Uno de las principales rasgos de la modernidad es la destrucción de los ídolos. Por el contrario, el mundo analógico, probablemente por escasez de información, poseía mayor facilidad para acomodarse en certezas. En ambientes humildes, esto provocaba que cualquier figura de autoridad, por mínima que fuera, desprendiera un halo de jerarquía intelectual. El médico, el boticario, el maestro, no digamos ya el sacerdote, veían cómo sus reflexiones merecían la mayor de las consideraciones, independientemente del criterio de las mismas. Todo fruto del respeto ante lo desconocido.
Aún quedan rescoldos de esa época. La comparecencia de este jueves de Mario Draghi, presidente del BCE, es una evidente demostración. El Banco Central Europeo es la institución de la Unión que mejor puede identificarse con el viejo concepto de autoridad. Hasta el punto de que no sólo la notificación de medidas concretas, sino las simples elucubraciones previas, tienen efectos económicos en la realidad. La apariencia tecnocrática de Draghi y su frialdad meticulosamente distribuida en portafolios ayudan a conferirle ese aire oracular. "Una palabra tuya bastará para sanarme."
¡Y qué palabra! Draghi anunció el paquete intervencionista más ambicioso desde que está al frente de la entidad. Una medida combinación de palo y zanahoria que ha abandonado aquellos miramientos y recatos que limitaron su audacia en diciembre de 2014. Reduce los tipos de referencia al 0%, aumentando la liquidez disponible. Para evitar la trampa que vaticinó Keynes, incrementa la penalización a los bancos que aprovechen ese nuevo dinero para guardarlo en el BCE y cobrar interés en lugar de invertirlo. Además, activa otra línea de crédito a la banca en la que puede llegar a pagarles un 0,4% a cambio de que ese dinero llegue a las familias y las empresas. Todo esto regado por un aumento de 20.000 millones al mes en la compra de bonos, públicos y corporativos, que favorece que Estados y determinadas empresas se vean menos atenazados por las deudas.
Por supuesto, en un primer momento el mercado acogió con una explosión repentina estas novedades. La subida de las bolsas fue tan súbita como espectacular. En otro tiempo, es probable que semejante firmeza hubiera impulsado la economía lejos de cualquier duda. Pero en estos días, incluso la mayor de las autoridades tiene un efecto limitado. El mercado observó la contundencia y efectuó una segunda lectura: qué clase de dificultades no han de sobrevolarnos para que el máximo responsable de la política monetaria acuda a la artillería pesada. El cinismo desembocó entonces en la especulación acerca de si Draghi tendría más conejos en la chistera en caso de no cumplirse las expectativas. En unas horas, la euforia dio paso al recelo, y la jornada cerró en una tendencia bajista.
Desde el punto de vista técnico, es probable que la política monetaria sea insuficiente, por sí misma, para enderezar el rumbo deflacionario. En el plano simbólico, la constatación de la falta de referentes despoja al dinero del nimbo de opacidad y sumisión que siempre lo caracterizó. La economía es, más que nunca, una trama complejísima de decisiones, cada vez menos manipulable desde la planificación de un experto, y más desde la emoción. Menos arbitraria pero más peligrosa. Una consecuencia inesperada para los detractores de la autoridad, tan convencidos de la benéfica finalidad de su motivación.