina. Puro amor de verano.
Y aún hay gente que minusvalora y desconfía de la idea de Europa.