lunes, 22 de febrero de 2016

J 25. Málaga 1 - Real Madrid 1

Come back home to the stadium
hiring man says "Son, if it was up to me"
went down to see my v. a. man
he said "Son, you can't understand"
Bruce Springsteen. Born in the Bernabéu


El tópico describe Andalucía como una región pasional e indócil. Relajada hasta la incuria, quizá, pero con un punto, acaso patético, de orgullo arrebatador. "Ardiente", apuntaría entusiasmado un guiri, alargando la erre, mientras engulle aceitunas en bermudas en algún tablao flamenco sólo frecuentado por gente como él. Es probable que el atributo sea un exceso literario, pero este Real Madrid es tan frágil que no puede evitar estrellarse incluso contra una ficción.

El cambio de entrenador ha supuesto un impulso para los jugadores blancos, ciertamente. Pero no conviene exagerar. Las dificultades que arrastra el equipo, tanto su déficit de puntos como su ausencia de armazón, le impiden adquirir la moral suficiente como para soslayar la ciclotimia. El Madrid liguero, y no sólo el de este año, es una suerte de Alberto Cortez perpetuo ("A partir de mañana..."). 

El Málaga salió fiero, dispuesto a penalizar los fallos defensivos madridistas. Como el partido de los centrales fue infame, Kovacic naufragaba en círculos y la tabla de salvación que es Modric no tenía el día, las ocasiones locales fueron goteando poco a poco, más frenadas por el tradicional respeto ante el imperio que por méritos merengues. A la hora de atacar, la escasa lucidez la aportó Marcelo, pues Isco se diluyó tras quince minutos punzantes y Jesé demostró que su incipiente calvicie no se debe a que piense en exceso. Cristiano actuó de boya y, aun decadente, consiguió cazar un gol más ilegal que la agenda de Urdangarín y provocar un penalti que entregó a Kameni en justicia poética. Sin embargo, el 0-1 no desterró los nubarrones.

En casa, bien es verdad que de momento con novillos, el Madrid sí ha logrado sustituir el estilo albañilesco y romo de Benítez por las sacadas de músculo que Florentino ambicionaba al subir a Zidane. Un Madrid de excesos, derrochador y contundente, marvelómano. Lejos del Bernabéu, y con la mitad de los Vengadores en el dique seco o en baja forma, el quiero y no puedo y la desidia van adormeciendo los encuentros hasta que un Albentosa marca el empate, y para entonces la inercia es irrevocable. Salieron James y Lucas Vázquez, y como siempre hubo arreón, incontinente, chapeo, espada, soslayo, y no hubo nada. 

El Real Madrid se despide de la liga casi como entró, sin darse cuenta ni otorgarle importancia. En cualquier caso, el nuevo entrenador es, en sí mismo, una concesión ilusionante al mito. Y, si hay un mito en el Madrid, ése es la Copa de Europa. Será por tópicos. 

jueves, 18 de febrero de 2016

La democracia futbolística

A menudo recuerdo con una mezcla de cariño y nostalgia los tiempos en que jugaba al fútbol asiduamente, en la imprescindible (y nunca suficientemente bien ponderada, ay) posición de centrocampista. Sin menoscabo de mi depurada técnica, lo cierto es que la mayor virtud que podía atribuírseme era la inteligencia en el terreno de juego. El conocimiento de lo conveniente para el equipo en cada momento, el acierto a la hora de distribuir la pelota en corto y en largo, el tino para acelerar o ralentizar el ritmo del partido según las circunstancias… No obstante, todo este dechado de aptitudes no siempre terminaba generando los frutos presumibles. La realidad se encargaba de estropear muchas de las posibilidades que mi calidad proponía, bien por falta de entendimiento con compañeros de menor agudeza futbolística, bien por ausencia de un físico que acompañase al talento. En la mayoría de ocasiones lo finalmente acontecido no se ajustaba a lo idílicamente planeado, con la consiguiente frustración (y derroche de envidiosos silbidos desde el banquillo y la grada).

Algo similar ocurre con multitud de proyectos que en la teoría aparecen como un ente perfecto y sin fisuras pero que se ven mancillados ante el sucio contacto con el barro de lo cotidiano. En la esfera de la reflexión se muestran imponentes, fecundos en soluciones y ventajas, mas su inmaculada planta pierde brillantez en el terreno de lo plausible. No hay ámbito que se salve de tan terrible trance, por desgracia. Ni siquiera aquellos de naturaleza fundamental, como la política. Hasta el proyecto de proyectos, cumbre de la emancipación de la humanidad, la democracia, adolece de evidentes imperfecciones y lagunas en su puesta en práctica.

Una de las principales dificultades de la aplicación del sistema democrático es la implicación que exige a los ciudadanos para su deseable funcionamiento. La democracia no es conformista, sino que insta a la gente a que se instruya (se ilustre) y a que participe activamente en la vida política. Esta demanda de espíritu crítico choca con la comodidad de la autocomplacencia y del sectarismo. La democracia invita a la reflexión particular frente a la pereza del que no quiere complicarse o es más feliz recitando el catecismo ideológico prefabricado. Este requerimiento se ve pervertido habitualmente, y los votantes no corresponden de manera responsable a los beneficios que el sistema aporta. La elección de una opción u otra no responde al intento de encontrar la mejor alternativa para el país, la región o el pueblo, sino a ambiciones menos nobles. En ocasiones es la adhesión inquebrantable a unas siglas (trivializando la política como si de una filiación deportiva se tratase). Otras veces, es la visceralidad egoísta quien prima sobre el raciocinio (de modo que posiciones tan infantilmente pueriles como el nacionalismo encuentran gran acogida), o la voluntaria ignorancia, sorda al debate y la explicación. En definitiva, las miserias más simples e indignas (tan lamentablemente reales) envilecen lo más elevado y contaminan su insigne propósito, lo que es aprovechado por bribones oportunistas para criticar el todo señalando ufanamente el defecto de las partes.

La certidumbre de lo fácil que resulta destrozar lo cuidadosa y primorosamente esbozado no puede menos que desalentarnos. ¿Debemos, pues, resignarnos a la imposibilidad de establecer de manera inalterable nuestros empeños? ¿Implica admitir esta evidencia algún tipo de rendición tácita? Sin duda es inevitable terminar aceptando que los anhelados fines se verán afectados por la realidad y sus cuitas, pero tal circunstancia, en lugar de causar desánimo, ha de suponer un impulso para los que trabajan en mejorar los aspectos menos favorables del mundo. El talentoso futbolista debe insistir, por más que las crueles vicisitudes se encarguen de interferir en las calculadas jugadas. Pese a estar condenado a fallar cientos de pases y a sufrir el descrédito, está obligado moralmente a seguir intentándolo. Porque, en medio del desolador panorama repleto de salvajes entradas, compañeros incompetentes, árbitros coaccionados, pérfidos rivales e injustas expulsiones, cada gol conseguido, aunque sea de rebote y no por la escuadra, merece la pena.